Los seres humanos somos entes de sentimiento arraigado a la conciencia, es incomprensible la existencia de alguien que no perciba en lo profundo de su ser a las vivencias del pasado que reaniman el presente.
Nuestras aventuras juveniles fueron aderezadas por melodías de moda y hoy en plena madurez al escuchar esos acordes vuelven ante los ojos de nuestra imaginación, personas, lugares y ambientes diluidos en el tiempo.
En lluvioso amanecer sabatino escucho en “CD” la voz de Celio González, “el flaco de oro”, estrella de la Sonora Matancera, entonando “Total”, “Quémame los ojos”, “Intruso corazón”, éxitos en la postrimería de los años cincuenta, que a muchos jóvenes de entonces nos dejaron en memoria y corazón recuerdos de nuestra juventud, estudiando en el puerto jarocho, caluroso, bello, con un aura de romanticismo que hasta hoy vive en nosotros.
En 1958, un grupo de jóvenes xalapeños llegamos a Veracruz a estudiar en la facultad de medicina Miguel Alemán Valdez, el director era el Dr. Horacio Díaz Correa, una institución en la medicina jarocha de entonces, a quien se debe la creación de este templo del saber, gracias a su tesón y reconocimiento que tuvo de las autoridades veracruzanas y federales. Fuimos parte de la séptima generación, honor que nadie nos quita, hoy la venerable institución tiene setenta años de prolífica vida académica.
“Macheteando” diariamente para la clase de anatomía del Dr. Arturo Remes de grata memoria o con el maestro Arnulfo Cervantes sabio de la fisiología, o histología ante el Dr. Rubén Lagunes, entusiasta joven de voz tipluda, “el Tiburón” sobrenombre dado por el alumnado por su amplia frente delineada hacia arriba y atrás, precediendo su calvicie prematura.
Recordamos con respeto algunas clases de anatomía que impartió el Dr. Rafael Cuervo Xicoy, insigne médico que llegaba caminando con ayuda, pero en el momento de hablar ante estudiantes su sonrisa iluminaba el aula, su voz pausada embelesaba y volcaba su entusiasmo en la disertación transmitida al alumnado. Afuera del recinto del saber, el puerto de Veracruz nos abrazaba, jarocho sensual, envuelto en la cadencia de canciones del antillano Celio González que visitaba Veracruz con frecuencia.
Una mañana del 59 charlamos brevemente con él cuando después de un modesto paseo por la ciudad, llegamos al símbolo del hermoso puerto el “Gran café de La Parroquia”, en el recordado tranvía número 8 de la ruta “Panteones”, después de haber disfrutado nuestro modesto paseo dominical por los barrios típicos del antiguo Veracruz, cuyo recorrido duraba tal vez una hora, quizá más, pero cada domingo volvíamos a gozar aquel paseo singular.
Una tarde en tertulia sabatina de “Villa del mar” lo vimos “cubaneando” sabroso danzón con ritmo isleño, era sencillo y gentil, su voz, dibujando en el aire “Vendaval sin rumbo”, aún canta en nuestra memoria. Veracruz de ayer, de hoy y para siempre, será un pedazo de nuestro corazón, que seguirá latiendo con la cadencia jarocha que arrulló nuestra juventud.
Muchas tardes, sin un centavo en la bolsa, gozamos las aguas tibias y arena húmeda que con el oleaje cadencioso acariciaban nuestros pies en Villa del Mar. Perdidos entre gente humilde del pueblo, de las colonias La Huaca, la Pochota, Las Bajadas, entre niños desnudos y madres disfrutando de la playa, con sus vestidos de calle que se extendían como flotante mandrágora a su alrededor, o se entallaban a su frondoso cuerpo sin limites precisos.
Época inolvidable de apuros por dinero pero con juventud y esperanza en el futuro, compartida con queridos xalapeños, algunos viven otros perdidos en el tiempo o se han ido para siempre, la vida es un vendaval que nos arrastra por diversos e inesperados rumbos. Estas líneas revivirán recuerdos entrañables, es mi objetivo.
Después de estos entrañables recuerdos, “Les deseo un gran día, a menos que tengan otros planes” (Neruda).
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