Recientemente volví a leer el libro “Cartas taurinas” de don Juan Pellicer Cámara, publicado en diciembre de 1973.  ¡Qué manera de escribir y describir la fiesta taurina! Hace don Juan alarde espontáneo, de una cultura taurina excepcional. El libro es ameno, pletórico de cultura general, sapiencia de la historia de la tauromaquia, de la mitología griega y la mística taurina.

El Sr. Pellicer narra, describiendo vívidamente, con prosa limpia, toda una antología de la bravía fiesta, del multicolor espectáculo, de ese controvertido enfrentamiento entre lo bello y artístico y lo terrible y mortal…

Leí de don Juan su descripción de la legendaria y mitológica historia del minotauro, el mutante primitivo, mitad hombre y mitad toro, nacido de la infidelidad de Pasifal con un toro engañando al conspicuo Minos, su marido, famoso rey de Creta. Disfruté, en la prosa, hazañas históricas en la tauromaquia de Ponciano Díaz, Machaquito, Rodolfo Gaona, Cagancho, Pepe Ortiz, Lorenzo Garza y Manolo Martínez.

A punto estuve de empezar a gustar de la fiesta brava multicolor y a punto de convencerme de que se trata de un espectáculo alucinante, bello. Pero mi amor respetuoso por todo lo que tenga vida… me puso en mi lugar. Primero me sentí desorientado; ¿qué pasa…? Si esa fiesta es tan bella ¿Por qué me causa una sensible angustia a pesar de su colorido?

Sin sentir retomé a mi posición mi visión de que la fiesta taurina es una creación humana para recrear el barbarismo recalcitrante, que prevalece en el alma del ser humano porque reanima el placer de matar, el disfrute de percibir el rutilante color de la sangre del vencido y sentirse triunfador. Placer esencialmente del ser humano.

El toro, animal noble, instintivo, sin prejuicios, su carencia de raciocinio actúa espontáneo y natural, se impulsa contra el torero, el hombre calculador, estratégico, taimado y obsesionado por una antinatural pasión de trascender a costa de lo que sea, de la misma muerte de su adversario, para recibir el aplauso y la aprobación que necesita, para sentirse importante.

El torero, vestido de luces, estimulado por  gritos, algarabía, música. Escoltado por los “picadores” y “banderilleros”, auxiliado por un montón de mozos los “monosabios”; en fin que el “valiente torero” se mueve con gallardía en la arena en una posición  de privilegio respecto al toro que actúa por instinto, por conservar su vida.

El toro de lidia, criado especialmente para ello, es preparado para el “espectáculo”, varios días antes de la lidia, no toma agua ni se le da de comer y varias horas antes de salir al ruedo, se le mantiene a obscuras, para que salga indignado y atacante.

El toro azuzado por un escándalo nunca escuchado  en su campo bravío, sale galopando de los chiqueros y el apuesto “matador” lo recibe con el capote en diestra, en lo que se llama el primer tercio de la faena,  para llevarlo  hacia “el picador”, este hombre, generalmente corpulento, montado en un bello caballo protegido por peto de dos lonas impermeables, rellenas de algodón, acojinado, que lo protejerá de las embestidas del burel.

“El picador” puya varias veces para avivar su fiereza, porque el toro de lidia ante el castigo no se arredra, sino que saca bríos para atacar cada vez más furioso, los puyazos se le dan  en el morrillo, parte posterior del cuello que es carnosa y dura.

El torero se luce con algunos capotazos y desplantes con gallardía y se pasea con talante ante los tendidos llenos de gente eufórica que fuma puros y bebe vino de sus botas gallegas de piel de cabra.

Viene el segundo tercio, en que el burel recibe tres pares de banderillas en la parte alta del morrillo, para bajar más su agresividad, clavadas por subalternos del torero o, a veces, por él mismo. El toro se encuentra ahora sometido por puyas  y banderillas y sin más armas que su abatido brío, su fuerza, su instinto; el “bestial animal” está en el ruedo, en el total desamparo. Todas las ventajas para el señor torero.

Llega el tercer tercio, “el tercio de la muerte”, el torero perfila al animal, con la muleta lo incita a que baje la testa mientras empuña con firmeza la espada, el toro arranca, aún con fuerzas y el matador entierra el acero en lo alto del morrillo.

El toro puede caer de rodillas de inmediato o aun caminar sin control, el torero espera y si el toro se echa en la arena en agonía, un subalterno clava la “puntilla” en la nuca para que el toro muera de inmediato.

Cuando la faena gustó los aficionado aplauden, agitan pañuelos con un griterío que recuerda los descritos en el Coliseo romano, ante la muerte de un gladiador, en manos de su adversario o de un león. El torero puede recibir como trofeo las orejas y hasta el rabo del animal, ha triunfado, luego vendrá la fiesta. El toro es arrastrado, ya sin vida, sin prestancia, sin dignidad y su cuerpo mutilado parará en el rastro donde su carne, de alta calidad, se expenderá como alimento de los carnívoros.

Me pregunto, ¿la carne de los toros asesinados en la arena de la plaza, es sana, la gran cantidad de hormonas, empezando con la adrenalina que liberan durante su sufrimiento en el ruedo, no le hacen convertirse en insanas?

Cuando el toro en un desplante inesperado prende al torero, lo hiere con sus cuernos, entonces la tristeza por el hombre y el odio hacia el toro, desencadena una tormenta de pasiones y… ¡Nadie puede creer “que el ídolo haya sido herido por la bestia”!

Estas desgracias, no muy frecuentes, por fortuna, son un escarmiento divino, por matar con impunidad a un ser vivo, criatura del señor, aunque… “Sólo sea un toro…”, pero que ha sido criado para impulsar su ferocidad, fuerza y temperamento, para que al final muera sin remedio en medio de un espectáculo nacido en el medioevo.

Quienes hemos visto a estos hermosos animales pastar y trotar con elegancia en los verdes y extensos pastizales de las ganaderías, nos preguntamos, ¿por qué fomentar esta fiesta salvaje, medieval, que aviva el instinto asesino que los humanos?, que como buenos carnívoros, aun tenemos oculto en algún remoto y microscópico rincón de nuestro genes mas profundos.

Pragmática y contundente mi pregunta es ¿Por qué permitimos este tipo de “diversiones”?

hsilva_mendoza@hotmail.com

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