Por Pedro Chavarría
El título parece un error, pero no, en realidad así lo quise escribir, aunque cuesta un poco de trabajo leerlo. Esta palabra surgió accidentalmente en una ocasión en que se apoyaba a un chiquillo de primaria para que estudiara una lección, pero el caso es que se distraía mucho y su madre, algo exasperada quiso decir, a no sé quién: “que se concentre este muchacho”, pero a media frase cambió de destinatario y se dirigió al niño, de donde resultó esta palabra combinada y extraña: conjunción de “que se concentre” y “concéntrate”.
Lo que quiero destacar es la importancia de concentrarse, es decir, aplicar todos nuestros recursos mentales a una sola tarea que nos interesa. Nuestro cerebro es constantemente bombardeado por un gran número de estímulos a través de los órganos de los sentidos, en especial vista y oído, pero también tacto, olfato y gusto, de modo que se nos presentan múltiples llamadas de atención desde diversos orígenes y tipos, por lo que el cerebro tiene que cambiar constantemente su foco de atención, lo que habitualmente impide profundizar en un problema.
Lo que interesa realmente son los problemas, es decir, situaciones que tienen una solución no conocida, por lo cual hay que aplicar la inteligencia y/o la habilidad manual/corporal para llegar al resultado. Como nuestro cerebro tiene solo cierta capacidad, atender más de un problema produce resultados mediocres, de modo que hay que seleccionar muy estrictamente los problemas que queremos atender y dedicarles todos nuestros recursos a fin de obtener la solución mejor y/o más rápida. La velocidad importa, sin que necesariamente sea el factor determinante, pero acorta tiempos de espera y minimiza complicaciones y molestias, como resulta claro si pensamos en la investigación médica, por ejemplo, como resultó con las vacunas para CoVid: de haberse tardado más, habríamos tenido más casos fatales.
No solo los estímulos que llegan desde los órganos de los sentidos compiten por la capacidad computacional de nuestro procesador central, sino una innumerable cantidad de pensamientos que surgen espontáneamente, como recuerdos, planes a futuro e ideas. Existe una parte central cerebral, que no ha quedado muy claro que sea un área circunscrita, y que se encarga de procesar la información, lo que significa que datos aislados deben conjuntarse, separarse y ordenarse a fin de encontrar relaciones que antes no eran aparentes, lo que suele ser la solución de los problemas.
Esta labor cerebral equivale a recibir un montón de tornillos y tener que clasificarlos según del material que están hechos, el tipo de rosca, su longitud, su grosor, el tipo de cabeza que tienen, etc. y de repente se nos cuelan en el montón unos lápices. Es claro que estos no corresponden y nos quita tiempo desecharlos, con el riesgo que se cuelen dentro de algún grupo de tornillos. Imaginen ustedes presentar su informe y al mostrar un grupo de tornillos súbitamente aparece un lápiz entre ellos. ¡Vaya ridículo que haríamos! Peor si fueran lápices, canicas, naranjas y otros objetos.
Me preguntarán ustedes qué tienen que ver tornillos con canicas o lápices. Justamente ese es el punto: nada tienen que hacer ahí, y así, todo pensamiento que no tenga que ver en la resolución del problema debe ser apartado, para evitar revolver y obtener resultados discordantes. El cerebro naturalmente da entrada a millones de estímulos, lo que nos capacita para captar el mundo a nuestro alrededor, pero se debe jerarquizar, es decir, seleccionar lo que puede entrar en un turno y lo que no. Por ejemplo, un malabarista. Imaginémoslo sobre una cuerda suspendida a cierta altura, lanzando tres clavas con una mano, tres bolas con la otra y girando un aro con un pie. Debe concentrarse, es decir, poner atención en cuatro estímulos: los que mantienen su equilibrio en la cuerda, los que calculan el movimiento de las clavas con una mano, las bolas con la otra y el aro con el pie. Son muchos estímulos, pero el malabarista ya se ha entrenado en ello y no presta atención a nada más.
Se cuenta la historia de un gran golfista que ante un tiro muy difícil y decisivo se concentraba para dar el golpe y justo cuando levanta el palo, suena el silbato de una locomotora pasando cerca. Ejecuta su golpe y logra el punto tan difícil. Todos aplauden ante la ejecución. Cuando le preguntan si no lo perturbó el silbato, él responde: “¿cuál silbato?”. Sencillamente no lo escuchó, todos sus sentidos y pensamientos estaban concentrados en la pelota, el palo y el hoyo. No había más. Eliminó todo lo que no tenía que ver con la jugada que debía ejecutar.
