Escribir es una actividad básica para el ser humano. Lo ha sido desde hace unos seis mil años o más. Marcas impresas en un soporte físico, sea piedra, cerámica, barro, madera, papel o, más recientemente, una pantalla de cristal líquido o equivalente. Las primeras versiones impresas de algún modo en roca perduran hasta nuestros días después de muchos siglos. Obviamente fueron un método primitivo que trataba de plasmar directamente la realidad: manos, animales y figuras humanas. Con el tiempo aparecieron otras estrategias.

Ante las limitaciones de representar directamente objetos y cosas, como las manos y animales, hubo que recurrir a métodos más sofisticados que permitieran contar historias, introducir acciones y sustituir la imagen de los objetos por equivalentes simbólicos, no solo más económicos de producir y reproducir, sino, además, de estandarizar, de modo que todos pudieran saber de inmediato lo que es una casa, por ejemplo, sin tener que individualizar ni detallar. Por otra parte se agregó la representación numérica, que permitió llevar conteos e inventarios. Algunas cosas muy complejas de representar, como el agua, se sustituyeron por símbolos.

Antes de pasar a signos abstractos muy complejos pasamos por los jeroglifos y sus variantes, como petroglifos y geoglifos de los cuales aún hoy estamos obteniendo información valiosa respecto de culturas pasadas. Los medios naturales directos, como piedras y suelos fueron sustituidos por barro, pieles, maderas, papiros, pergaminos y finalmente papel. Este último medio predominó por siglos, hasta la era digital. A partir de las tablillas de barro se sustituyeron los dibujos por símbolos abstractos representantes de los objetos. Se necesitó un paso más para agilizar el proceso, tanto en su producción, como en su interpretación, lo que se consiguió con los alfabetos.

Los sistemas de alfabetos permiten sistematizar y simplificar la escritura, de modo que ya no hay que dibujar el objeto, ni su símbolo, bajo los cuales hay una notable profusión de caracteres que complica mucho la escritura, pues hay que aprender cada uno, y llegan a ser muchos. La invención del alfabeto permite emplear alrededor de solo unos treinta elementos: las letras, con las cuales pueden armase miles y miles de palabras diferentes tan solo en un idioma. Los sonidos se asocian con letras y estas se organizan en palabras que representan objetos –sustantivos-, acciones –verbos-, modificaciones –adjetivos y adverbios- y relaciones –conjunciones, preposiciones, interjecciones, etc-.

La codificación del mundo y su contenido en palabras que pueden grabarse de manera duradera permite un nuevo poder: comunicar ideas, es decir, ponerlas en común entre amplísimos grupos de personas que además puede extenderse al futuro miles de años. La comunicación permite la coordinación de esfuerzos, con miras a lograr empresas de gran calado que superan la capacidad individual. Así, la escritura va indisolublemente ligada con la lectura, pues de poco sirve escribir si no hay lectores atentos.

Leer y escribir permiten incorporar a las personas al grupo social y a la sobrevivencia satisfactoria. Atrás quedaron los tiempos de la comunicación oral, sin lecto-escritura el grupo social no se sostiene. Sin embargo, no se trata de una actividad sencilla. En un principio solo unos cuantos privilegiados, los escribas, eran capaces de escribir y leer. Hoy pretendemos que todos seamos escribas. La alfabetización es la aspiración mínima para lograr la cohesión social, y con todo y eso es insuficiente ya. El mundo actual requiere lenguajes complicados que al menos hay que conocer y entender en sus bases para no ser algún tipo de analfabeta. Leer y escribir nuestro idioma ya no basta; al menos deberíamos tener un manejo básico a medio del idioma inglés, habida cuenta que esta lengua se ha establecido como herramienta global de comunicación; en ella se escriben y publican los últimos avances de las ciencias y de las humanidades.

Hay otros modos de expresión de los lenguajes que transmiten información vital. Así sucede con las matemáticas, con la información codificad en tablas, en gráficas, en instructivos y para manejo de dispositivos electrónicos y computadoras. No basta con saber leer y escribir, hay que ser capaz de interpretar una tabla con horarios y destinos de autobuses, trenes y aviones. Hay que saber interpretar gráficas, al menos simples, como polígonos de frecuencias. Hay que poder entender los diagramas e instrucciones de los aparatos eléctricos y electrónicos, o no podremos ni conectarlos ni encenderlos, mucho menos aprovecharlos medianamente. A muchos nos pasa con el teléfono celular: lo usamos para hacer llamadas y una que otra función básica, pero no extraemos otros beneficios que nos serían muy útiles.

Tan solo en la capacidad lectora y de comprensión nos vamos quedando atrás, pero esta es solo una parte de lo que deberíamos dominar. Lo mismo nos pasa con la lectura convencional, la que solo empleamos para  obtener información inmediatamente útil y poco usamos nuestra capacidad de leer literatura y ensayos, que nos proporcionarían otras utilidades más profundas, con mayor alcance y que al mismo tiempo son placenteras. Leer bien, tanto para nosotros mismos, como para los demás, es imperativo, pero esta tarea se ha hecho complicada para los más jóvenes; los que tenemos más edad no tuvimos tantos distractores como ahora existen. Al leer hacíamos una película mental con nuestros propios recursos imaginativos, pero ahora las películas ya están ahí, con vibrantes colores y espectaculares efectos especiales,  sonorizadas, musicalizadas y más fáciles de consumir que la letra impresa.

