Morir ha sido un instante soslayado instintivamente por el ser humano relegándolo al rincón del olvido, pero  algún día llegará.

Le voy a contar la conmovedora e interesante vivencia de una mujer que supo lo que es morir. Recibí este relato por Internet hace algunos años, enviado por Braulio, esposo de la protagonista de la historia, quien gentilmente se presentó ante mí algunas semanas  después y me visitó en diversas ocasiones.

Eugenia, esposa de Braulio, de 68 años, esposa, madre y abuela, de respetable familia de una pequeña ciudad del sureste de México, viajaba dormitando en automóvil guiado por un familiar, hacia Xalapa, el día 2 de abril de 1998 para visitar a su nieto René de once años, gravemente enfermo esperando trasplante de riñón. La lluvia torrencial en la obscura noche arrojó al vehículo fuera del asfalto, después de múltiples volteretas quedó semi destrozado, entre la espesa maleza.  Gena fue recibida en  prestigioso hospital de la Secretaría de Salud de Xalapa, se le declaró “sin signos vitales”.

Un médico de guardia de Urgencias, no cejó en su intento de reanimarla, masaje en tórax, respiración asistida, adrenalina intracardiaca y fe anhelante de que Gena viviese. Ella recuperó latidos, respiración, calor, ¡vida!, permaneciendo  inconsciente once días, sufriendo invasiones terapéuticas; sondas por doquier, catéteres en varias venas, respirador en su tráquea y el “bip-bip” incansable de aquel artefacto electrónico que registraba constantemente los signos vitales, emitiendo alarma sonora y rutilante en cualquier desvío de lo normal.

Gena  recobró el conocimiento la mañana  del 13  abril, sintiendo un profundo cansancio y su rostro irradiaba  paz y bienestar, a un lado estaba su hermana Laura a quien  le dijo “¡Qué hay niña!, y en unos minutos se sumergió en profundo sueño, ahora normal, fisiológico.

Después de tres o cuatro horas recobró la vigilia, pudo sostener breve  plática con su hermana, que  permanecía a su lado, y le dijo,  “¡qué bello ha sido!”. Ante el asombro de Laura, doña Gena fue narrando, entre pausas y voz baja, su experiencia. Así lo contó: “Recibí un golpe en la cabeza y todo se obscureció, siento que morí y se me permitió volver porque debo cumplir algo que no puedo  dejar pendiente” y volvió a dormir.

Horas mas tarde continuó su narrativa, “Soñé que me levantaba en un monte,  suavemente y sin sentir posar mis pies sobre suelo alguno, avance en una vereda larga, luminosa, silenciosa, rodeada de la nada, envuelta en una tibieza que me hizo sentir bien, sin dolor ni angustia. Al final de aquel camino, una luz radiante que no lastima. Una  voz acariciante, ni de hombre ni mujer, dijo “aún no”, me envolvió un calor suave y la paz más bella que pueda haber sentido jamás”.

Gena continuó, “Sentí la necesidad de dar el paso final, para dejar atrás aquel pasillo y arribar a ese lugar sin espacio, majestuoso y bello, que sin haberlo visto lo sentía, y lo intenté.  La voz con mayor energía me dijo; “¡aún no, hasta el  20”!,  y me sentí retenida, sin lograr dar aquel paso que parecía tan fácil, pero me fue imposible.

Su esposo Braulio, hijos, yernos y amistades la visitaron, con el asombro delineado en el rostro no podían creer que Gena estuviera otra vez viva, hablando y sonriendo, con su  afable expresión cada vez que decía ¿Qué hay niño?

Desde la siguiente semana, Gena llamaba por el celular al niño con frecuencia. En la segunda semana, en cuanto pudo caminar le autorizaron desplazarse asistida, confortó diariamente al niño a un lado de su cama, y el 5 de mayo salió del hospital, caminando y feliz.

El Día de las Madres todos estuvieron juntos, por última vez, en el hospital alrededor de la cama de René, jamás lo olvidarán. El niño murió el 17 de mayo. Gena alentó a la madre,  con serena dulzura, estuvieron juntas muchas horas, lloraron, evocaron mil instantes felices del pasado. La cálida presencia de Gena animó a Laura a seguir viviendo y a aceptar que René ya no sufría.

La mañana del 20  de  mayo Gena amaneció sin vida, como lo sentenció aquella voz del sueño. Me lo contó Don Braulio, sereno, confortado por su profunda fe, convencido de que Gena y René, han llegado juntos a “El lugar”, sin tiempo, sin espacio, “El lugar sin límites”, donde morarán eternamente.

Se ha dicho que los sueños pueden hacerse realidad, se les denomina precognitivos o premonitorios, descritos inicialmente por Karl Jung, durante la segunda guerra mundial, la revista Psycology Today, de New York, le otorga una prevalencia del 30% hasta más del 50% en la población común. La publicación Sleep Foundation de Arlington Virginia, considera que entre el 18 y 38 % de los seres humanos han tenido esos sueños premonitorios.

¿La vivencia de Gena fue un sueño premonitorio o un encuentro con la muerte y regreso a la vida, como ella lo siente?

¿Tuvo esta vivencia cuando estuvo en estado de coma o fue un sueño cuando durmió después del estado comatoso, propiciado por su profunda fe católica?

¿Fue presentimiento de madre y abuela que percibió un acercamiento a la muerte?

 La realidad indiscutible es la fecha coincidente, entre el sueño narrado y fecha exacta de su deceso. ¿Usted qué piensa?

He transmitido la vivencia que compartí con la familia, reseña que considero verídica, porque conocí a los protagonistas y sé que la mentira no es un hábito que hayan cultivado.

En fin, como decía mi abuela Vito, “ca´duno cree en lo que ca´duno siente”.

hsilva_mendoza@hotmail.com

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