El relato que leerá usted a continuación fue creado con base en las anotaciones de diferentes médicos xalapeños de las décadas treinta y cincuenta del siglo pasado, abrevadas en vetustos ejemplares, invencibles por el tiempo, de la “Revista médica de Xalapa”, órgano informativo de la Sociedad Médica Xalapeña, que trabajó activamente durante más de veinte años pugnando por la unidad y preparación profesional de los médicos de entonces en la provinciana ciudad de Xalapa.

Estamos en el Xalapa de 1937. Es el ocaso de un jueves cualquiera, del mes de enero. La niebla acaricia “los chinos”, piedras grises, redondas, que cubren las callejuelas pueblerinas y brillan bajo la macilenta luz del atardecer, al reflejarse en su húmeda superficie, el parpadeo de los faroles de cada esquina alumbra con timidez el entorno de la bocacalle. A la media cuadra, la amistosa complicidad de penumbra vespertina y “chipichipi” vuelve a obscurecer tejados y fachadas para disiparse apenas con la frágil luz del farol de la siguiente esquina.

La calle de Alatorre, cuesta angosta y solitaria, flanqueada en su inicio por la Catedral y luego, por casonas con gran portón de cedro con ventanas anchas, resguardadas por enrejados centenarios de hierro forjado. Más arriba se encuentra “el árbol”, encino viejo y majestuoso, aun con follaje exuberante que anuncia la entrada al Mercado Jáuregui. Termina la larga calle a la orilla del pueblo, en el sitio cabalístico, “La Cruz de la Misión”, cuyo nombre remonta a la época porfiriana con sus historias y leyendas.

Las ventanas, enrejadas con barrotes abombados, estrechan la acera, obligan al carbonero y la ventera de pan caliente a transitar a la mitad del empedrado. Ilumina la tenue luz eléctrica “de 12 horas” que se enciende a las seis de la tarde, la hendidura en los postigos de los ventanales filtra un haz de luz, las familias charlan en el hogar, las horas pasan… la obscuridad y la noche avanzan.

Se escucha, al acercarse con lentitud, un cántico que despierta el eco y se repite con monotonía, “Son las once y serenooo”; un sonido híbrido, mezcla del golpeteo de los cascos de un jamelgo contra las piedras de la calle y aquel grito largo, melancólico. La figura del “sereno” sobre el lomo de la noble bestia se recorta en cada cruce de callejas, bajo la luz mortecina de arbotantes,  el sombrero ancho, manga de hule y el caballo forman silueta única, bajo el halo luminoso adquiriendo imagen fantasmal.

En la penumbra, sobre la acera angosta, un caballero que apenas se distingue sube la cuesta, lleva sombrero de hongo, gabán y un enorme paraguas. A mitad de la primera cuadra, se frota las manos ante un gran portón, cuyo cedro mojado despide un leve aroma a humedad. Con la aldaba, toca y su solicitud de venia para entrar resuena, las inmensas maderas se abren para franquear la entrada; del interior surge un resplandor desparramado al cual acompaña un murmullo de voces que escapa hacia la calle.

Se trata de una tertulia, una agradable sensación de calor anima y envuelve al visitante, emana del grupo de invitados departiendo alegremente, son amigos, llegan a otra de las gratas reuniones en la casa de don Pedro Rendón Domínguez.

En la sala, acogedora, en corrillos platican inolvidables doctores Leonardo Quijano, Luis F. Nachón, Francisco Navarrete, Eduardo R. Coronel, Luis Espinosa Pazos, Armando Domínguez Castro, primer pediatra xalapeño cuyo consultorio en Alfaro y González Ortega se llenaba tarde tras tarde, el psiquiatra del grupo el inolvidable Dr. Gustavo A. Rodríguez, que disertaba cada noche sobre la cultura Olmeca o de su “Teoría del color verde”, divertida e ingenua. Los contertulios disfrutan el  convite, que sería inolvidable del Xalapa provinciano de antes de la mitad del siglo veinte.

El maestro Pedro Rendón toca el chelo y pronuncia sus poemas con los ojos entornados y la mente en su corazón, en el ambiente se percibe la  dedicatoria de su arte al amor platónico que lo consume, como todos saben, la enfermera Mariquita Montes del Hospital Civil. La charla, bohemia como los asistentes, henchida de amistad y calor, contrasta con el frío de la noche, es una convivencia de amigos, un remanso para el reencuentro y la amistad.

Esta noche, como en muchas otras, no ha faltado el comentario -no por incidental menos emotivo-, del merecimiento de los médicos, a tener  “un lugar” para reunirse, relajarse, tomar café o una copa de buen vino,  “La casa del Médico”, donde haya “un ambiente digno para los trabajadores de la medicina, deseando que esta ilusión no quedase convertida en un sueño perdido entre las nubes”, como expresó el joven médico Armando Domínguez Castro en una de estas tertulias.

Las hermanas de don Pedro, Eno y Mary, hacen más amable la convivencia con sus atenciones, tocan con maestría el viejo piano y cantan  “Noche de ronda”, “¿Dónde estás corazón?” y otras románticas de la época, ofrecen café caliente de Coatepec, bocadillos y el coñac preferido de don Pedro, una velada exquisita.

Lentamente el día se aposenta en Xalapa desplazando la obscuridad nocturna, Xalapa despierta lánguida, silenciosa, inmersa en el nácar de la niebla. Los invitados salen presurosos bajo la luz de los faroles, a punto de apagarse a las seis de la mañana. La bruma se condensa y la brisa hace que el helado aire matutino penetre sin pudor a través de los ropajes. El calor de la convivencia disfrutada reanima a los invitados durante todo el día para volver entusiastas con los  enfermos, parte ya, de su familia.

Sucedieron muchos amaneceres como éste. Decenas de calendarios perdieron sus hojas.  El próximo 23 de octubre de 2022, ochenta y cinco años habrán transcurrido, la ciudad ha cambiado, pero el espíritu de don Pedro Rendón sigue en ella. Fue el impulsor de la unidad, afecto y compañerismo entre los médicos. Su presencia era imprescindible en todo acto de discusión clínica, para defensa del médico o del convivio social.

En una velada como esta, en una noche similar de aquel tiempo singular, don Pedro hizo ante sus colegas su ya célebre propuesta: “¡Salud, compañeros! Voy hacer una reflexión a nuestro sindicato de médicos, hoy que estamos reunidos la mayoría.

Se dedica un día del año para festejar al amigo en su onomástico, otros para la madre, el padre, el maestro y el empleado, bueno, ¡hasta los burros tienen su día! Les pregunto yo: ¿los pobres médicos seremos menos que los asnos? “Giremos una circular a todos los colegas del país para luchar por la creación del Día del Médico y como tal se fije el correspondiente a la fundación de la escuela de la Medicina; el 23 de octubre de 1833, por decreto del Dr.Valentín Gómez Farías”. La idea prosperó.

Desde entonces celebramos con placer la entrañable reunión del  “Día del médico”. Quizá algún día de la actual centuria, los jóvenes médicos del siglo XXI revivan el sueño de “La Casa del Médico”  que las generaciones anteriores nunca logramos, de corazón deseamos que lo hagan realidad.

Cada 23 de octubre, enviamos un  saludo fraternal a don Pedro Rendón Domínguez, hasta el lugar sin límites donde se encuentra; esperando no interrumpir su concierto de chelo ni su rima poética, declamando a su Mariquita del alma, su eterno amor.

hsilva_mendoza@hotmail.com

 

 

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