Por Pedro Chavarría Xicoténcatl

La compartamentalización es una estrategia muy extendida, tanto en sistemas físicos como biológicos, especialmente en estos últimos. Los humanos la hemos aprovechado y la aplicamos en sistemas de organización y  producción. Se refiere a la estrategia que separa el espacio disponible en áreas más pequeñas encaminadas a funciones diferentes. Como en el caso del cuarto redondo que alberga todas las actividades familiares en un solo espacio, lo que conlleva frecuentemente a quemaduras en los niños y a que estos presencien las actividades sexuales de los padres. Debemos tomar en cuenta que el universo entero no es solamente un conjunto fabuloso de objetos, sino que estos interactúan entre sí, a lo que llamamos funciones. Unos objetos influyen sobre otros y se producen cambios.

Lo más importante del universo es que funciona. Esto puede verse a todos los niveles, desde los átomos y partículas subatómicas hasta el nivel de galaxias y cúmulos de estas, pasando por los sistemas solares compuestos por estrellas y planetas y, sobre todo, por sistemas biológicos. Tal parece que todos los niveles (lo muy grande, lo muy pequeño y lo muy complejo) interactúan entre sí, aunque no siempre sea muy evidente, o al menos no lo podamos ver. Las reacciones de fusión nuclear, no solo de nuestro sol, sino también de lejanísimas estrellas, influyen en los organismos vivos, y tanto los sostienen, como los destruyen.

Hoy en día buscamos evidencia de vida extraterrestre y empezamos por identificar nichos específicos. Hasta hoy nos parece que se requieren planetas, al menos parcialmente rocosos, cercanos, pero no demasiado, a una estrella, donde esta proporcione energía que pueda impulsar, pero no destruir, reacciones químicas complejas, propias de los seres vivos, así como que la temperatura producida por la radiación estelar no evapore el agua y le permita existir en estado líquido. Así vemos cómo el universo es un inmenso mecanismo donde grandes estructuras estelares  generan energía a partir de componentes muy pequeños –ultramicroscópicos- con la que se desarrollan y sostienen seres vivos. Basta alterar cualquier componente para que los demás acusen efectos, generalmente negativos. El equilibrio es asombroso.

Componentes es una palabra clave. Hay un todo –el universo- pero este como tal no puede funcionar de manera sofisticada como se requiere para generar vida. Una sola cosa puede hacer poco. Pero si la dividimos –compartamentalización-, surgen tantas o más posibilidades de función, como componentes separados tengamos. Tampoco la separación debe ser absoluta, pues se pierde la posibilidad de interacción –funciones-. Los componentes deben ser capaces de comunicarse, es decir, intercambiar partes, por pequeñas o grandes o inmateriales que sean. El meteorito caído en Chicxulub, al que se le atribuye la extinción de los dinosaurios, nos llegó de fuera en un intercambio ciertamente impactante. El sol nos envía energía. Los vegetales nos aportan nutrientes y unas células fabrican lo que otras necesitan. El intercambio es la base de la función.

Las estrellas, uno de los compartimientos más grandes que conocemos, liberan energía. Los planetas y satélites la captan y la almacenan. Las células a su vez también la captan y la manipulan para impulsar reacciones químicas que dan lugar a lo que llamamos vida. Dentro de las células existen otros compartimientos menores que realizan distintas funciones al albergar diferentes grupos de enzimas y las correspondientes reacciones bioquímicas. La clave del universo es la compartamentalización, como se puede constatar en los diferentes niveles. Es evidente que el trabajo se hace de manera especializada en diferentes espacios y que todos los productos están relacionados entre sí. Las partes integran al todo. Pretendemos que el todo se explica por las partes –reduccionismo-, aunque a veces resulta que el todo es más que la suma de sus partes. Parece un trabalenguas, pero entender estos conceptos y sus relaciones ha sido crucial en la historia de la humanidad, en particular en el desarrollo de la ciencia.

Los todólogos hace tiempo que ni existen ni dan grandes resultados. Los especialistas –particularistas- han realizado mayores aportaciones. En alguna época histórica un hombre fabricaba todo lo necesario para vivir: su propia casa, sus armas y herramientas, sus alimentos, sus ropas, sus transportes, etc. Pero esta resultó a la larga una muy mala estrategia: ni le alcanzaba el tiempo para todo, ni dominaba todas las técnicas y habilidades necesarias para obtener productos de alta calidad. Tan solo hacer una punta de flecha de piedra puede tomar a un hombre actual varias horas. La división del trabajo permite la especialización, o sea, el dominio en algunos asuntos específicos, lo que hace mucho más eficiente la producción. Cuando atendemos a la compartamentalización resulta claro que la división del trabajo –especialización- es una consecuencia de que hay diferentes espacios, separados y comunicados a la vez. Recordamos grandes hombres que fueron grandes matemáticos, filósofos y artistas, lo mismo pintaban que esculpían y construían magníficos edificios y podían ser músicos y poetas. Eso se acabó hace siglos, surgió en el Renacimiento y se agotó.

