Por David Marín Cruz

La humanidad ha presenciado eventos significativos, muchos de los cuales son considerados hitos en la búsqueda del bienestar de la población. Sin embargo, la historia también documenta actos violentos que revelan la capacidad del ser humano para utilizar estos logros en detrimento de sus semejantes. Aunque hay muchos ejemplos, la guerra siempre será la representación perfecta para explorar técnicas de sometimiento que generen “Desesperanza Aprendida”.

En películas que retratan el Holocausto, es posible observar a una gran cantidad de personas aprisionadas, maltratadas y separadas de sus seres queridos. Estos tratos, en una situación de injusticia habitual, podrían desencadenar respuestas de defensa o lucha contra los agresores, pero en los campos de concentración es más complejo debido a la falta de individualidad alentada en estos centros de reclusión.

También es importante tener en cuenta las represalias tan arbitrarias que surgían por parte de los guardias, presentes en situaciones de desobediencia pero aún más en momentos de tranquilidad o intimidad, lo que finalmente orillaba a la víctima a guardar silencio.

Un entorno hostil como este es una oportunidad adecuada para que la persona adopte una postura pasiva o de indefensión debido a la falta de estrategias de afrontamiento contra situaciones de alto riesgo. Esto resultaba funcional para los encargados de los centros de concentración, ya que les ahorraba la necesidad de contener a una multitud de presos en caso de una rebelión.

De aquí surge la siguiente pregunta: ¿Esto sigue pasando?

La respuesta es sí, y solo basta con observar a esa persona callada al fondo del aula que recibe bullying todos los días por parte de sus compañeros, a esa joven que niega los maltratos de su pareja o a ese niño que solo llora cuando se le pregunta cómo es la convivencia en su casa.

Es notable la incapacidad de expresar una sola palabra relacionada con el tema del maltrato, llegando al punto en el que estas personas son más propensas a desarrollar problemas estomacales, trastornos del sueño y complicaciones cardiovasculares debido a la cantidad de estrés que experimentan. Por lo tanto, es importante no menospreciar los problemas de otras personas ni minimizarlos. Estos cambios pueden comenzar con gestos de solidaridad entendiendo las dificultades que el o la afectada enfrenta, sin presionar ni exigir respuestas inoportunas que solo desencadenen un efecto contraproducente en la alianza que se está desarrollando para pedir ayuda con profesionales de la salud mental o, en su defecto, con las autoridades de seguridad pertinentes.

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