Nunca puedo substraer de mi conciencia el ser nefrólogo desde hace cincuenta y ocho años, decidí olvidar, por hoy, al preocupante coronavirus. Platicaré una aventura fantástica que durante los ocios obligados por la infausta pandemia la imaginación me llevó al interior de mi vejiga y la vi tal la he admirado a través de las endoscopias, pero ahora cómodamente reclinado en el interior de mi submarino ultramicroscópico, vi su pared interna, tersa, amarillo-rosada, llena de líquido transparente, como debe ser la orina normal, que permitía ver con claridad el interior.
Arriba, a cada lado, los orificios ureterales goteando incesante orina proveniente de los riñones. En mi submarino y con mi imaginación, sin bordes, subimos a través de uno de ellos contra la corriente, como esturión explorador ingresando al uretero izquierdo, y emprendí el ascenso hacia el riñón, sentí la torrencial corriente urinaria bajando impulsada por contracciones rítmicas de la pared ureteral, lo que me obligaba a aumentar la “potencia ascendente” de mi fantástico submarino.
Llegué a la pelvis y a los cálices, la parte colectora de orina que proviene del riñón, una especie de embudos semejantes a grutas de brillosas paredes, receptoras de miles de centímetros de orina que diariamente la conducen por los ureteros hasta la vejiga y de ahí al exterior, llevando diluidas innumerables sustancias de desecho que el cuerpo debe eliminar, que son producto de su diaria biología.
Enfilé mi micro submarino hacia arriba y entramos a través de uno de los tubos medulares colectores de Bellini que reciben miles de túbulos provenientes de las nefronas, en las entrañas de la médula del riñón, y la orina colectada la transportan hasta la pelvis renal, subí por la enmarañada red de túneles laberínticos, que son los túbulos renales, me sentía el minotauro, hasta llegar a la cápsula de Bowman que abraza íntimamente al Glomérulo, la unidad funcional de los riñones donde se filtra la orina primitiva, desde la circulación sanguínea, gracias a un proceso de ultrafiltración perfecto.
Glomérulo (del latín, ovillo) es una madeja de vasos arteriales pequeñísimos que se enrollan sobre sí mismos, nacen de una arteriola, la aferente que al llegar a la cápsula de Bowman se ramifica en cientos de capilares, para volver a unirse en otra arteriola que sale del complejo glomerular, la arteriola eferente.
La orina primitiva salida por microgotas de los glomérulos, cae a la cápsula de Bowman, pequeñísimo embudo que los envuelve y capta la orina, de ahí a los túbulos renales cuyas múltiples circunvoluciones y función tienen “su por qué” anatómico y funcional, transportan y modifican la composición de la orina, según necesidades del organismo, el objetivo es retener lo necesario, calcio, sodio, magnesio y eliminar lo nocivo potasio, fósforo, sulfatos y diversas sustancias más.
En el alucinante viaje eché un vistazo al aparato yuxtaglomerular (yuxta: junto), corpúsculo enigmático, situado en cada glomérulo donde la arteriola que entra al glomérulo toca la porción cercana de uno de sus túbulos.
Contemplé ese minúsculo aparato que parece solo una manchita sonrosada, pero es importante en el manejo de la sal de nuestro cuerpo, tiene funciones hormonales y significativa importancia en el control-descontrol de la presión arterial, retención o eliminación de sodio y potasio, fundamentales para el equilibrio cardiovascular, estaba fascinado.
Entre fascinación y asombro, acababa de ver toda la estructura completa de ¡una nefrona! nada menos que un glomérulo, su cápsula de Bowman, los túbulos correspondientes y los millones de venas y arterias microscópicas que, provenientes del mismo glomérulo, rodean a los túbulos para donarle sangre nutritiva y para su función de rescate y eliminación de sustancias mil que pasan por los riñones segundo a segundo de nuestra existencia.
Detuve el submarino dentro de la cápsula de Bowman, lo habían golpeado el oleaje urinario y los choques con paredes tubulares en las profundidades del centro anatómico y funcional de ese riñón, revisé la maquinaria en aquel sitio inédito para el ojo humano, todo estaba bien.
Apagué la luz y la obscuridad impenetrable más negra imaginada me rodeo acompañada por un murmullo suave, indescriptible e incesante producido por dos millones de nefronas en trabajo sin cesar para producir 180 litros en los 1440 minutos del día, rescatando elementos nutritivos y agua exigidos por el cuerpo para sobrevivir.
