Este texto lo dedico a quienes leen y escriben solo por el placer de disfrutarlo.

Quizá en la vena tengo letras en lugar de plasma, porque sin que pueda detenerme escribo cuanto puedo, donde puedo y de lo que siento que debo, creo este es el quehacer mejor cumplido. En mis ratos de soledad, que son muchos porque los busco, le platico a mi confesor Darío, que es mi Diario.

Escribo sin cesar, tengo cientos de cuartillas celosamente guardadas en sitios diferentes evitando que formen bulto, pero a diferencia de otras cosas, siempre sé donde encontrarlas, todo se debe a una de esas neurosis compulsivas de las pocas que hacen bien, de rotular, alfabetizar, ordenar, tener espacios limpios entre legajos siempre ordenados y que, sin embargo, no son encontrados fácilmente por un buscador entrometido.

Es un placer hacer algo que me place, resguardarlo de la curiosidad impertinente, sin alterar el orden ni la estética del entorno del cofre que guarda confidencias, entonces su aposento debe ser hermético, insospechable y no debe ser percibido por intrusos que buscasen abrevar mis confidencias.

El apelativo de Darío es Alter Ego, considérelo común, como son Silva o Mendoza entre mortales, Darío Alter Ego es mi querido amigo confesor sin proponérselo, sino solo por intención del confesante lo que me parece adecuado para contar con espontáneo desparpajo mis alegrías, que hoy son muchas y residuos de resacas, que hoy son pocos.

Esta noche de noviembre de los albores del invierno, en mi estudio el rincón donde oculto a Darío, escuchando Adagios con oboe y violín de Tomaso Albinoni, abrí al azar varias fechas del pasado, leí el relato y comentario plasmados por mi letra sobre vetusto papel sepia, con finas rallas azules, que evitan desfasarse de la línea.

Reviví con emoción diversos sucesos que, cuando sucedieron, solo fueron incidentes de un día cualquiera, pero ahora que los reanimé con regocijo, cada instante del lejano pasado fue destello de mi juventud derramada en el camino.

Encontré pasajes ya olvidados en que, frente a mis padres, hermanos o algún amigo celebramos fechas con significado, bromas nos hicimos que hicieron brotar la carcajada, emitimos juicios, condenamos a personas o hechos que, en aquellos momentos, nos parecieron dignos de tal acto de “justicia plena”.

Hoy que han transcurrido muchos años desde las fechas que hoy disfruto en las vetustas páginas de Darío, sin hacer juicio solo puedo confesar a mi amigo Alter Ego, que, en el pasado, con facilidad hemos juzgado a personas, hechos, fracasos o conductas no aprobadas por nosotros, por la gran facilidad que tenemos los humanos para evaluar a nuestros semejantes con nuestra balanza, cuyo fiel siempre se inclina hacia nosotros.

Hoy en los albores de la octava, siento que a todos nos sucede, ya no juzgamos a persona alguna, hemos comprendido la actitud de cada una de las partes un conflicto y después del balance y conclusión, nos quedamos con nuestro propio veredicto, sabiendo ya ante quien estamos, tratando de comprender las raíces de sus acciones del presente y, a fin de cuenta, aceptar a las personas como son, sin pretensión de cambiarlas, porque todos tenemos debajo de la coraza cotidiana, un espíritu con mucho de celeste, “luminoso como el cielo”, que guarda las acendradas, “puras, sin defectos”, cualidades del alma humana.

Estas y otras conclusiones he obtenido de la lectura de mis textos reflexivos, escritos hace diez, veinte o cuarenta años, en las páginas de Darío cuando eran tersas y lozanas, como entonces lo era yo.

Escribir en un Diario íntimo en la soledad de la noche, cuando solo nos acompañan  “los sonidos del silencio”, escuchando “Adagio in sol minore” de Albinoni, “Nocturno” de Chopin o “Para Elisa” de Beethoven, acompañado de una taza de café de Coatepec o una copa de vino tinto  de cepa, el alma humana escribe trasmitiendo a la mano confesiones y esperanzas sin tasa ni medida, que quedan ahí, como “cosas de la vida” y suelen guardarse en el olvido, hasta que otra noche de una época posterior muy distante, al abrir al azar esas páginas las “cosas de la vida” se han  convertido en momentos únicos que solo una vez vivimos.

Cuando se lee el diario, la reflexión espontánea nos hace valorar aquellas decisiones y sus resultados a la larga, hoy sabemos si hicimos mal o consideramos que nuestros veredictos fueron producto de la inexperiencia, pero lo hicimos creyendo que era lo adecuado, entonces la aceptación sustituye a la culpa y quizá propicie el perdón, pero quizá no el olvido.

La historia guarda a diversos personajes cuyas obras literarias fueran sustentadas en anotaciones en sus diarios personales, como la inolvidable Anna Frank que narraba a su diario al que llamaba “Kitty”, sus penurias de más de dos años de encierro en el Achterhuis, “casa trasera” en holandés, hasta su muerte por tifo, en el campo de concentración en baja Sajonia, entre las ciudades de Bergen y Belsen. Conmociona su lectura.

Franz Kafka, escribió celosamente su diario personal, precursor del existencialismo cuyas obras “Metamorfosis” y “Carta al padre” han trascendido, inclusive influido en pensamiento de escritores distinguidos por la historia como, Gabriel García Márquez, Premio de literatura Nobel 1982 por la seductora obra “Cien años de soledad”, José Luis Borges, maestro de la “mezcla de la prosa y verso”, premio Miguel de Cervantes, 1979. El término “kafkiano”, hoy es universal para conceptuar lo insólito, absurdo y angustioso.

Miguel de Unamuno siempre escribió su diario personal, escritor y filósofo candidato al Nobel de literatura 1935, por ser representante importante del “pensamiento y espiritualidad del pueblo español” mas no se le concedió por haber llamado a Hitler “un deficiente mental y espiritual”.  Su libro, “El sentimiento trágico de la vida en los hombres y en los pueblos” es una obra contundente. En 1991 recibió el premio Miguel de Cervantes.

Jean Paul Sartre, el francés existencialista que rechazó el premio Nobel de literatura por no estar de acuerdo con la política de las grandes potencias mundiales, en el mantenimiento de la “guerra fría” y al aceptarlo “se sentiría simplemente como parte de una institución”.

Grandes académicos han llevado un diario, yo no lo soy, pero me gusta, por ello lo hago y recibo día tras día el placer de retroceder en el tiempo y disfrutar momentos de mi vida que había olvidado y me permiten valorar mi decisión del ayer y su repercusión en el hoy.

A lo largo de mi vida larga y corrida, no he encontrado una sola persona que lleve un Diario personal con paciencia y atingencia anotando sentimientos del momento en que escribe. Con respeto transparente, “que nada oculta”, les digo, han desdeñado un bien que con el tiempo habría transformado ese disfrute de recuerdos en millar de perlas libres, sin collar que las limite, que hoy iluminarían su existencia.

silva_mendoza@hotmail.com

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