Cualquier persona no experta se precipita, se tarda demasiado, o se perturba y falla. El experto ha aprendido a eliminar todo estímulo y pensamiento ajeno al problema. Y no solo eso, sino que no se permite dejar de pensar en el asunto y nada más que en el asunto. Se cuenta de Einstein que decía que era capaz de seguir pensando horas y horas en el abordaje de un problema, sin distraerse ni olvidar los aspectos fundamentales: eliminar lo superfluo y no olvidar lo sustantivo. Esto corresponde a una relación muy estrecha.
Una persona inteligente es capaz de aislar los elementos importantes para la solución de un problema y seguir pensando en ellos. Ni permite la intromisión de distractores, ni permite el olvido de los datos importantes. Es claro que al estar tratando de resolver un problema aisla ciertos datos y sobre la marcha van apareciendo otros, pero siempre relacionados con el problema, no distractores. Cerrarse a un conjunto de datos tampoco es recomendable, sin embargo hay que saber qué nueva información debemos aceptar. Con la práctica, el subconsciente rechaza la información irrelevante, de modo que no llegamos a estar conscientes de ella.
No siempre la concentración va encaminada a la solución de un problema, pues hay al menos dos estrategias de concentración que permiten abstraerse del mundo alrededor y sumergirse dentro de uno mismo, o inclusive, fuera de uno mismo. Me refiero a la meditación y la oración. En esta última la persona se concentra en hacer contacto con la divinidad, de modo que todo alrededor es apartado y solo queda esa intención, al menos de ofrecer nuestro pensamiento en forma exclusiva a un ser superior. Bien lograda, esta práctica permite alcanzar estados que han sido calificados como éxtasis, o estados de comunión con la divinidad. No es nada sencillo.
En el caso de la meditación se rata de acallar todo pensamiento que aparte al sujeto de la concentración en simplemente percibir la entrada y salida de aire por las fosas nasales y tratar de no distraerse. Podría pensarse que eso parece poco útil, sin embargo, cuando esto se logra, algunas áreas cerebrales se modifican y crecen, además el sujeto percibe una paz interior y seguridad que le permiten acometer numerosas actividades. De los detalles deberían hablar quienes tengan experiencia propia en estas áreas.
El caso es que resulta muy importante aprender a eliminar. Como quien dice: las tijeras son la herramienta más importante: quitar todo lo que sobra. Este es el punto fino: qué eliminar y qué dejar. Para eso debemos tener primero un objetivo: comunión con Dios, acallar y tranquilizar el propio cerebro, o bien tener un problema que requiera solución. Pido perdón por la súper-simplificación, pero creo que plantea el panorama general. Y de estos tres aspectos quiero enfatizar en el que me queda más cercano: solución de problemas, en especial los relacionados con mi profesión como médico y como docente.
Los alumnos deben aprender a concentrarse, de modo que tengan la disposición y la
capacidad de aprender a resolver problemas de diversa índole, relacionados con el estudio de aquellas áreas que se pongan a su consideración. De este modo podrán identificar los problemas relevantes, asignar el tiempo para estudiarlos, durante el cual habrán de concentrarse, eliminando todo distractor, y, no menos importante, obtener satisfacción con obtener la solución.
Encontrar problemas también es un problema en sí mismo, pues una cosa es exponerse a la información, adquirirla, recordarla y presentarla; y otra es entender la trascendencia del asunto, poner juntos los datos, reacomodarlos de acuerdo a nuestra creatividad, formar grupos con cierta homogeneidad, señalar coincidencias y excepciones, así como proponer relaciones de causa efecto, de modo que podamos predecir el futuro y adelantarnos a las consecuencias: propiciarlas si convienen y evitarlas si afectan, lo que en última instancia nos permite manipular la naturaleza. Para lograr todo esto es necesario concentrarse, es decir, dedicar un tiempo exclusivo a pensar profunda y exclusivamente en una situación determinada.
Captar información y repetirla luego, es claramente insuficiente, y aún eso requiere concentración, pero se puede lograr mucho más y eso es lo que vale la pena: desde levantar muros derechos hasta diseñar chips de computadoras, o pilotear naves espaciales. Todo ello requiere concentración, igual que tirar y esquivar golpes en un ring, dar un giro en un escenario, extirpar un tumor maligno, o motivar estudiantes para que aprendan a concentrarse.
Los niños y jóvenes son expertos en concentración, como lo demuestra el dominio que alcanzan con videojuegos y otros dispositivos computacionales y poscomputacionales, solo que van encaminados al entretenimiento y no al aprendizaje, ya que consideran que este es aburrido y las compañías que diseñan videojuegos son expertos en crear productos que generan gran adicción, con el fin de obtener ganancias, para lo cual es mejor mantener consumidores que se entretengan en lugar de pensar y aprender. Lo único que se necesita es redirigir los esfuerzos e intereses de los consumidores de videojuegos, chats e influencers.
El mismo esfuerzo empleado en jugar o chatear se requiere para aprender, solo que los contenidos son diferentes, pero igual hay que concentrarse. Así que: ¿queseconcéntrensen!