Fascinado y cansado por mi increíble viaje tomé una cápsula nutriente y medio litro de agua de lluvia, previamente ultrafiltrada, mi cena, me arrellané en la cama de aire y me dormí. Me dije, “mañana será otro día de viaje y emociones”.
La imaginación no tiene límites, sigo mi maravilloso viaje en las entrañas de un riñón, modorrado en la cama de mi aposento submarino, flotando al vaivén de la tranquila orina en una cápsula de Bowman.
Hasta ayer, antes de mi descanso, el recorrido me permitió disfrutar la vista de los glomérulos, con su cápsula de Bowman que los envuelve, el enigmático aparato yuxtaglomerular, los túbulos renales y los tubos colectores de Bellini.
Amaneció, obscuridad en mi entorno sin un ápice de visión estaba en el mismo sitio donde me dormí, accioné el motor del microscópico submarino, la luz exterior se encendió y enfilé hacia el túbulo, cuya entrada se veía, como un misterioso agujero negro del espacio, pero este sí con su destino manifiesto, que me regresaría a mi destino de procedencia, la vejiga.
Me asomé hacia el intersticio del riñón, parte intermedia entre glomérulos, ocupado en forma abigarrada por túbulos y capilares (micro arterias y venillas) que formaban una organizada red alrededor de los túbulos, vi flotando miríadas de nefronas con sus glomérulos rojos por la sangre contenida, rutilantes como astros en un enigmático firmamento multicolor, donde las estrellas son las nefronas.
El viaje de retorno fue en caída vertiginosa, diferente al ascenso lento y esforzado contra la corriente, en unos segundos caí en una turbulencia causada por chorritos de orina que llegaban a la vejiga, tanto por el uretero de mi llegada, como del opuesto.
Mareado y en desequilibrio, me asomé por la ventana, mi nave flotaba con placidez en la superficie de un apacible lago de orina cuyo nivel aumentaba lentamente, había regresado a la vejiga, la marea me acercaba al trígono, triángulo formado por los meatos (orificios) de los ureteros y cuello de la vejiga donde inicia la uretra, de repente me sentí precipitado hacia él y ¡zoom! absorbido por un sifón escandaloso que me llevó a un retrete.
Flotando en ese dispositivo para desecho humano, mi submarino empezó a aumentar su tamaño, y yo también. Con mi “bomba de aire virtual”, operada a control remoto desde mi centro de control, mientras contemplaba el “oleaje” del agua del retrete, inflé la lancha salvavidas, navegué a toda prisa hasta la lisa y resbalosa pared, escalé con rappel, habilidad que yo ignoraba, llegando a salir del tal tazón.
Me encontré en mi baño, vi el reloj, habían transcurrido solo quince minutos en la tierra, mientras yo había hecho un viaje a través de un infinito imaginario, alucinante e inolvidable.
REFLEXIONES: Diariamente, antes de salir a mi vida cotidiana, a cada rato disfruto reconstruyendo mi fantástico viaje, haciendo las siguientes reflexiones:
Cada nefrona mide no más de 250 micras, comparable a un punto sobre papel, marcado con lápiz de punta fina y puntiaguda, los dos millones de nefronas forman 180 litros de orina al día en los túbulos microscópicos, que si pudiésemos estirarlos uno tras otros ocuparían una longitud de 118 kilómetros, se absorbe tal cantidad de agua y solutos, que en 24 horas sólo orinamos dos litros, con lo que nuestro cuerpo queda limpio de impurezas tóxicas de deshecho, pero en ese momento a empezar de nuevo, otra vez la misma hazaña, y así día tras día, año tras año.
Los riñones nunca se cansan. ¡Monumental hazaña!
Cada riñón pesa un promedio de 130 gramos. Millones de años se han necesitado para lograr la perfección de los riñones, son organismos de precisión matemática y así hacen su trabajo día tras día toda nuestra vida, producen sustancias que controlan de presión arterial, metabolismo de la sal, el potasio, producción de glóbulos rojos y más.
A través de los años esa estructura extraordinaria se deteriora por los cambios etarios perdiendo el 1% de su función cada año, sobretodo a partir de la cuarta década de la vida. El deterioro es mayor cuando existen trastornos no controlados, como aterosclerosis, hipertensión, hiperlipemia, obesidad, sedentarismo, diabetes, vida bajo tensión, angustia y querer tener más, de lo que se tiene.
Sabiendo la complejidad de la función renal con que logra el bienestar de nuestro organismo, debemos revisar esos factores deletéreos de la salud, no es difícil, es cuestión de disciplina y voluntad, ayudando así a ese órgano maravilloso, que es el riñón.
hsilva_mendoza@hotmail.com