Quizá el más sofisticado de los inventos que vemos en el universo es la membrana celular. Esta permite dividir todo lo existente en dos “paquetes” básicos: el “interior” y el “exterior”. En el paquete interior suceden eventos que afuera no, así que este resulta un espacio privilegiado, realmente único. Le llamamos célula, o citoplasma para ser más precisos. Durante un tiempo se dijo que las células tenían tres componentes: membrana, citoplasma y núcleo, pero ahora ya sabemos que no: las bacterias son células y no tienen núcleo –procariontes-. Nuestros glóbulos rojos tampoco tienen núcleo. Resulta entonces que la célula tiene un componente fundamental: la membrana plasmática. Todo lo que quede dentro será el citoplasma, y lo que está fuera, el resto del universo.  Fantástica división de todo lo existente.

El citoplasma, espacio en que se desarrollan las reacciones químicas que hacen posible la vida, es un derivado. Lo primordial para la vida, y para todo el universo, por extensión, es la membrana, que delimita un compartimiento maravilloso que alberga la vida. La membrana aísla, al tiempo que intercomunica, al líquido intracelular, o citoplasma, con el exterior, de modo que toma todo lo que necesita –nutrientes- y le transfiere lo que ya no necesita –desechos-. El ciclo vital consiste en acoplar las dos funciones: tomar y eliminar. Lo tomado o ingerido se transforma y lo sobrante se elimina. Si se desacoplan o desequilibran estas tres acciones (tomar, transformar, eliminar) sobrevienen la enfermedad y la muerte.

Pero tampoco pretendemos que la célula sea el compartimiento último. Esta se subdivide en compartimientos internos más pequeños, delimitados también por membranas, llamados organelos, aunque unos pocos no son membranáceos. De aquí resulta que la vida se desarrolla en espacios membranáceos, separados e intercomunicados a la vez, donde se favorecen, mantienen y regulan reacciones químicas complejas, que en general llamamos metabolismo. Mitocondrias, lisosomas, retículo endoplásmico, envoltura nuclear, aparato d Golgi, son compartimientos membranáceos cuyo contenido se puede regular de modo muy preciso. La vida depende de un sistema membranáceo que protege reacciones químicas, mismas que de modos muy complicados y hasta misteriosos generan lo que yo tengo por mí.

Yo soy el resultado del trabajo especializado de millones de células divididas en compartimientos especializados en mantener reacciones químicas dentro de rangos de variabilidad muy precisos. Esta aseveración va mucho más allá de afirmar que solo soy un conjunto de reacciones químicas. No solo son transformaciones moleculares –función-, también cuentan la célula y sus organelos –estructura-, pero aún queda más. Ya apuntábamos que algo misterioso hay en todo ello. Desde la ruptura controlada de una molécula, hasta la idea de que yo soy yo, hay conexiones que no hemos entendido bien. Se han disecado infinidad de cerebros sin encontrar el asiento del yo, del estado de autonciencia. Lo que sí sabemos es que si alteramos suficientemente las reacciones químicas y las estructuras celulares, todo estado de conciencia se pierde o trastorna.

Necesitamos química, necesitamos biología para ser nosotros, lo que no quiere decir que solo seamos reacciones químicas y membranas. Necesitamos el sustrato estructural y funcional para ser entes pensantes, capaces de amar, de imaginar, de crear y de encontrarle sentido al universo que nos rodea. Dentro de cada neurona de nuestro cerebro y entre ellas interconectadas en redes –no sociales, sino neuronales- se producen intercambios de microcorrientes eléctricas, entrada y salida de átomos, y como consecuencia, respuestas. Todos los seres vivos tienen la capacidad de responder –irritabilidad-, pero nosotros respondemos en diferentes niveles, desde el arco reflejo que se produce cuando tocamos accidentalmente un objeto caliente y retiramos la mano sin saber bien por qué, hasta la composición de una melodía, o una pintura, o una ecuación matemática.

Estímulos externos se interiorizan, se codifican de manera todavía poco clara y quedan en nuestros cerebros, forman un mundo interior de recuerdos, de imágenes, sonidos, olores, sabores y sensaciones con las cuales nos autoestimulamos y generamos más respuestas complejas, que a su vez … No hay fin, mientras no se altere la estructura neuronal y sus funciones, de lo contrario se perderá contacto con el exterior y en el interior, como parece suceder en el Alzheimer. De cualquier modo, somos el resultado de la compartamentalización intercomunicante. La verdadera riqueza del universo está en los intercambios, o al menos en transferencias unidireccionales que vienen a recalar a nuestras redes neuronales. De algún modo la galaxia permite estabilidad a nuestro sistema solar, que a su vez estabiliza a la Tierra, y dentro de ella, a nosotros, nos proporciona agua, nutrientes, calor, oxígeno y un nicho estable donde se materializa el fenómeno extraordinario que llamamos vida.

La estructura –membranas y células- permiten y mantienen la función –metabolismo-, que a su vez mantiene las estructuras. Desde el punto de vista biológico no hay más, pero la misma biología ha inventado las redes neuronales y con ellas, los pensamientos y una vida interior extraordinaria. Sin compartamentalización no habría pensamientos ni cultura. Queda por ver si hay otros entes o sistemas pensantes capaces de lograr un nivel equivalente o superior. Solo conocemos a los seres vivos que habitan este planeta.

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