Los seres humanos solo tenemos dos cosas en común, hemos nacido y moriremos. A nadie le preocupan los detalles de su nacimiento, pero la inminencia de la muerte es algo diferente, la certeza de morir algún día es un evento preocupante y rodeado de misterio.

Debemos reflexionar serenamente acerca de ese momento inevitable que queremos sentir distante y aceptarlo con la filosofía de la madurez frente a lo imposible, sin embargo con pensamiento positivo constante de que todo nos saldrá bien, así de simple, lograremos una apacible actitud de espera y aprenderemos a disfrutar más cada minuto, las cosas simples de la vida que hoy tenemos.

Los seres humanos hemos sido injustos con la muerte, la consideramos un siniestro espectro cegador, con guadaña que aguarda en algún rincón obscuro, cuando no lo es. Debemos considerarla el enlace con la otra vida, que se encuentra más allá de la que hoy tenemos. Filósofos, escritores, científicos y gente común, hemos reflexionado sobre la muerte y lo que nos puede esperar después de morir.

Los escépticos niegan la transición entre vida y muerte, están convencidos de que la vida se termina y ya, el ser humano dejó de existir en su totalidad física, anímica, pasa a ser solo un despojo y después, un recuerdo. Otro gran conglomerado de seres humanos cree en la existencia de otra vida, extra terrenal, espiritual, eterna y apacible.

Reflexionemos otra vez, ahora contemplando la inmensa bóveda celeste salpicada de estrellas cintilantes cuyos destellos llegan hoy a nosotros, pero salieron de su origen hace 1000 años a la velocidad de la luz en el espacio de 300 mil kilómetros por segundo. El universo es infinito, en equilibrio sempiterno de millones de millones de electrones que viajan con actividad vertiginosa a través del cosmos (del griego kosmen, “todo lo creado en orden”, antagónico del caos).

Nuestra galaxia, Vía Láctea, contiene 200 mil millones de estrellas, nuestro sol solo es una de ellas (Stephen Hawking, “Breve historia del tiempo”, Ed. Crítica, México, junio 2014).

El universo del que tenemos información no es único, existe un número infinito de universos semejantes entre sí, cuyas extensiones son inconmensurables y en el cosmos constituyen el multiverso (Stephen Hawking, “Journal of high energy physics”, mayo, 2018).

El planeta Tierra alberga actualmente a 7 mil 954 millones de seres humanos (Fondo de población de la ONU, 2022) y solo es una minúscula molécula en el inimaginable e insondable multiverso. ¿Somos tan soberbios en pensar que somos los únicos seres vivientes y efímeros en ese colosal conjunto sempiterno de “todo lo creado”, el cosmos?

No es lógico que la inteligencia cósmica creadora de esta magnificencia, habiendo creado al ser humano, en general inteligente, espiritual, animado por un hálito vital que le permite pensar, amar, cuyos ojos son capaces de proyectar sentimientos solo con su brillo, todo un portento, y que esa inteligencia, esa vida puedan suprimirse para siempre en el momento de la muerte, como se apaga un cirio.

Es razonablemente cósmico que la muerte del ser humano sea solo un giro hacia una nueva forma de existencia predestinada, entonces la razonabilidad filosófica de la ciencia nos permite tomar una razón práctica con todos estos argumentos, es posible la existencia de una prolongación de la vida, mas allá de la terrenal.

La imaginación es una ventana a lo imposible, entonces aceptemos que hubiese una posibilidad de burlar la muerte, ¿se imagina usted el afán con que mucha gente buscaría esa oportunidad?  y suponiendo que logran esta utopía, al correr del tiempo esas personas llegarían a ser desdichados al envolverse en el creciente tedio de una existencia eterna, entonces, el final antes temido llegaría a ser una esperanza perseguida. La muerte es un final natural y necesario, designado por una inteligencia cósmica y divina.

En 58 años de actividad profesional asistí a numerosos pacientes en el momento de morir, muchos lo hicieron en paz, animados por sentimiento de aceptación tranquila más que resignación, porque habían considerado y aceptado que el momento llegaría por destino manifiesto, en paz consigo mismos, reivindicados con su vida, entregándola con apacible comunión. Muchos otros… todo lo contrario y en estos habría que hurgar en su experiencia de vida que labró la altura de su espíritu y encontraríamos una existencia con frustraciones y desamor y fracasos sin redención.

La forma de vivir condiciona la forma de morir, no me refiero a la forma higiénica corporal que es fundamental, sino al área del espíritu y la emoción. Mi abuela Vito, que descansa en paz desde hace sesenta años decía, “El que vive con Dios, con Dios muere”.

En el transcurso de nuestra vida cuando hay amor en el hogar, comunicación con los padres, y las relaciones cordiales con nuestros semejantes delinean nuestro carácter psicoemocional, capacidad de interactuar enfrentando los problemas con optimismo, nunca pensando en la derrota, ni aún en la muerte, es decir siempre bajo el poder del pensamiento positivo.

Norman Vincent Peale en su extraordinario libro “El poder del pensamiento positivo”, Ed. Océano, 2021, emite este corolario, “El secreto para el éxito en la vida es saber lo que quieres, creer con firmeza que lo alcanzarás y lo lograrás”.

Siendo la muerte un evento inevitable en algún momento de nuestra vida, construyamos un pensamiento positivo que nos dé el poder de considerar el final de nuestra vida, como algo que esperamos que llegue en la mejor de las formas, apacible y habiendo cumplido la misión en la vida que nuestro pensamiento nos dictó.

El poder del pensamiento positivo nos llevará a esperar que el telón caiga, después de haber disfrutado plenamente de cada acto de la película de nuestra vida y salir de ella, tranquilos a disfrutar lo que más allá de la gran puerta nos espera.

Anita Moorjani en su libro “Morir para ser yo”, Ed. Gaia 2012., describe su experiencia ante la cercanía de la muerte, la que nunca llegó, y nos cuenta su despertar luminoso en un testimonio espiritual lúcido, congruente, un poderoso pensamiento que reanima a vivir.

Stephen Hawkin surfió esclerosis lateral amiotrófica que lo incapacitó físicamente por 54 años, pero desde una silla electrónica desarrolló una mente excepcional, descubriendo secretos del multiverso. Murió en paz con su familia, sabía cuál era su destino y jamás renegó.

“Quiero demostrar que la gente no debe estar limitada por discapacidades físicas, siempre que su espíritu no esté discapacitado”, Stephen Hawking.

La madre Teresa murió a los 87 años, después de varias intervenciones en corazón, trabajó con amor y optimismo a favor de los desvalidos del mundo hasta el último momento, poniéndose metas que siempre consiguió, siempre dijo, “Soy el lápiz de Dios, él dicta y yo escribo”, a pesar del deterioro de su corazón, su muerte fue apacible, con una sonrisa.

Nelson Mandela, el diler libertador africano, sufrió varios años una enfermedad pulmonar, nunca se arredró y recordamos un pensamiento suyo en los últimos años de su vida, “La muerte es inevitable, cuando un ser humano ha hecho lo que consideró su deber morirá en paz, considero que he hecho ese esfuerzo, entonces moriré y dormiré tranquilo por toda la eternidad”.

La ciencia siempre tiene un espacio a la conciencia espiritual y congruencia emocional.

hsilva_mendoza@hotmail.com


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