Una tarde reciente, bajo los rayos del sol matizando la bruma vespertina y la amarillenta luz de los arbotantes citadinos, llegué a un crucero de la zona de la Unidad de Servicios Bibliotecarios y de Información (USBI) de la Universidad Veracruzana. Una muchedumbre de jóvenes, adultos y ancianos se arremolinaba en las cuatro esquinas.

Unos vendían chácharas diversas, algunos mostrando discapacidad física mas que limitante, pedían caridad extendiendo un bote colector, otros simplemente pedían, algunos niños ofrecían limpiar parabrisas, aquellos aventaban pelotas al aire para cacharlas o hacían malabarismos elementales.

Veinticuatro personas entregadas a estos menesteres propios de una urbe populosa, gente pobre, desempleada, olvidada por el sistema de asistencia y justicia de nuestros gobiernos. Este espectáculo se percibe en muchas avenidas de nuestra ciudad.

Sus expresiones, ansiedad y desesperanza, como un anciano que caminando con dificultad ofrecía su baratija en venta, alojada en el viejo canasto colgando de su antebrazo, acompañaba su ofrecimiento con desdentada sonrisa, mirada cansada, ojos que denotaban el paso de un sinfín de inviernos, deambulaba a sus evidentes ochenta años en la fría y húmeda tarde invernal.

El semáforo me permitió seguir y me abstraje en analizar si esas imágenes habrían merecido una interpretación similar para otras personas o seguirían siendo vistas con la indiferencia que yo había demostrado antes. Me felicité por haber visto con ojos más sensibles la desgracia humana.

Presencié escena similiar en el crucero de las avenidas Murillo Vidal y de las Culturas Veracruzanas y el escenario se repitió en Lázaro Cárdenas, cerca de la Tesorería del estado. ¿Qué pensarán esas personas cuando desde la ventanilla de nuestro coche los observamos con indiferencia y, si acaso, les extendemos un no sin bajar el cristal?. La pobreza extrema y la indigencia nos parece un fenómeno natural en la vida cotidiana actual.

Guardando diferencias sustanciales, recordé aquellos seres de las pesadillas de Goya, magistralmente plasmados en sus lienzos y de la “Corte de los milagros” de París, descritos genialmente por Víctor Hugo en el Jorobado de Notre Dame y la miseria de los migrantes pueblerinos en la gran “Ciudad Luz”, ilustrada perfectamente en Los Miserables.

Esas esquinas de mi ciudad también me hacen evocar las imágenes de Francisco de Goya y Lucientes, en las que los grises de tonalidades distintas, gracias al blanco de plomo, amarillo de cadmio y rojo mercurio que mezclaba, daban a sus célebres imágenes esos claro-obscuro, que en el fondo dejan ver rostros de angustia, desencajados, difuminados en la penumbra gris y en partes, profundamente negra, cuando Goya, sufría gran depresión.

Habiendo evocado a Goya y Víctor Hugo, he pensado que esta gente va hacia allá, a ofrecer imágenes de desvalidos y miserables, proclives a la malvivencia y delincuencia, su situación no mejorará, al contrario, cada día será más precaria en vista de las circunstancias actuales de nuestro país. No puede esperarse algo distinto sin fuentes de empleo, ni seguridad social eficaz.

Lo más lamentable es que nosotros mismos vemos ese drama cotidiano de miseria y olvido con la indiferencia que nos merece la caída de una hoja en el otoño.

Las esquinas donde me surgió este sentimiento fueron sitios de mis andanzas infantiles y adolescentes, pero en aquel entonces no era así, eran zonas boscosas donde abundaban árboles frutales, arbustos, aire fresco y vital, no recuerdo imágenes semejantes a las que vi hace unas tardes, seres humanos en quienes el sufrimiento aflora en su rostro, con la espontaneidad que debería ser de una sonrisa. La pobreza extrema y la indigencia, nos parecen un fenómeno natural en la vida cotidiana.

Vi muchas madres, algunas indígenas, cargando en la espaldas a su bebé, tratando de vender un ramillete de flores silvestres semisecas o implorando “un peso”, en tres minutos que dura el alto se acercaron a cuatro o cinco automovilistas, ninguno les dio algo.

Visité recientemente el rancho de un querido amigo en Banderilla, a la vera derecha de la carretera, entrando algunos kilómetros nos encontramos en un agradable camino silvestre, rodeado de vegetación profusa, de pronto descubrimos a la derecha del camino una zona con varias casitas de cartón, lámina y tablas de madera, amenazando derrumbarse, entre las rendijas dejaban entrever en el interior los movimientos de sus moradores.

En el predio varias mujeres lavaban ropa utilizando viejas tinas de lámina, una media docena de niños semidesnudos, entre tres y diez años jugaban en lodazal que la lluvia nocturna les dejó. Imagen de pobreza y desaliento, inmigrantes rurales en la miseria proclives a la delincuencia, como en las novelas de Víctor Hugo, viviendo una pesadilla como en imágenes de Goya.

Muchedumbre que encontramos hoy en esquinas y suburbios, jamás la vimos en Xalapa en los años cincuenta, en ese entonces no recuerdo a más de cuatro pordioseros, que se concentraban en el llamado Centro Histórico, “El wama”, “la siete naguas,” “el seis dedos” y una anciana con su cuerpo cubierto de bolas, por fibromatosis de Von Rekclinhausen, que se ubicaba sobre una tabla con ruedas, en la banqueta de la calle de Lucio.

Estas vivencias me llevaron a reflexionar en nuestra ciudad del siglo XXI y me hizo evocar cómo eran las ciudades europeas de los siglos XVIII y XIX, nos separan dos siglos pero ¿las estamos igualando, o sólo son imágenes transitorias? ¿Víctor Hugo encontraría en nuestro México actual, imágenes como las que le inspiraron su mortal obra “Los Miserables” o Goya encontraría modelos de miseria para ilustrar otras “Pesadillas en negro”?… ¡quizá!

hsilva_mendoza@hotmail.com

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