Dedicado a mis antrañables amigos de la Prepa Juárez, 1956-1958

La nostalgia me ha ubicado en Xalapa de 1955, hace sesenta y seis años, era adolescente y mi ciudad tenía alrededor de setenta mil habitantes. Villa quieta, brumosa, saturada de sabor provinciano, mi casa se encontraba en Belisario Domínguez, mi cuadra flanqueda por las calles Barragán y Morelos en un extremo y J.J. Herrera y el Dique en el otro, cinco cuadras que fueron “nuestro barrio” del Xalapa de ayer, que perdura en el recuerdo de quienes disfrutamos de ella hace tantos años.

En la temporada decembrina el barrio emanaba espíritu fraterno de la Navidad, el acercamiento y vibraciones de afecto en el fin de año. Recuerdo mi barrio, mis “cinco cuadras” y el “barrio amigo” de Betancourt y Victoria, dominios de la pandilla de Jano Ortiz y el “Pollo” García, compañeros de la Prepa, púgiles invencibles en el vecindario.

Las calles angostas, solitarias, envueltas por la densa niebla decembrina, algunas aún con huellas de los canales que antiguamente surcaban en medio del empedrado, conduciendo agua de lluvia o que escurría de las casas, algún vehículo ocasional transitaba por ellas.

Todas las casas adornadas con guirnaldas de papel de colores e hileras de foquitos que cintilaban sin cesar desde la tarde hasta el amanecer. En uno u otro barrio nos reuníamos una docena de muchachos adolescentes para partir en una cotidiana “caminata nocturna sin destino manifiesto”.

Las noches del 16 al 23 de diciembre nos reuníamos para “posadear”, caminar por la ciudad buscando posadas, donde siempre seríamos bienvenidos. Encontrábamos grupos de lindas chamacas, caminando a media calle con “la rama”, cantando villancicos ante las puertas abiertas, acompañadas con panderos, guitarras y mucha alegría, recibiendo a cambio su “aguinaldo”.

Parvadas de muchachos friolentos, casi invisibles bajo la densa niebla buscando la fiesta por las callejuelas de la ciudad, recorriendo del Dique a la Cruz de la Misión y de la Represa del Carmen a la Piedad. En cada cuadra había fiesta, a la primera posada llegábamos a las 10 de la noche, cantábamos la letanía, participábamos en el acostamiento del niño Jesús, unos ponchecitos, bailar “Cha-cha-chá”, “Cariñito azucarado”, El reloj” y otras melodías de la época y nos despedíamos ¿cómo olvidarlo?

Dábamos gentiles gracias al anfitrión, quien sin esperarnos nos había recibido con sonrisa hospitalaria y nosotros habíamos disfrutado la posada, cumpliendo devotamente tradición y letanía.

Salíamos a la siguiente cuadra y luego a la otra y así, cada noche éramos recibidos en cinco o seis casas, adornadas con “paxtle”, el milagroso heno de medicina tradicional, dándonos la bienvenida en la puerta de la casa los globos y faroles de papel corrugado. Disfrutábamos tocados con gorritos de papel brillante y en algunos hogares nos tocaba pegarle a la piñata, ponche calientito y “envueltos” con caramelos, cacahuates, tejocotes, colación y un silbato “espanta suegras”.

En cada casa el grupo mermaba, uno o dos muchachos encontrábamos una damita de amplia crinolina y gruesas medias de algodón, con quien nos quedábamos a bailar el resto de la posada con la música de Glenn Miller o Gonzalo Curiel, y danzábamos “pegaditos”. En cada morada, coincidíamos con otros grupos similares de muchachos y nos retroalimentábamos; “hay una frente a los corazones”, o bien; “En Morelos en la casa de Paco, ¡está buena!”. Hacia allá nos dirigíamos, incansables, caminando y platicando en la mitad de la calle tranquila, sin nada que temer.

A las tres de la mañana nos despedíamos, casi salía el sol rojizo y tibio del invierno, al fin ya estábamos de vacaciones en la prepa. ¡Qué tiempos! Muchas parejas, hoy abuelos, iniciaron su romance en una de aquellas fiestas de tradición y alegría en una noche brumosa, pero impregnada de calor humano y espíritu de navideña hermandad.

Aquellas posadas y el ambiente decembrino que impregnaba de calor y fraternidad se ha perdido, “las Posadas” ya no existen, hoy son reuniones comunes donde se liba licor, se come y se baila. Es historia perdida la letanía de “pedir y dar posada” y la entrada entonando con algarabía: “entren santos peeeregrinos”, acompañadas de silbatazos, “espanta suegras” y nubes de confeti, algo que jamás olvidaré.

Este diciembre quisiera percibir en las calles la algarabía de las posadas, Navidad y Año Nuevo, en las casas el colorido de los adornos, el nacimiento, la derramada alegría de la fiesta con vecinos del barrio, pero esto no sucederá porque solo es una evocación nostálgica de aquel Xalapa que se fue para nunca volver.

Espero encontrar estas noches del 2021, puertas abiertas franqueando la entrada al “peregrino en busca de posada” y el encanto del espíritu navideño que no debimos perder.

Todo esto quedará en un anhelo placentero e improbable, porque solo es una ensoñación de Navidad.

hsilva_mendoza@hotmail.com

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