José Woldemberg
(imagen rochainforma.com)
- México pasó de ser considerada una democracia defectuosa a un régimen que combina elementos democráticos y autoritarios
Cd. de México.- Solo que usted viva en Suecia, Argelia o cualquier otro país diferente al nuestro, no lea periódicos y no consulte las redes, le habrá sorprendido el informe de The Economist que ha degradado la calificación de México en materia democrática. Muchos lo sabíamos y estamos alarmados.
The Economist realiza desde 2006 una medición del desarrollo de la democracia en el mundo. Ha presentado sus resultados y constata que hay una potente ola autocrática en diferentes regiones del planeta. “Mal de muchos, consuelo de tontos”. Y por primera vez en 15 años México pasó de ser considerada una democracia defectuosa a un régimen híbrido, es decir, que combina elementos democráticos y autoritarios y que los segundos van incrementándose y los primeros descendiendo. En 2017 nuestra calificación fue de 6.41 y de manera consistente todos los años siguientes fuimos bajando hasta obtener en 2021 5.57. En ese estudio se evalúan los procesos electorales y el pluralismo, la cultura política, el funcionamiento del gobierno, las libertades civiles y la participación política. No se trata de una medición incontrovertible y mucho se puede discutir (la investigación contiene un robusto anexo sobre su metodología). Pero sin duda es un nuevo llamado de atención sobre lo que sucede en el país.
Nos debatimos entre tendencias autoritarias y reservas democráticas. Y esa tensión marcará el futuro de México. Si no queremos desplomarnos al ominoso cajón de los autoritarios estamos obligados a defender mucho de lo construido y contener las pulsiones autocráticas que impulsa el gobierno.
No somos un país autoritario (a secas) porque contamos con una Constitución democrática y una serie de leyes que modulan el poder de las instituciones estatales, una Corte que con demasiados zigzagueos está obligada a hacer cumplir esos preceptos, además tenemos un sistema pluripartidista, instituciones electorales, agrupaciones civiles, medios de comunicación y periodistas, un pluralismo vivo en la sociedad, que contienen las ansias autoritarias del gobierno actual.
Pero tampoco podemos ufanarnos de ser por lo menos una democracia “defectuosa” cuando desde el Ejecutivo se desprecia la Constitución y la ley y se actúa vulnerando derechos de los ciudadanos (el preocupante episodio del presidente contra Carlos Loret de Mola bastaría para asustar a cualquiera), cuando existe una campaña gubernamental permanente contra el INE y otras instituciones autónomas, se ataca todos los días a medios y periodistas críticos, se multiplican los secuestros y asesinatos en los procesos electorales, el presidente amenaza a sus opositores, se pretende una reforma electoral regresiva, se le dan a las fuerzas armadas tareas que no les son propias y el titular del Ejecutivo actúa como si fuera un monarca absoluto. Todo ello y más erosiona la vida democrática y si no se le contiene podríamos transformarnos en un régimen autoritario.
Por supuesto el futuro no está escrito. Pero el análisis de The Economist es un diagnóstico serio de una tendencia que está en curso y que debe ser frenada si es que aspiramos a que la diversidad política que modela el país tenga un espacio institucional propicio para su expresión y recreación. Imagino que la inmensa mayoría no queremos caer a la ominosa bolsa de los Estados autoritarios. No deseamos parecernos a los regímenes de Venezuela (2.11), Cuba (2.58) o Nicaragua (2.67), sino, ojalá, a Uruguay (8.85) y Costa Rica (8.07). La moneda está en el aire.