Desde tiempos inmemoriales ha existido la oración, bien hacia los dioses de la naturaleza, bien hacia deidades más complejas, como en las religiones monoteístas. Pero el caso es que la oración suele entenderse como una vía de contacto con la divinidad, bien sea uni o bidireccional. Más allá de este nivel místico-religioso, existe la posibilidad de un abordaje científico, en el que nuestro cerebro juega un papel preponderante, sin menoscabo de la primera posibilidad. Todos podemos abordar lo científico y seguir creyendo en una entidad superior que escucha y atiende nuestras peticiones y reflexiones.
Se ha entendido la oración como el acto de elevar nuestra voz o pensamiento hacia un Ser Superior. El mensaje enviado puede tener tres propósitos fundamentales: petición, búsqueda de consuelo o agradecimiento. La búsqueda de consuelo es básicamente una petición, desde resignación hasta la posibilidad de sentir la cercanía de un protector, que decida lo que decida habremos de aceptar incuestionablemente –Dios sabe por qué hace las cosas-. Bien puede suceder que el que ora busque un favor específico e insista porfiadamente con la intención de lograr su cometido, aunque sepa de antemano que naturalmente es algo imposible, que para eso se pide, para lograr lo que los recursos humanos no han de conseguir. Aquí, los que piden se separan en dos grupos: los que se avienen a la decisión divina, y los que insisten mientras no logran lo deseado.
En este último caso, los que porfían, recurren a algunas estrategias, entre ellas la insistencia personal y la confianza en que serán escuchados. Por otra parte, han existido desde hace tiempo las famosas cadenas de oración-petición, incrementadas ahora por las redes sociales. Antes había que ir casa por casa o recurrir al servicio postal; ahora basta con lanzar un mensaje electrónico a todos los integrantes de un grupo. Suele enfatizarse en el mensaje –en papel o en electrónico- que la cadena por ningún motivo debe interrumpirse, de modo que el que la recibe queda en cierta manera obligado a incorporarse a la cadena. En algunos casos, cada vez menos, la falta de adhesión amenaza con ocasionar castigos y desgracias. En otros se alude a la antigüedad de las comunicaciones, con la intención de propiciar su conservación.
En otros casos se plantea una meta, es decir, existe un número de mensajes que deben lograrse, en ocasiones hasta con fecha, lo cual, nuevamente, busca convencer a cada vez más individuos de unirse al grupo de oración que pide alguna gracia. Esta situación, si bien se mira, es un tanto tambaleante: supone que se requiere un número mínimo de peticionarios para conseguir el efecto, o al menos para ser escuchados. La pretensión de que la divinidad atienda según el número de solicitantes no parece justificada, ni tampoco que se necesiten muchas voces para que el ruego llegue a destino. La voluntad divina no estaría supeditada a presiones de masas, como suele suceder con los gobernantes civiles. En toda situación que vivimos existe un designio superior que no conocemos.
Pretender cambiar un designio, detener un evento natural, o humano es algo realmente impactante. Muchos fenómenos obedecen a leyes naturales con las que siempre ha obrado el universo, las cuales la divinidad ha creado/permitido, de modo que pedir una suspensión o alteración de ellas es algo realmente muy serio y que en un momento dado evidenciaría la necesidad de corrección continua de un Plan Divino, sobre todo si tomamos en cuenta los millones de personas que día a día piden la intervención suprema, frecuentemente contra las leyes naturales. ¿Acaso nuestro plan es mejor? Sin tomar en cuenta que muy fácilmente las peticiones de diferentes personas y grupos pueden ser antagónicas y al beneficiar a unos, perjudican a otros, lo que de paso nos lleva a considera que hay cosas que no se deberían pedir, como el caso de que nuestros adversarios se confundan –Dios confunda a mis enemigos- para que nosotros podamos triunfar, no por nuestros méritos, sino por la confusión divinamente producida en el otro.
Tomemos el caso de aquellos niños Tailandeses atrapados en una caverna inundándose. Por esas épocas me llegó una cadena pretendiendo reunir un determinado número de peticiones para que fueran salvados milagrosamente y no perecieran ahogados. Una vez más: ¿se requiere un mínimo de peticiones para ser escuchado? O más complicado aún: ¿Dios propició el atrapamiento? ¿Estaba Dios distraído cuando se estaba gestando la tragedia? ¿O bien, Dios lo vio todo y no hizo nada para evitarlo? ¿O Dios no pudo evitarlo? No hay salida fácil para ninguna de estas y otras preguntas. O bien Dios no es benévolo, o no es omnisciente, o es indiferente, o no es omnipotente. ¿Y si nos hace caso, entonces es voluble? ¿O nosotros podemos corregirle la plana? Para colmo, en el intento de salvar a los niños, un rescatista murió. En todo caso, lo que puede pedirse es que los rescatistas tengan la inteligencia y capacidad de solucionar el apuro con sus propios recursos, sin apelar a modificar las leyes naturales y sabiendo que el designio divino habrá de cumplirse, por doloroso que sea, y sin que lo entendamos.