La competencia de los gráficos en movimiento cada día está más modulada por la tecnología y con mucho desplaza a la lectura, y si no, la transforma. Nos hemos acostumbrado a leer en el whatsApp: muy breve, casi sin redacción ni puntuación. Incluso han surgido novedades “literarias” como la tuiteratura (literatura en twitter), de modo que vamos perdiendo habilidad para leer textos largos, redactados de manera más elaborada; y los más jóvenes quizá no la van a adquirir porque el mercado de entretenimiento ocupa todo el espacio disponible y no la necesita. Si nos cuesta trabajo leer, más nos cuesta escribir.

Acostumbrados a chatear hemos dado en producir mensajes cortos, simples, sin redacción, sin marcar signos de puntuación, o usando solo la coma. Olvidamos el valor de los marcadores de puntuación y así los textos no solo pierden claridad, sino también profundidad y emoción. El texto breve y rápido es adecuado para las redes sociales, los miniteclados son incómodos, el tiempo es escaso, quizá lo que dura un alto del semáforo; proliferan abreviaturas y atajos. Por lo mismo casi todo se dice con pocos recursos, plano y directo. Pero esto no permite expresar pensamientos complejos ni profundos, tan solo facilita la practicidad y el entretenimiento. ¿Dónde y cómo habremos de expresar y transmitir nuestros sentimientos, reflexiones, aspiraciones y esperanzas? Ya hemos perdido en buena medida la tradición epistolar: ya casi nadie escribe cartas; tenemos las llamadas telefónicas, las videollamadas y los mensajes de texto. Son más rápidos y permiten insertar imágenes y videos.

El mensaje del chat es de rápida gestación, brota según se van desarrollando los acontecimientos y esto limita de alguna manera la profundidad y los posibles matices que normalmente resultan de pensar con calma lo que queremos decir. No se trata de denostar la comunicación práctica e inmediata del teléfono y sus asociados (videollamadas, whatsApp, facebook, instagram y otras), sino de darles el lugar que les corresponde e impulsar la lectura y la redacción formal, de la cual debemos esperar claridad y precisión. Para redactar correctamente se requiere pensar de forma correcta, lo que implica varios factores a considerar.

El primero de los factores a tener en cuenta empieza con el orden en que exponemos las ideas, que con frecuencia requiere ajustes para seguir una lógica. El cerebro continuamente genera ideas que aparecen en forma desordenada y se requiere revisar y reordenar. Acorde con el orden de exposición viene ligada la argumentación que apoya nuestras ideas: ¿son opiniones personales, de otros, o tenemos bases para afirmarlas? Otra opción que debemos considerar son los términos que usamos: ¿son correctos, precisos, dan la idea que queremos transmitir? También es importante revisar la ortografía y/o los errores de dedo, que de persistir, dan mala impresión del que escribe.

Me quiero detener finalmente en los signos de puntuación. Estos cuando los aprendemos se presentan como una pesadilla; más adelante los entendemos como reglas, un tanto nebulosas. Finalmente descubrimos en ellos un gran valor. En primer lugar, permiten separar las ideas por su importancia y su relación con otras antecedentes, como nos dejan ver claramente el punto y seguido y el punto y aparte. La coma separa ideas muy relacionadas, que sin embargo deben distinguirse. Y así cada signo. Cuando ponemos las ideas por escrito, separadas por los signos ya mencionados, podemos percibir un orden de exposición relativo a la forma de pensar, de modo que redactar es aprender a pensar y viceversa.

Al redactar debemos pensar en quien nos va a leer, así seamos nosotros mismos. ¿Se entiende claramente lo que queremos decir? Muchas veces solo al leer en voz alta nos damos cuenta de la fluidez y claridad del texto y las ideas subyacentes. Y ahora que introdujimos la lectura en voz alta nos damos cuenta de otro aspecto fundamental: los signos de puntuación nos marcan la pauta respiratoria. ¿Nos alcanza el aire cómodamente para llegar hasta la siguiente pausa –signo siguiente-? Si tenemos que forzar la respiración es que no estamos usando correctamente los signos. Pero no solo eso, sino que no estamos pensando correctamente: las ideas también deben aparecer de manera pautada, es decir, a intervalos adecuados que nos den idea de su importancia y relación.

Cuando escribimos de manera frenética, acelerada, en forma lineal y atropellada, vamos dejando en el camino un reguero, o un desierto de signos, lo que revela justamente lo tumultuoso de las ideas. Es necesario imponer orden a nuestro cerebro para que aprenda a pensar. Sí. Para que aprenda a pensar, es decir, generar ideas según convenga al tema que tratamos. Escribir es aprender a pensar y a hablar. Es aprender a darnos a entender, a facilitar a los demás que compartan nuestras ideas, es decir, comunicarlas, ponerlas en común. Escribir y redactar es un ejercicio para pensar mejor y los signos de puntuación son apoyos invaluables.

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