Pasados varios siglos de historia seguimos apelando a los filósofos de la Grecia clásica, en especial Platón y Aristóteles. Todos hemos pasado por algún curso de filosofía, quizá en el bachillerato, o más adelante en las áreas humanísticas. También muchos resultaron “vacunados” contra la filosofía, así como otros también lo fueron contra las matemáticas, el inglés, la física y la química. Diversas circunstancias nos han llevado a desarrollar anticuerpos contra estas y otras materias, de modo que las resistimos efectivamente y esos conocimientos no logran instalarse en nosotros. Por esta razón pasamos por alto cualquier intento de comunicación al respecto.

En el caso de la filosofía tal parece que esta materia no goza de mucha popularidad e incluso muchas personas creen que es posible decir cualquier cosa y que aunque se pueda refutar no habrá manera de desterrar del todo una determinada postura, de modo que no vale la pena esforzarse en semejantes pensamientos. Por otra parte, los cursos de filosofía en Enseñanza Media, pasados o presentes, suelen dirigirse en realidad a historia de la filosofía, en cuyo caso se pasa revista a diferentes autores y sus posturas, sin recalcar la importancia real que estos temas tuvieron y siguen teniendo en el momento actual. Y tal como vemos, parece claramente que seguirán siendo importantes.

Suele empezar el estudio de la historia de la filosofía con los primeros pensadores, anteriores a Sócrates, preocupados por la naturaleza del mundo, donde destaca la pregunta ¿de qué están hechas las cosas?, ¿de dónde deviene el asunto de la teoría de los cuatro elementos?; estos y sus diferentes combinaciones darían lugar a todo lo existente. Agua, aire, tierra y fuego serían los materiales primigenios. Para un estudiante de bachillerato medianamente informado resulta evidente que las cosas no pueden estar hechas de estos elementos, sobre todo en el caso del fuego y de la tierra. Entonces resulta, en el mejor de los casos, una curiosidad digna de seres primitivos que no tenían idea de los elementos químicos, de modo que rápidamente esta información era enviada al baúl de los olvidos una vez pasados los exámenes, y a veces antes.

El problema creo que estriba en abordar directamente esta teoría de los cuatro elementos, que a fin de cuentas son una respuesta, en lugar de iniciar por la pregunta básica. ¿Cómo se le ocurrió a alguien que las cosas que tenemos al alcance, que vemos y tocamos, deberían estar hechas de algo subyacente? Es más fácil pensar que las piedras están hechas, precisamente, de piedra, y la tierra de tierra, y así sucesivamente. Enfrentados a un árbol el asunto se complica. No resulta muy adecuado decir que un árbol está hecho de árbol. Es evidente que el tronco es diferente a las hojas, por ejemplo, así que tendríamos que dar en que hay algo subyacente. Podríamos decir que las hojas están hechas de hoja y el tronco de tronco, sin embargo, un análisis un poco más detallado revela que la hoja tiene en su constitución diferentes partes, así que las nervaduras…

Estos pensamientos no suelen pasar por la mente de un adolescente promedio, de modo que por ahí habría que empezar: darle su lugar al pensamiento inquisitivo que trata de ahondar en la realidad y se atreve a preguntarse cosas difíciles, que desafían al pensamiento cotidiano, ese que nos sirve para las funciones básicas del día a día: ¿qué ropa me pongo? ¿A dónde voy primero? ¿Qué materiales necesito para hacer mi tarea? ¿Qué chistes voy a contar en la fiesta? ¿Cómo voy a resolver un problema laboral? Estos pensamientos ocupan mi vida diaria y con frecuencia me absorben a tal grado que no pienso en nada más y me llego a convencer que para eso sirve pensar, para resolver problemas cotidianos. Pero aquellos primeros filósofos igual tenían que resolver problemas cotidianos, sin embargo tuvieron la idea de hacer algo más con su capacidad de pensar y dieron en preguntarse cosas que están más allá de lo inmediato, de lo evidente. Para resolver estos asuntos  es necesario preguntarse de qué están hechas las piedras, así como las hojas de los árboles.

Ya en este momento surge un conocimiento valiosísimo para el novel estudiante de filosofía. Es posible pensar en algo más allá de lo inmediato. Es obvio que las respuestas pueden ser esquivas durante mucho tiempo, hasta cientos de años, pero eso es secundario, pues las respuestas no llegan sin preguntas. Lo primordial es preguntar, y preguntar bien. Podría pensarse que hay que precisar a quién debemos preguntarle, pero esta posición tiene una respuesta inmediata. Si tengo que buscar quién me responda las preguntas tengo una limitación importante. Tengo que recurrir a otro, y puede ser que no lo haya, es decir, puede no haber quién sepa, ya no solo la respuesta, sino evaluar  si la pregunta va bien encaminada. Entonces nos encontramos con alguien a quien debemos preguntarle: nosotros mismos.

