Hasta ahora nos hemos mantenido a la cabeza en este planeta. Sin embargo, no deberíamos acostumbrarnos a este lugar destacado. A lo largo de la historia hemos venido cayendo paulatinamente. Alguna vez consideramos que La Tierra, al albergarnos y nosotros ser la máxima creación de Dios, debería ser el centro del Universo y todo girar a su alrededor, con lo que ocuparía el preciado estatus de centro inmóvil que hace girar a todo lo demás. No tardamos mucho en reconocer que “… sin embargo se mueve”.

El sol ocupó el centro y nuestro planeta pasó a ser uno más de entre varios otros que giran a su alrededor.

Al no estar en el centro inmóvil bajamos un escalón considerable, pues obedecíamos a otros parámetros no definidos, o referidos a nosotros. Nos quedaba el consuelo de que nuestro sol era el centro y todo giraba a su alrededor. Pero también tuvimos que aceptar que nuestra estrella solo es una más, nada destacada, pues ni es la más grande, ni la más brillante; es tan solo una estrella más, como hay millones y millones. Ni siquiera ocupa un lugar destacado en nuestra galaxia. En la Vía Láctea, que parece ser también una galaxia promedio, debe haber unos cien mil millones de estrellas.

Dentro de nuestra galaxia estamos ubicados hacia la periferia, aunque no al extremo. El centro galáctico contiene un agujero negro, como parece ser el caso en todas las galaxias. Ni siquiera este agujero nos destaca, pues parece haber muchísimos y más grandes que el que nos corresponde. De cualquier modo, más vale estar lejos de estas entidades, pues lo que sabemos de ellas no es nada que nos convenga. Son una especie de aspiradoras gigantescas que engullen todo lo que se acerque. Una vez atrapados por su inmensa gravedad, no hay modo de escapar y lo que entra no sabemos a dónde vaya a dar. Se adscribe a estos objetos (¿?) la propiedad de “Singularidad”.

Lo singular es realmente singular: allí las leyes conocidas de la física no aplican, es decir, no tenemos modo de explorar su naturaleza o su interior. Pueden ser muchas cosas. Como se supone que la información nunca se pierde, lo que entra ahí debe restaurarse en otra parte, pero esto al parecer es solo especulación, pero es lo mejor que tenemos. Quizá algún día sepamos algo más seguro acerca de ellos.

Pero volviendo a nuestra galaxia, es muy positivo que no estemos ni al centro ni en la orilla. El centro ya vimos lo peligroso que es. La orilla está muy expuesta a colisiones con otros cuerpos astrales y tampoco nos convendría. Al parecer el mejor lugar no es ni el centro ni la orilla. En el caso de nuestro Sistema Solar también ocupamos una posición que se ha dado en llamar “Ricitos de oro”, donde estamos lo suficientemente cerca de la estrella como para que nos llegue su calor, de modo que el agua sea líquida y la temperatura sea tal que las reacciones químicas propias de la vida se lleven a cabo.

Por el momento creemos que la vida requiere ciertas condiciones que permitan captar materia y energía, esta última dentro de ciertos rangos, sin embargo, hemos encontrado en nuestro planeta un grupo de micro-organismos que llamamos extremófilos: soportan temperaturas muy altas, así como condiciones de acidez y salinidad que nunca creímos que permitieran el desarrollo de la vida, y sin embargo, lo hacen. Pensamos que el agua líquida es indispensable para la vida, pero tampoco sabemos si pudiera haber otros solventes que permitieran la vida; y los planteas y satélites que parecen congelados lo están en la superficie, pero en la profundidad contendrían líquidos, como el agua y otros.

Algunos micro-organismos ni siquiera necesitan la luz del sol y cada vez descubrimos más seres complejos acuáticos que viven a profundidades donde no llega la luz solar, y sin embargo, prosperan. Todo esto nos deja ver que la idea de un lugar privilegiado para vivir y desarrollarse es solo una idea sesgada que tenemos a partir de ciertos principios estéticos, religiosos, filosóficos, geométricos, o biológicos, pero eso no quiere decir que sean realmente indispensables.

Aún nuestra galaxia es una de miles de millones diseminadas por todo el Universo, y también gira alrededor de un centro, que posiblemente gire a su vez sobre otro centro que aún desconocemos. Al contemplar el cielo nocturno nos asombra la inmensidad de puntos luminosos que tomamos por estrellas, cuando en realidad muchos de ellos son galaxias, de modo que en ellos se cumulan en promedio muchos miles de millones de estrellas. Con el nuevo telescopio James Webb se han descubierto muchísimas galaxias donde se pensaba que no había; algunas son pequeñas y poco luminosas, pero ahí están.

Con base en lo anterior nos damos cuenta que la inmensidad del cielo está poblada por muchas más entidades siderales de lo que pensamos alguna vez. Pero con todo y eso, las cifras son aún más pasmosas, pues se calcula que lo que alcanzamos a ver es una mínima parte de lo que hay. Materia y energía oscura constituye la mayor parte de lo que alcanzamos a entender como universo, de modo que lo que debe asombrarnos más es nuestra limitada capacidad de detección, ya que estos objetos oscuros no reflejan la luz y ni con telescopios, ni con observación en el infrarrojo los podemos detectar. Todo el poder de nuestra tecnología es insuficiente.