Antes de pedir que Dios –Deus ex machina- resuelva todo tipo de situaciones comprometidas, nosotros debemos poner en juego todos nuestros recursos, con la firme intención de lograr el objetivo, siempre con la idea de que la última palabra no es nuestra. Habrá quien atribuya estos resultados inesperados a mecanismos naturales no considerados o de muy baja probabilidad. Habrá quien los atribuya a Dios, si fueran ventajosos, y callará si no lo fueran, pues no podría explicar que Dios haya decidido un infortunio, en especial cuando se trata de inocentes. Pidamos que la capacidad cerebral que Dios mismo nos haya instalado, sea suficiente para resolver cada vez problemas más complejos y pongamos en juego toda clase de medidas preventivas para evitar en la medida de lo posible todo tipo de tragedias. Sepamos, primero, los riesgos de la empresa que pretendemos acometer –explorar cavernas, escalar montañas, cubrir distancias, realizar maniobras complicadas, enfrentar incluso la incertidumbre- y tomemos las medidas pertinentes antes de empezar. Si empezamos sin tomar las precauciones del caso, habremos de pagar las consecuencias.
La mejor herramienta que tenemos es nuestra capacidad de aprender y de manipular la naturaleza, desde fabricar una punta de flecha, o un hacha de mano, hasta desviar un meteoro de su trayectoria natural, y a ello debemos atenernos. Si hubiera un designio divino de que perezcamos todos, o casi todos, a consecuencia del impacto con un gran meteorito, eso no lo sabemos, pero sí podemos con nuestros recursos mentales y tecnológicos tratar de desviarlo. Bienvenidos los rezos y oraciones destinados a pedir que nuestros científicos y técnicos nos libren de las consecuencias fatales y a dar gracias por haber logrado esquivar el accidente. Rezos y oraciones encaminados a mover la voluntad divina serían poco útiles. A un Ser Supremo no le suceden cosas por casualidad.
No perdamos de vista que las religiones son una forma de control social desde los albores de la humanidad, brindan consuelo y esperanza ante un universo que nos alberga y protege, igual que conspira en contra nuestra, y que los individuos menos favorecidos por la naturaleza o por sus dirigentes deben tener un asidero que les permita organizar sus vidas, ser útiles para sí mismos y para los demás. El mínimo, y a la vez más sólido, es la religión. Tras este viene el nivel educativo y a continuación el laboral. Estos tres estratos básicos preparan y desarrollan a las personas, pero más allá de la posición socio económica y educativa, lo que cuenta es el desarrollo mental.
No hay habilidad física que permita un verdadero desarrollo personal sin que vaya guiada por una alta capacidad mental, dentro de la cual el estado de conciencia juega un papel central, ya que permite al individuo centrarse en sí mismo, y a partir de ahí, en los demás. Una clara consciencia de quién soy es fundamental para contribuir al progreso del grupo al que pertenecemos, de modo que podamos participar en la toma de decisiones, más que perdernos dentro del grupo y seguir instrucciones. Si aprendemos a concentrarnos y profundizar en nuestro interior podremos ver muy a lo lejos y anticipar riesgos y oportunidades; y ante la necesidad de orar, comprender que más allá del destino elevado de nuestros pensamientos, la oración es algo que se genera en nuestra consciencia, sale de ella y vuelve a nosotros. Emitida por una parte de nuestro cerebro, recapturada por otra, capaz de producir un auto-estímulo muy poderoso.
La oración genera pensamientos de alto nivel, así como hay otros encaminados a decidir qué ropa me pondré o qué voy a comer mañana. Estos altos pensamientos desarrollan mi cerebro, me brindan paz espiritual, esperanza y refuerzan la confianza en mí mismo y me brindan una guía derivada de mi capacidad de concentración. He podido suprimir otros pensamiento que no están relacionados con mi objetivo, siempre y cuando este no sea ciego o descaminado, como sucede con quienes dan en pedir, directa o indirectamente, perjuicio para otros, o logros vanos tras los cuales no hay un objetivo defendible. ¿Qué vas a hacer con eso que pides? ¿Para qué lo quieres? Nótese que no preguntamos por las causas, enterradas en nuestras profundidades, sino por los propósitos u objetivos, que van dirigidos hacia afuera de nosotros. Si el objetivo también va dirigido solamente hacia nosotros, no habrá crecimiento.
No hay mejor objetivo para lo mejor que tenemos, el estado de consciencia, que entender el mundo y ayudar a los demás a ubicarse en el entorno y colaborar en el esfuerzo común.