Emmanuel Vidal. Jurista y Politólogo

Columna Resonancias

El lenguaje oral nos sirve para externar ideas, pero a las palabras se las lleva el viento, con el paso del tiempo lo que transmitimos se va distorsionando, se cae en la dinámica del juego del teléfono descompuesto. El comunicar debe tomarse con responsabilidad y qué mejor, que sea por medio de la escritura.

Una palabra, un enunciado, un párrafo, una cuartilla, un cúmulo de hojas para ser escritos tuvieron que ser bien pensados y razonados, al menos eso se presume, antes de haber sido plasmados en papel. Y, nos ofrecen de manera tácita un mensaje y qué mejor que sea entregado en el mejor de los equipajes: un libro.

El libro es un portador de conocimiento, opiniones, análisis, distintas visiones sobre el mundo, ciencia, historia, doctrinas, arte y más; aunque, no todo lo que está escrito es verdad absoluta. Y, en todo lo que porta y nos aporta, nos ofrece un modo de aprender de lo desconocido y/o más sobre algo de lo que ya tenemos noción. Nos acerca a poseer un lenguaje rico para expresarnos bien. Alguien que lee, lo refleja en su manera de expresarse, da testimonio de aprendizaje, no habla deliberadamente, posee un léxico virtuoso.

Para hablar de antecedentes del libro en México, es necesario remontarnos a los tiempos de la llegada de los españoles a nuestro continente. Aunque no hay que perder de vista que los que habitaban estas tierras ya utilizaban el lenguaje escrito. Pero, enfocándonos específicamente a la llegada del libro en nuestro país, vale la pena resaltar el arribo de la imprenta, que sin duda dio lugar al libro mexicano; con la llegada de este aparato en el año 1539 por gestiones de Fray Juan de Zumárraga. En La Biblioteca Nacional de España se conservan tres páginas del Manual de Adultos, impreso en 1540, aunque no hay un dato sólido, se cree que fue el primer libro impreso en México, refiere la investigadora Verónica Juárez, bibliotecóloga.

Festejar el día nacional del libro, tiene su origen en nuestro país, desde 1979, con el objetivo de promover el hábito de la lectura en español y en lenguas indígenas. El festejo se hizo oficial por un decreto presidencial emitido el día 12 de noviembre de 1980 para impulsar la educación como motor del desarrollo del país y con motivo de la conmemoración del natalicio de Sor Juana Inés de la Cruz, literata mexicana.

Para resaltar la importancia de la lectura e impulsarla por medio de los libros, en 1995 se creó el programa nacional de salas de lectura para acrecentar este hábito. Sin embargo, algo ha fallado, porque a la gente no le agrada mucho leer, tan sólo en 1999, al año en promedio por cada mexicano se leían 5.5 libros, según el INEGI, gravemente el dato ha cambiado al 2020, por cada persona se leen 3.4 libros anualmente. Estos datos son alarmantes, tendríamos que adentrarnos al porqué de estos resultados, y quizá todo tiene un trasfondo político. Los más afectados siempre van a ser las nuevas generaciones, porque una generación que no lee refleja un estancamiento en todos los sentidos y ciertamente habrá un beneficiado: el Estado, porque una sociedad inculta es más manejable.

El día nacional del libro debe festejarse leyendo, impulsando la importancia de la lectura en la sociedad, para despertarlos y moverlos al progreso por medio del conocimiento, leyendo un libro más por los que no leen, obsequiando un libro a un niño y a quien no lee, dando un testimonio de la lectura a través de nuestros actos siendo empáticos con el resto.

Tenemos que seguir impulsando la lectura y la escritura, nos hacen falta más exponentes de la literatura, por ejemplo, y tenemos que aportar la parte que nos toca, desde compartir el conocimiento que adquirimos por medio de los libros. Hoy es un día oportuno para reestablecer su importancia y qué mejor que hacerlo al modo de Sor Juana Inés de la Cruz, para que trascienda en nuestro ser: “No me han dejado de ayudar los muchos libros que he leído, así en divinas como en humanas letras”.

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