En la columna anterior comenté que empezaríamos una serie de reflexiones dedicadas a nuestra persona e iniciamos con el fortalecimiento del amor propio, partiendo de la premisa de que para amar a los demás, primero debes amarte a ti mismo, porque no se puede dar lo que no se tiene; y en ésta parte de la serie, hablaremos del perdón, bajo una premisa similar: no puedes perdonar a los demás, si antes no te perdonas a ti mismo.
La semana pasada se conmemoró la semana santa, que nos sirve y recuerda que la razón más importante de la muerte y resurrección de nuestro Señor Jesús, es la reconciliación de nosotros con Dios, ya que su sacrificio, fue a cambio del pago de nuestros pecados y con ello se nos otorga su perdón, dándonos la oportunidad de tener una vida de comunión con Él, con la simple condición de hacer una oración para reconocer que somos pecadores y que necesitamos un salvador: Cristo Jesús; y que al orar le pidamos que venga a morar en nuestro corazón.
El perdón es una muestra poderosa de amor, y que mejor muestra de amor por ti mismo que perdonarte de todos tus errores, de todos tus fracasos. Si Dios te perdonó, porque no te perdonas tú mismo. Si Dios me aprueba, yo también me apruebo; lo mismo pasa con las demás personas.
Constantemente estamos pensando que no lograremos nada, que no valemos, que no daremos la medida, porque hacemos caso a los que dicen los demás, vivimos pensando en el que dirán, en lugar de aceptarnos y tratar de dar lo mejor de nosotros cada día. Si alguien viene a decirte que no eres perfecto, que eres un fracasado, no lo creas, dile no estoy de acuerdo contigo, porque si Dios me acepta, yo me acepto.
En la medida que podamos perdonarnos, estaremos en condiciones de poder perdonar a otros, y perdonar es una tarea constante y muy importante. Jesús sabía de ello, se encuentra narrado en el libro de Mateo 18, versículos 21 y 22: “Entonces se le acercó Pedro y le dijo: Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete? Jesús le dijo: No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete.” En otras palabras, muchas veces, por no decir, siempre.
Debes perdonarte a ti mismo, para poder perdonar a los demás. Martin Luther King decía: Aquel que es incapaz de perdonar, es incapaz de amar. Regalarte el perdón es un acto de amor, que se logra cuando entras en contacto con tus sentimientos, estando a solas contigo, escuchándote respirar, meditando y encontrando la luz en tu vida.
Hace unos días terminé la lectura de un libro sensacional que se titula: El Caballero de la armadura oxidada (el cual te recomiendo ampliamente), es breve, corto, sencillo y conciso; y me encantó una frase de su autor Robert Fisher que dice: “Lo más importante es la voluntad de dejar fluir los sentimientos, que fueron el motivo por el cual nos pusimos la armadura”. Debes romper la armadura que te impide aflorar tus sentimientos, para poder perdonarte y perdonar a otros.
Perdónate a ti mismo y te amarás con mayor intensidad; regalarte el perdón es parte de la generosidad de tu persona consigo misma, no trates de agradar a los demás sintiéndote mal contigo mismo, por tus errores, por tus fracasos, por tus miedos; debes renovar tu mente dejando en el pasado todo aquello que te atormentaba y no te permite seguir adelante, para vivir plenamente el presente, convirtiéndote en una mejor versión de ti, y entonces, podrás perdonar a los demás.
Empieza por ti mismo y vivirás con paz abundante, de tal manera que las personas ya no podrán herirte nunca más, por el contrario, tú les darás paz, porque te has perdonado y perdonaste también a los demás, tal como el Dios Altísimo te ha perdonado y te ha regalado un corazón nuevo, restaurado, limpio y renovado. Perdónate a ti mismo.