Por Humberto Silva Mendoza

Hace unos días, no quiero recordar cuando, murió un ser humano de los que no se olvidan  y que no deben irse a la edad en que perdimos a Héctor Pedro Montes de Oca Flores, hombre honesto, fotógrafo excelso y ser humano de excepción. Ya descansa en paz en el lugar sin límites, donde nos volveremos a ver

Bello es recordar.

Cantina de mi barrio, el “hoy de mi ayer”, que no volverá

Evocar alguno de los recuerdos de nuestro pasado, nos trae momentos de “alegría melancólica”, que es bálsamo de recogimiento en esta época plagada de conflictos socio económicos y corrupción política en nuestro país.

El tiempo pasa, los recuerdos remotos, reaparecen en el panorama de la edad madura y la vejez. Imagínate la emoción que tendrías si en este momento tuvieras ante tus ojos imágenes de lo que hiciste, el mismo día que hoy, en este mismo mes, de hace setenta y dos años, (“el hoy de tu ayer”)

Una madrugada de la semana anterior disfruté la emoción, porque hojeando al azar mi Diario personal, leí la reseña de un día de mi vida de un noviembre, cuando era un chamaco de 14 años de edad, en 1952.

El escritor de libros infantiles Theodor Seuss, (EEUU, 1904-1991), decía; “No reconocemos el valor de un momento cualquiera de hoy, hasta que el paso de los años lo transforma en bello recuerdo”, gran verdad, con el paso del tiempo esos recuerdos se vuelven tesoros cuya evocación reanima el espíritu.

Xalapa de 1952 era una pequeña ciudad que tenía no más de 70 mil habitantes, tranquila y cubierta por la niebla de septiembre a febrero de cada año. De marzo a agosto, el clima era fresco, como si todo el dia fuera la mañana.

 

Mi padre hacía la “lista de raya” en las oficinas de los FFCC. ubicadas al inicio de la calle Allende, donde actualmente esta la Clinica 66 del IMSS.

Como buen ferrocarrilero era fiestero, por ello su labor de paga al personal se acumulaba y debía trabajar hasta altas horas los últimos días de la quincena.

Yo le llevaba a mi padre, de comer y cenar con canasta y “portaviandas” metálico, caminaba del Dique a la estación. Mi papá comía y yo regresaba a casa caminando por Allende, Leona Vicario y Belisario Domínguez, calles provincianas, solitarias, a veces horadadas por el ruido del motor de algún cochecito Ford modelo 1948.

Un atardecer de noviembre, no encontré a papá y tenía el encargo de pedirle “el gasto semanal”. Preguntando entre los rieles alguien me dijo dónde estaba. Lo encontré en su lugar preferido cuando terminaba la “lista de raya” quincenal, la cantina “La bohemia”, en Allende y Leona Vicario.

Mi padre departía en una mesa con tres amigos y un señor delgado, de cabello crespo, delineado bigote y lentes de grueso cristal que se mostraba incómodo con su prótesis dental, la que un par de veces amenazó con salir de su boca y el señor la detuvo, dando una especie de dentellada de rescate, el era quien también cantaba, no tan bonito como la guitarra que tocaba.

Un cigarrillo colgaba de sus labios mientras desgranaba de su guitarra un requinto que nunca lo olvidaré. Permanecí absorto escuchando aquel acorde mágico, hasta que la voz de mi padre me volvió a aquella cantina a la que había entrado sin permiso.

Papá me dio unos billetes y dijo a sus amigos, “les presento a Beto, mi hijo el mayorcito”, volteó hacia mi y dijo “ahora váyase a casa, su madre debe estar con el Jesús en la boca”. A sus cuates los conocía, al señor de la guitarra nunca lo había visto. Me retiré de la cantina y ahí terminó aquel momento.

Pasaron diez años, en 1962 estudiaba en la UNAM, ciudad de México. Una noche al llegar a casa, mis padres y hermanos disfrutaban el famoso programa de televisión “Cuerdas y guitarras”, los protagonistas eran Antonio Bribiesca guitarra mexicana, Claudio Estrada romántica, Ramón Donadío clásica y David Moreno guitarra española, célebres guitarristas en aquella época.

En la pantalla vi con asombro a aquel amigo que papá me presentó doce años antes, en la cantina de barrio del hermoso Xalapa provincial, era el gran guitarrista y compositor Claudio Estrada Baez creador de famosas canciones como “Contigo”, “Todavía no me muero”, Albricias” y muchas más. Inolvidable recuerdo que resurgió al hojear mi querido Diario.

Siempre he disfrutado el placer de recordar, evocar al pasado no es regresar a él, es volver a vivir momentos sencillos de ayer, que hoy son recuerdos invaluables, atesorados en lo profundo del espíritu.

“Recordar es volver a vivir” expresión para algunos cursi, porque no han sabido disfrutar la historia de su vida, o quizá por contener heraldos de malos recuerdos. A quienes les gusta recordar para volver a vivir lo que nunca volverá, les hará disfrutar momentos que ayer fueron cualquiera y hoy son imágenes de instantes fugaces que nos devuelven pavesas de nuestra vida y dejaron huella profunda en nuestro espíritu y corazón.

Desde este momento que me lees, te deseo Feliz año, vive intensamente para dejar recuerdos que en tu madurez o vejez, revivan momentos de alegría y paz de tu juventud, que es fugaz… y nunca vuelve.

hsilva_mendoza@hotmail.com

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