En la biblia, en varios de los cuarenta y seis libros del Viejo Testamento y de  los veintisiete del Nuevo, se leen conceptos médicos prevalentes en las diversas épocas. Se identifican los esfuerzos de muchos pensadores quienes, sin abandonar su fe religiosa, trataron de encontrar una explicación lógica o científica a la salud y a la enfermedad.

Los hebreos en Palestina, su patria original, recurrieron a la magia  para explicar  y defenderse del proceso patológico de lo indeseado. Pero los textos bíblicos los hacían regresar al sentimiento racional de la enfermedad, aunque pensaban que únicamente Dios podía curar sus padecimientos.

El concepto de profesión médica aparece en la época de Asá, rey de Judá entre 913 y 873 a.C., quien describió con claridad, síntomas de artritis severa o grave obstrucción circulatoria en los pies. El anciano monarca recurrió contundentemente a los médicos, antes que al Señor, sin detrimento de su fe. Decía “quien curará mis males debe ser un científico terrenal”. Isaías curó una llaga infectada, con taplasmas de higo al rey Ezequías después de la batalla que impidió la invasión siria a Judá (2 Reyes20:7).

Ochocientos años después, Dioscórides (40-90 d. C.) médico griego, describió el poder de las cataplasmas de higos para “madurar” lobanillos y diviesos (abscesos de diferentes tamaños) hasta hacerlos “reventar” (drenar). Esto lo publicó en su única obra existente, “De materia médica”, donde describe propiedades curativas de más de seiscientas plantas.

Entre los profetas era conocido el efecto desinfectante de algunas resinas o la acción sedante del vino con aceite. Sabían la bondad de la respiración boca a boca en casos de asfixia, Elías y Eliseo la practicaron más de una ocasión. Este último sabía que ciertos venenos como la planta  “Coloquíntida” (calabacilla salvaje o tuero), drástico purgante, dañino a la pared intestinal se podía inactivar con harina de maíz.

En  el Antiguo Testamento se menciona con mucha frecuencia al hisopo, arbusto silvestre, como útil para curar “ciertas infecciones”.  Ahora sabemos que el hongo Penicillium Notátum se desarrolla fácil y profusamente en esa hierba. Este hongo es el productor de la penicilina, descubierta por Sir Alexander Fleming hasta 1928.

La circuncisión de los niños es, curiosamente, la única intervención quirúrgica mencionada en  la Biblia. Esta única obra habla ampliamente de las comadronas expertas y hábiles en el arte de ayudar a las mujeres a parir. Llama la atención que ni en el Antiguo ni el Nuevo Testamento, se haga mención de médico eminente alguno, aunque en el Nuevo Testamento se encuentran muchos cuestionamientos médicos, intentando responder académicamente, diversos problemas clínicos de la Antigüedad.

Leyendo cuidadosamente la Biblia y analizando con ojo clínico podemos darnos cuenta de apasionantes referencias de valor médico y descubrir inclusive, diagnósticos no mencionados abiertamente, por ejemplo la muerte por crucifixión, tan frecuente en los tiempos bíblicos, se debía a falla de los músculos respiratorios, causando la muerte por asfixia, angustiosa e inhumana.

En el Antiguo y el Nuevo Testamento se identifican multitud de enfermedades victimarias de la humanidad de la época. Se describen  la epilepsia, difteria, disentería, viruela, malaria, paperas, gonorrea, poliomielitis, diabetes, alergias y cáncer.

En Levítico 13:1-27, hay descripciones claras de lepra, gonorrea y flujos vaginales.  “Yahvé habló a Moisés y a Aarón diciendo: Cuando uno tenga en la piel de un tumor, erupción o mancha blancuzca brillante, y se forme en la piel de su carne como una llaga, será llevado al sacerdote y examinará la llaga, si el pelo en la llaga se ha vuelto blanco, y la llaga parece más hundida que la piel de su carne, es llaga de lepra; le declarará impuro”.

Levítico 11-14 “Moisés dice a los Israelitas¸ La vida de la carne, está en la sangre que recibe”, expresión que, según los estudiosos, se refiere a la perfusión vital de oxígeno que  la sangre ofrece a los tejidos.

En Lucas 22:44, “Jesús dijo, el buen samaritano curó con vino y aceite las heridas del hombre golpeado por los bandidos”.

En génesis 17:12, “Dios dijo a Abraham; todos los varones hebreos deberán ser circuncidados al octavo día después de nacidos”. Esta sentencia, analizada por teólogos y científicos posteriores a aquellas épocas, han fundamentado que hasta el octavo día de vida extrauterina el ser humano tiene una coagulación normal porque, hasta entonces, la actividad bacteriana intestinal permite la producción de vitamina K estimulante de la formación de protrombina, factor fundamental para coagulación sanguínea.

En fin, como todas las grandes obras, la Biblia no puede pasar por alto el sufrimiento de la enfermedad y puntualiza que ningún padecimiento es puramente orgánico o solamente emocional. Gran verdad del monumental libro de la humanidad.

Si medita un poco acerca de estas citas bíblicas verá que, sin ser explícitas, dan muestra de ser dictadas por  un conocimiento biológico.

La  Biblia, texto milenario, da evidencias de la sabiduría humana, la cuestión es leerla con paciencia y analítica inteligencia. Así como este eterno documento, existen innumerables textos fundamentales para que podamos conocer el origen del ser humano, de sus creencias, de su futuro y de su fin final, lo triste es que el hermoso hábito de la lectura es una disciplina ignorada por gran porcentaje de los habitantes de la tierra.

La Biblia no es un librote para católicos, es  obra que plasma la historia de la humanidad escrita desde los apóstoles hasta teólogos, profetas, religiosos, filósofos y pensadores a través de miles de años,  a cada lector le presenta un reto para interpretarla de acuerdo a su criterio y sensibilidad, quien no ha leído esta obra trascendente, no ha percibido el  verdadero sentido de la vida.

hsilva_mendoza@hotmail.com

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