¿Cómo pensar que en tan vasto escenario -tanto que la palabra vasto no da ni siquiera una pálida idea de la verdadera extensión- solo en este pequeño planeta haya seres vivos? Todavía podría quedarnos la esperanza de que si no somos parte del único planeta con vida, sí estamos en el único en que existe vida inteligente. Pero obviamente esto tampoco se sostiene. Al haber tantos nichos posibles para el desarrollo de la vida, creer que solo nosotros hayamos alcanzado el tope de capacidad inteligente es ingenuo, por decir lo menos. Ya no tenemos un lugar astronómico privilegiado, ni tampoco tendríamos un lugar destacado en la capacidad de comprender al universo.

Estamos a un nivel tal que luchamos por implementar desarrollos tecnológicos para manipular el medio ambiente local y extraplanetario, cuando en realidad lo más importante sería entender de dónde venimos, no como seres vivos, ni como especie inteligente, sino como universo, pues debemos vernos como parte del todo. No somos nosotros y el universo, el universo es y ahí quedamos englobados no solo nosotros sino todas las especies vivas que puedan existir, hayan existido y vayan a existir. Una parte de nuestra tecnología se encamina a la exploración y comprensión, pero la mayor parte se dirige a obtener recursos para la diaria sobrevivencia, con los consabidos efectos depredadores y contaminantes.

Debemos estar preparados para enfrentar otro bajón al enterarnos eventualmente de civilizaciones, no más avanzadas, sino mucho más avanzadas que nosotros. Y dada la inmensidad del espacio-tiempo que alcanzamos a vislumbrar, debemos aceptar que nuestra capacidad es limitada en forma extrema, como para aspirar a encontrar otras civilizaciones y comunicarnos con ellas. Seguramente nos encontrarán ellos, si no lo han hecho ya. Y seguramente se comunicarán con nosotros, si no lo han hecho o lo están haciendo ahora. Tan solo mandar una señal luminosa podría tomarnos siglos, de modo que nunca sabríamos si llegó nuestro mensaje, o probablemente no estemos ya para recibir respuesta.

Si otras civilizaciones pudieran escudriñar nuestra Tierra probablemente no nos verían, pues la luz con la cual nos registraran habría salido mucho antes que apareciéramos. Toda información luminosa –que es la más rápida- llega con retraso, y entre más lejos, más retraso. No creemos que estén cerca, pues ya habríamos hecho contacto. Tendrían que usar otras tecnologías para tener una imagen en tiempo real de nuestra civilización y en realidad no tenemos idea de cuál podría ser.

Mientras sigamos limitados por la velocidad de la luz, los mensajes serán prácticamente imposibles. Civilizaciones avanzadas tendrán que hacernos saber su presencia y facilitar la comunicación, una que no esté limitada a la velocidad límite que hoy conocemos, tan solo para intercambiar ideas o conocimientos. Ya los viajes quedan fuera de todo alcance para nosotros, pues aún la estrella más cercana después del sol, supondría un trayecto que no podría ser cubierto en toda una vida. Acaso nuevas tecnologías nos permitan comunicación –interacción- y desplazar naves a velocidades inconcebibles por ahora. Estamos a la altura de las carabelas de Colón, pero si un viaje trasatlántico que en esa época duraba seis meses ahora a nivel comercial dura diez o doce horas, quizá sí lleguemos a viajar al menos a las estrellas más cercanas sin contar el tiempo en siglos y generaciones.

La estrella más cercana está muy lejos. La exploración galáctica es inconcebible en términos prácticos por hoy. Los viajes intergalácticos quedan para la imaginación. –Viaje a las estrellas, o Star trek- Y no hemos tomado en cuenta que el Universo se expande, y que en distancias lejanas se calcula a mayor velocidad que la luz, ya que el espacio sí lo puede hacer sin violar ninguna ley física conocida. Aún si viajáramos a la velocidad de las ondas electromagnéticas, no alcanzaríamos las partes lejanas que se alejan aceleradamente. Probablemente incluso dejemos de verlas, aún con los telescopios más poderosos.

Aún parece haber otra barrera más formidable, planteada por la existencia de universos múltiples: el multiverso, con el que no tenemos posibilidad de contacto. La existencia de múltiples universos se deriva del razonamiento matemático, pero no tenemos ninguna evidencia empírica, y al menos por el momento, no parece haber oportunidad de tenerla. El caso es que la complejidad de la naturaleza es tal que cobramos conciencia de nuestra pequeñez, aunque, eso sí, muy esforzada en descubrir y entender. La magnificencia de lo que nos rodea no debe aniquilarnos, por el contrario, debe ser el motor que nos impulse a seguir avanzando, por modestos que sean nuestros alcances. Lo importante no es ser los primeros ni los únicos, sino ser. Ser humanos, esa es nuestra naturaleza y llegaremos hasta donde nuestras capacidades lo permitan y eso estará bien.

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