Por Darío Barahona

México se enfrenta a un enorme desafío diplomático ante Estados Unidos, derivado de la decadencia de la segunda súper potencia financiera y económica global, la extrema polarización en la sociedad estadounidense entre quienes apoyan y quienes rechazan la insensata agenda 2030, el deterioro del partido demócrata como coalición representante del ala progresista en el espectro electoral, así como el ascenso de Trump como máximo representante de la corriente conservadora, apegada al sentido común y el soberanismo estadounidense en detrimento del proyecto globalista que busca instrumentar a Estados Unidos como “policía global” para consumar su ambición de la dominación mundial bajo un gobierno centralizado en las finanzas anglosajonas.

Claudia Sheinbaum, presidenta de México, pertenece al grupo globalista encabezado primordialmente por actores como BlackRock (mayor fondo de inversión en el planeta), George Soros, la Fundación Rockefeller, el Foro Económico Mundial, entre otros oscuros vínculos. Su alineación con el proyecto globalista sionista jázaro un interesante nexo para el establecimiento de relaciones de Estado con el presidente electo Donald Trump, aunque existen matices que, en caso de ser aprovechados con alta pericia geopolítica por parte del ejecutivo mexicano, podrían permitir una sana coexistencia como ocurrió durante el sexenio de López Obrador, aunque no por ello México dejará su condición como “patio trasero” en los intereses anglosajones dentro de proyecto Norteamérica.

Destaca la amplia red y conexión jázara, evidente en ambas naciones, como el principal elemento lubricador para el entendimiento. Por ello, a pesar del omnipresente sometimiento mexicano frente al hegemón en decadencia, la interacción entre ambos países debería transitar (al menos públicamente) sin grandes exabruptos.

Sin embargo, preocupa el hecho de que Larry Fink, CEO de BlackRock, máximo fondo de inversión del planeta y adversario público a nivel estructural del proyecto soberanista encabezado por Trump, haya visitado a Sheinbaum justo un día después de la derrota de la demócrata Kamala Harris. Aparentemente, dicha reunión fue gestionada por el secretario de Hacienda mexicano Rogelio Ramírez de la O. luego de su visita a Nueva York.

La reunión ocurrió mientras el peso mexicano ha sufrido pérdidas de más del 2% frente al dólar, cuyas repercusiones también afectaron a la Bolsa Mexicana de Valores ante un escenario de mayores presiones comerciales por parte del próximo gobierno de Estados Unidos. A lo largo de su campaña, Trump ha sostenido en varias ocasiones su intención de recurrir a la aplicación de aranceles y tarifas a las exportaciones mexicanas hacia territorio estadounidense, incluso a pesar del T-MEC.

Según información de LPO, la reunión fue gestionada con tres semanas de antelación a la jornada electoral estadounidense por el secretario de Hacienda y Crédito Público, Rogelio Ramírez de la O., lo que apunta a que el gobierno mexicano anticipó una victoria de Trump.

Marcelo Ebrard, secretario de Economía de la administración Claudia, ha declarado creer que la negociación con Trump será “durísima”, pero habrá un acuerdo cuyo eje es el entendimiento de China, y no México, como el enemigo de Estados Unidos. Previo a la revisión del T-MEC, misma que se efectuará en 2026, el principal dilema desde la óptica del excanciller mexicano es aumentar el control a las importaciones de los productos chinos. Hay que recordar que Ebrard realizó tal labor durante su dirección al frente de Relaciones Exteriores que llegó a ser nombrado el “súper secretario”.

Desde el entorno de Ebrard consideran que en la revisión del T-MEC, Trump intentará imponer su agenda en cuanto a la seguridad, fentanilo, migración (particularmente respecto a la frontera con México), comercio con China y política industrial de América del Norte. Respecto a la cuestión China, el enfoque del republicano implica aumentar los controles de importación a China de productos del sector automotriz. La amenaza es clara: o se aumentan dichos controles por parte de la administración Sheinbaum, o Trump impondrá 25% de aranceles a productos mexicanos.

“Ya lo enfrenté eso, el otro sexenio. Con sangre fría e inteligencia”, dijo Ebrard Casaubón. “Yo no creo, no lo veo, porque el tamaño del intercambio entre los dos países comerciales hace que toda la lógica te lleva a que lo fortalezcas. Entonces, pienso que la relación económica y comercial va a seguir hacia adelante”, declaró Ebrard.

Por otro lado, las acciones de Tesla, propiedad del magnate estadounidense Elon Musk, se incrementaron en un 15.11% luego de la victoria de Trump. Musk fue un apoyo clave financiando la campaña del republicano. Desde la óptica de Samuel García, gobernador del estado de Nuevo León (México) se entiende que un mejor desempeño empresarial de Tesla facilitaría la conformación de la “gigaplanta” en Santa Catarina, implicando una inversión de 10 mil millones de dólares en la entidad norteña.

Al mismo tiempo, en el entorno cercano del gobernador crece la hipótesis de que los compromisos políticos mutuos entre Trump y Musk hacen muy difícil que Elon realice grandes inversiones fuera de Estados Unidos, más si se tiene en cuenta que a lo largo de toda su campaña, Trump hablaba de repatriar las inversiones hacia su país.

La victoria de Trump obliga a México a enfocar sus esfuerzos en el rubro petrolero por encima del “Plan Sonora”, dado que la agenda del presidente electo estadounidense pasa por aprovechar los tremendos recursos energéticos de América del Norte (particularmente las pletóricas reservas de petróleo aún intactas en Alaska). John Paulson parece ser el gran favorito para ser el próximo secretario del Tesoro, no solamente por su cercanía como inversor de la campaña de Trump y sus vínculos con Musk, el mismo Larry Fink presuntamente lo habría confirmado en su reciente visita a México. Paulson es defensor a ultranza de la rebaja de impuestos corporativos y de cortar incentivos a los negocios de “energías verdes”.

Respecto a los movimientos geopolíticos mexicanos, el secretario de Relaciones Exteriores de la administración Sheinbaum, promoverá en la Cumbre del G20 en Brasil (18 y 19 de noviembre) la idea de un “momento mexicano”, buscando desplazar protagonismo aprovechando el mal momento geopolítico que atraviesa Lula da Silva, presidente brasileño. México sostendrá durante dicha cumbre encuentros con inversionistas de las potencias BRICS, de Europa y de Japón. Destacan particularmente las reuniones bilaterales con China e India.

Lula pasa por un momento de debilidad diplomática luego de haber “dejado colgados” a Rusia, China y el resto de los miembros de los BRICS durante la pasada cumbre del grupo en Kazán, Rusia. Además, Lula apostó fuerte por una eventual victoria de Kamala Harris (demócrata). El triunfo de Trump activará a los operadores del adversario de Lula, Jair Bolsonaro, mismo que buscará hacer valer su cercanía con el presidente electo estadounidense para que Washington presione a los magistrados de la Corte Suprema de Brasil con el propósito de poder ser candidato presidencial en 2026 a través de una amnistía que elimine su inhabilitación.

Brasil no es un socio comercial de México, son competidores en América Latina, particularmente por la cuestión del nearshoring, incluso a pesar de las aparentes afinidades ideológicas entre Lula y Claudia.

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