Los integrantes de la generación 1958 de la Facultad de medicina “Miguel Alemán”, del puerto de Veracruz, llegamos a esa bella ciudad un día antes del primero de febrero de ese año. Los sobrevivientes recordamos aquella fecha con nostálgica añoranza.

Nos reunimos, sin planearlo, a las siete de la noche en la terminal del ADO, ubicada en la Av. Ávila Camacho, casi esquina con “la sexta de Juárez”. Salimos rumbo a Veracruz a eso de la siete y media, tarde neblinosa.

Los xalapeños éramos cinco, todos nerviosos, era el primer día que abandonábamos nuestra ciudad, los cuatro hombres deambulábamos de un lado a otro de la sala, ninguno fumaba, el celular no era ni un sueño.  Licha en una banca “arrepujada” en el hombro de su padre el Dr. Miguel Ángel Dorantes Mesa, preclaro xalapeño, quien había ido a despedir a su joven hija, hoy notable endocrinóloga.

René Tornero quien sería notable cirujano oncólogo, que ya ha muerto, estuvo toda la espera de pie en la banqueta de la avenida como dando un “hasta luego” al Xalapa de su niñez y sus amores. Y llegó la hora de partir.

El autobús, enorme camión, no muy confortable, lento y ruidoso emprendió la marcha, exactamente a las 19 horas. A medida que Ávila Camacho, 20 de Noviembre, La Piedad, el “chacuaco” de Las Ánimas, las antiguas oficinas del INMECAFÉ y  “El Lencero”, quedaban atrás, junto con los años de la secundaria y preparatoria, “los huesos” o tertulias estudiantiles y para algunos la novia de la secundaria y prepa que había prometido “esperar toda la vida”.

Xalapa de nuestra niñez y juventud se quedaba atrás, nosotros íbamos a la conquista de nuestro futuro, a estudiar para ser médicos, ni más ni menos. Los autobuses eran camiones cuadrados con capacidad para treinta y dos pasajeros, con asientos de cuero, duros en ángulo recto con su respaldo, aquellos vehículos no tenían clima, brincoteaban sin cesar y el cansado viaje a Veracruz duraba dos y media horas.

Llegamos al puerto casi a las 22.00 horas, en una noche tibia y callada, como la canta Agustín, era Veracruz de aquel entonces… hace casi siete décadas.

La terminal de esos inefables autobuses en el puerto se encontraba en la esquina de Prim y Manuel Doblado. Al llegar, casi sin despedirnos, cada quien se fue para donde tenía que ir, sin conocer cabalmente la ciudad. Yo tomé, como lo llevaba escrito en un papelito, un camión de la línea “Playa Villa del Mar” y en menos de diez minutos me llevó a la Av. 16 de Septiembre, casi llegando al malecón, donde viviría como “pupilo”.

Al día siguiente, a las siete de la mañana, los novatos de nuevo ingreso nos encontramos a la entrada de la Facultad de Medicina, ya éramos miembros de una de las primeras generaciones de esta ilustre escuela.

Primer día de clases, 3 de febrero de 1958, mañana soleada, brillante y tibia para nosotros, aún con reminiscencias del invierno xalapeño dejado atrás.

Los novatos caminamos hacia la puerta principal de la hermosa escuela que emitía aliento de juventud y algarabía festiva, nosotros con filipina de manga corta y un grueso ejemplar del libro Anatomía descriptiva de Testut bajo el brazo, pues sería nuestra primera clase con el maestro el Dr. Arturo Remes, inolvidable y erudito profesor de anatomía.

De repente salieron, nunca sabremos de dónde, una parvada de alumnos de segundo y tercer año que nos rodearon gritando y brincando sin ton ni son y, a los hombres nos sujetaron entre dos o tres y nos cortaron el cabello, nos trasquilaron dejándonos la cabeza en calidad de cocos de agua marchitos, pelones y secos.

Luego a un grupo, “que les caímos bien…” nos llevaron a los baños de la escuela a participar en una competencia llamada “El nalgódromo”, consistente en jugar carreras entre nosotros “los pelones” novatos, desplazándonos con “las nachas”, talones y manos, sobre el mosaico húmedo, mientras los “espectadores” armaban tremendo escándalo, aún presente en  mis sueños y retumba en mi cerebro, a pesar de tantas décadas transcurridas.

No hubo clases ese día. Los novatos regresamos al atardecer a descansar a nuestras viviendas, con las “nachas” como mandril, pero al día siguiente sí seríamos ya, ¡alumnos de medicina…!

Veracruz del 58 era una delicia de ciudad, calurosa, límpida, transparente, sin contaminación. Disfrutábamos tanto los paseos por Independencia los domingos en la tarde y a medio día los bailes domingueros en Villa del Mar, donde tocaban “Danzoneras” locales cuya cadencia tropical hacían a nuestra juventud “sensual y conquistadora”. Cuántos noviazgos se iniciaron ahí, cuántos amores se grabaron para siempre en los corazones de aquellos estudiantes de entonces…

Los domingos en la tarde se disfrutaban tanto, los paseos por Independencia casi sin tráfico y por el Zócalo, tibio el ambiente, cordial la convivencia con gente que no se conocía habitualmente. Las nieves del parque Zamora, el café lechero de La Parroquia, los Menjules de los portales y el ver pasar a las doncellas jarochas morenas, de busto turgente, talle juncal y cadera voluptuosa caminar delicadamente ante nosotros como si pisaran sobre esferas de cristal Murano. Esa era la gloria de vivir en Veracruz.

Los estudiantes son siempre pobres pero nosotros lo éramos más. Muchos domingos, sin otra alternativa nos disponíamos a hacer lo único accesible a nuestro bolsillo, Macario un amigo de Cosamaloapan y otro llamado Federico, de Coatzacoalcos, ambos perdidos en el tiempo, salíamos a “dar vueltas en tranvía”. Vetustos trenes urbanos, armatostes sin protección exterior, solo techo y plataforma en que los asientos transversales se apreciaban desde afuera.

Había una línea llamada “Bravo-panteones”, que hacía recorrido por la periferia de la ciudad y demoraba como una hora en su trayecto por colonias populares.

Durante nuestro “paseo” solo veíamos casas de una sola planta con una puerta y dos ventanas laterales, con barrotes de madera, habitualmente pintadas de color verde. Así nadie, ni nosotros chamacos estudiantes, ni personas maduras, comerciantes, gente del Veracruz de “La Guaca”, del Malecón o de la inefable Zona Roja, refugio de nuestros impulsos pasionales de recién adolescentes, nadie se hubiera imaginado en aquel entonces la transformación impresionante industrial y turística que nuestro querido puerto habría de experimentar en el transcurso de un poco mas de medio siglo.

Veracruz de ayer, de Lara, de Toña la Negra y del Negro Peregrino te fuiste para siempre, pero en el corazón de quienes te vivimos, gozamos y comprendimos, eres el de hoy, romántico, tibio y callado, empresario, pujante bullicioso, pero siempre el Veracruz alegre, nido de pescadores y de ilusiones arrulladas por el mar.

Los estudiantes xalapeños de la generación de medicina de 1958 recordamos con cariño aquella época que aglutinó emociones, fincó amistades y esperanzas, en un Veracruz provinciano, bello, grabado para siempre en nuestra mente y corazón.

hsilva_mendoza@hotmail.com

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