Escribir me produce una gran satisfacción, no sólo para comunicar algo a quien tenga la amable atención de leer lo que plasmo en papel, sino porque también me encanta ver cómo se van imprimiendo mis letras manuscritas con tinta azul, sobre el blanquísimo papel grueso de 36 kgs, que es mi preferido.

He escrito sobre diversos tópicos. En este periódico, decenas de temas han ocupado mi espacio semanal, muchos más los he hecho para otras publicaciones de difusión popular y otros para revistas médicas de varios lugares.

Pero así como he escrito con una intención determinada, también he garrapateado infinidad de cuartillas con ideas, reflexiones y meditaciones, que después van a parar a un folder o al cesto de basura. He llenado, hasta hoy, cerca de tres mil cuartillas en mi diario, en el curso de sesenta y ocho años, que no suenan a mucho si calculan que corresponden a una cuartilla semanal.

Mi diario, conjunto de libracos guardados a piedra y lodo o “camuflajeados” entre la bibliografía de mi librero, se ha ganado personalidad propia al cabo de tantos años de compartirle, con mi puño, letra y sentimiento, mis penas, satisfacciones, esperanzas y frustraciones.

Mi diario, al que llamo “DARIO”, por su anagrama, es mi amigo confidente que recibe todo tipo de revelaciones personales y no me critica ni me consuela por compromiso, sólo recibe mis confesiones con la apertura y discreción de un buen sacerdote, que no me dicta penitencias. Todo esto es fenómeno curioso, es la íntima y profunda satisfacción de escribir a mano, con pluma fuente, imprimiendo en el papel blanco nuestros pensamientos, planes y hasta presupuestos.

He preguntado a mis amigos si comparten este gusto singular y la mayoría prefieren el incidental bolígrafo popular, “de a diez pesos” y cuando escriben algún  artículo técnico o profesional, se inclinan directamente  por la máquina electrónica. Pero he encontrado un grupo de personas para quienes la pluma fuente es un instrumento especialmente apreciable y distinguido, con el que disfrutan el placer incomparable de escribir.

 No soy psiquiatra ni algo similar, pero durante muchos años he analizado a los pocos amigos que comparten esta afición y, créame usted, tenemos muchos rasgos en común: primero, la atracción especial por la pluma frente que además de escribir con tersura, sea bella y dondequiera que descubren una de ellas experimentan la irresistible tentación de verla de cerca o preguntar su precio. Cuando pueden la compran, aunque tengan ya un buen número de ellas en su escritorio.

En segundo lugar, les gusta escribir a mano con pluma fuente. Todos manifiestan un gusto especial por un color de tinta, negra, azul o sepia, pero siempre un mismo color y una misma clase de papel, la cuestión es delinear las frases con sentimiento y elegancia en la escritura.

En tercero, tienen facilidad de expresión gráfica, son grafomotores, y no sólo lo hacen con claridad y fluidez, sino  con espontánea sensibilidad, exponiendo su forma auténtica de percibir y manifestar sus sentimientos sin importar caer, a veces, en cierta cursilería para algunos,  pero con sinceridad. Lo importante es escribir

En cuarto lugar, este especial grupo de escritores aficionados, profesionales o improvisados, escriben todo; su diario personal, artículos específicos, libros , ensayos o, en los que vuelcan su saber abrevado en decenas, centenas o miríadas de páginas devoradas con fruición.

Anotaciones elaboradas con cuidadosa planeación propia de una mente organizada, pero también por el puro gusto de escribir, anotar, subrayar, entrecomillar, acotar, disfrutar el reto que representa poner adecuadamente la coma, el punto, punto y coma para dar a la lectura  la entonación  deseada a las frases cuando sean disfrutadas.

Leer expande el conocimiento, escribir el sentimiento.

Aun, en esta era de tecnología que avanza con pasos colosales, que nos ha dado miles de sorpresas, habemos un gran grupo de “cruzados” que buscamos el “Grial de la cultura” en el primitivo papel que lo contiene, el libro.

 Sumergirse en las páginas de un libro mientras saboreamos un café espumoso con aroma de hogar o una grande y redonda “copa globo” de cognac en una tarde gris o noche tormentosa, no tiene parangón en este mundo, después de abrevar en sus páginas tendremos mucho que decir, y lo diremos en el papel con tinta negra y pluma fuente, quien esto sustituya por un teclado con pantalla erudita impersonal, ignora lo que pierde y, si lo sabe, es que no le importa… y merece perderlo.

hsilva_mendoza@hotmail.com

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