Cuando nos interrogamos a nosotros mismos ya estamos en otro nivel. La persona de recursos limitados busca a quién preguntarle, confiando en que sabrá responderle. Para problemas de corte práctico o inmediato es útil preguntar al que creemos o sabemos que sabe; esto ahorra mucho tiempo, gastos y dificultades, que para eso hay especialistas y expertos. Pero cuando se trata de asuntos de mayor calado, como ese de qué están hechas las cosas, es muy útil preguntarnos a nosotros mismos. Iniciemos por estar atentos para cuando milagrosa y repentinamente se nos ocurran preguntas más allá de lo cotidiano. Esto se logra viviendo con conciencia de que el mundo es mucho más complejo de lo que parece y que en cualquier momento se abre una rendija de iluminación. No aspiremos a encontrar respuestas por este medio, sino a encontrar preguntas.

Debemos encontrar preguntas que vayan más allá de lo inmediato. Captamos algo que creemos que es la realidad, pero tras esta subyacen muchas capas desconocidas. En algunos casos se trata de situaciones materiales -¿de qué están hechas las cosas?-, pero en otras circunstancias la pregunta puede ser muy diferente -¿qué es la amistad? por ejemplo- en estos casos al primero que le pregunto es a mí mismo. O quizá debería pensar que algo o alguien me pregunta a mí y que lo he escuchado en un momento inesperado, quizá por tener la mente abierta y dispuesta a aceptar que hay muchas caspas subyacentes a todo; no solo a lo material, sino también a lo inmaterial. ¿Cómo puedo saber que tengo amigos?, de dónde, si continuo pensando, se deriva ¿qué es la amistad? o ¿qué es la belleza?

En la historia del pensamiento humano occidental primero surgieron las preguntas relativas a la naturaleza y después las más complicadas, relativas a lo no material, como la justicia, el bien, el amor, las causas de las cosas y otras del mismo corte. Las preguntas relativas a la naturaleza inician con aquello de los componentes de las cosas, de donde surgen todas las demás, donde se incluyen las piedras, los planetas, las estrellas y los seres vivos, entre otras. Aquí dependemos de encontrar hechos y relaciones entre estos, pero no podríamos haber progresado como lo hemos hecho, de no ser porque a alguien se le ocurrió pensar ¿de qué están hechas las cosas? Dejemos de lado por el momento las primeras respuestas que ya han sido sustituidas por otras más acertadas, pero no creamos que por tan antiguas, esas respuestas deben descartarse y verlas con benevolencia por ser tan primitivas. Algunas respuestas se mantienen hasta la actualidad, sin que hayamos terminado de analizarlas completamente. Veamos el caso de una respuesta presocrática: las cosas están hechas de átomos y estos son los componentes últimos de la materia, no susceptibles de mayor simplificación, por lo que no pueden dividirse sin perder su esencia. Debemos a Demócrito esta idea de los átomos, aunque este filósofo es en realidad contemporáneo de Sócrates. Hasta la fecha estamos poniéndonos de acuerdo sobre qué es un átomo y bien a bien aún no lo entendemos del todo.

En su época Demócrito y su maestro Leucipo, no contaban con casi nada de la información que actualmente tenemos, sin embargo, con solo el poder de su pensamiento –filosófico- cayeron en la cuenta de que debía haber un componente mínimo, indivisible, de todas las cosas, y actualmente seguimos creyendo lo mismo y todavía discutimos acerca de la naturaleza del átomo. Podría pensarse que Rutherford y Bohr establecieron modelos de átomo y con ellos ha trabajado desde entonces la química, pero bien sabemos que esto no es cierto: los átomos de la química no son atómicos, puesto que están compuestos por elementos más simples en su interior, por lo que pueden dividirse, contradiciendo así la base del átomo: su indivisibilidad. El átomo de los químicos ha sido sumamente útil, pero es más una convención utilitaria, que la ansiada entidad atómica.

Lo importante, desde mi punto de vista, no es si los átomos concebidos por Demócrito han resultado tal cual los vemos ahora, ni tampoco aferrarnos a la idea de los cuatro elementos; lo importante no es la respuesta que aquellos dieron en su momento y que hoy podemos considerar equívoca. Esto es  lo que se estudia en la historia de la filosofía, tal cual se enseñaba en la época que la cursé. Pero esto deja muy afuera la pregunta. La pregunta es lo importante, sin ella no habríamos tenido guías para investigar y proponer. Justamente por eso se insiste en que el valor de la filosofía reside en preguntar, no en responder. Responder adecuadamente ha mostrado ser muy complicado, pero solo es posible con la base de la pregunta, cimentada en una realidad profunda que casi nunca es perceptible directamente, se trate de problemas de naturaleza física o humanística.

Si cambiamos el enfoque y hacemos a un lado las respuestas iniciales y nos concentramos en el poder de la capacidad de preguntarnos a nosotros mismos por una realidad profunda, veremos el grandísimo valor que tiene la filosofía como la capacidad máxima de pensamiento del hombre. Pensar sobre el pensar, capaz no solo de generar las preguntas básicas de la vida, sino también de ir guiando las respuestas, si bien no es su tarea primordial determinar la verdad de las propuestas de explicación.

Al enfocarme en la capacidad de preguntar, más que en hechos históricos, he podido aquilatar el verdadero valor de la filosofía, mucho más allá de sus respuestas netas, centrado en los procesos de cuestionamiento crítico.

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