Hace unos días leía un artículo sobre la menopausia, donde se plantean datos e ideas que abonan en pro de un tema que durante mucho tiempo ha sido visto con desdén, cuando no franco rechazo, atribuido a problemas psicológicos de quien se queja de ciertos síntomas. Pero resulta que nuevos hallazgos arrojan luz sobre este fenómeno cotidiano que puede dificultar mucho la vida de algunas mujeres.

Este fenómeno de suspensión de la menstruación es casi único de las mujeres en todo el sistema de seres vivos que funcionan con base en dos sexos separados en diferentes individuos. Tal parece que esta condición es solo compartida con algunos tipos de ballenas. En todas las demás especies animales con dos sexos las hembras siguen siendo fértiles hasta que mueren. Las mujeres son una notable excepción. Se ha argumentado que la menopausia permite tener abuelas que ayuden en la crianza, ya que esta puede ser larga y compleja, con alto riesgo.

Se acepta que la menopausia se ha instalado cuando la menstruación deja de presentarse por un período continuo de doce meses, es decir, mientras no pase un año sin descarga menstrual, no se puede hablar de menopausia. ¿Entonces? Mientras esto no suceda, la mujer podría tener ciclos menstruales irregulares, tanto en frecuencia, como en cantidad, hasta que finalmente pasen los doce meses ya citados. Mientras tanto se habla de perimenopausia. Este período puede ser breve o extenderse por varios años.

Los ciclos menstruales irregulares provienen de ovarios en proceso de senescencia, cambio que aceptamos como normal para las mujeres. Durante esta etapa de fallo en la producción de las hormonas, estrógenos y progesterona van disminuyendo paulatinamente de forma irregular. Aquí está el principal problema: la irregularidad en el nivel de hormonas circulantes. De por sí, la producción hormonal ovárica es por pulsos en ciclos de aproximadamente 28 días, de modo que el nivel fluctúa, pero de manera regular, a diferencia de la perimenopausia.

Los estrógenos, principal hormona ovárica, son productos muy importantes e intervienen en múltiples órganos y funciones, entre ellos se ha destacado comercialmente la “fuente de la juventud” que se refleja en múltiples sitios de la anatomía y funcionamiento femenino. Pero los ovarios también producen progesterona y hasta testosterona, hormona sexual masculina por excelencia. Llegada cierta edad, entre 45 y 55 años, la actividad ovárica disminuye significativamente. Pero ya decíamos que esto es un proceso paulatino e irregular, como cuando un motor empieza a fallar: primero hace ruidos raros, luego baja su potencia y repentinamente la incrementa, con lo que se obtiene una marcha irregular, “a tirones”, hasta que se detiene.

Esta marcha “a tirones” es sumamente desagradable y suele causar angustia a quien la padece. No hay confiabilidad, camina y no camina. Esto pasa con los ovarios en la perimenopausia: nos avisan que estan fallando y se van a detener, pero no sabemos cuándo; mientras, hay que avenirse a las fluctuaciones impredecibles. Los estrógenos deben circular y numerosos tejidos tienen moléculas receptoras que los captan, con lo que se consiguen beneficios para esos tejidos. En el fondo, a riesgo de sobre-simplificar, los estrógenos son factores de crecimiento, de ahí su poder. Toda célula que tenga receptores para estrógenos los capturará a su paso por la circulación y, entre otras actividades, entrará en mitosis, es decir, se reproducirá. Envejecemos cuando nuestras células van muriendo naturalmente y no las podemos reponer por falta de factores de crecimiento (estrógenos, testosterona, insulina, prolactina y muchos más).

Cuando se van muriendo los soldados y no los podemos reponer, los tejidos van fallando poco a poco: baja la masa muscular, ya no hay endometrio que prolifere y luego se expulse en la menstruación, la glándula mamaria cambia de consistencia, la piel se adelgaza y arruga, etc. Cambios obviamente desfavorables, pero del todo naturales y esperados. Podría pensarse que hay que agregar estrógenos en forma de medicamentos para restablecer la reproducción y producción celular, pero ello se puede aplicar dentro de ciertos rangos, más allá de los cuales aparecen otros peligros.

Como los estrógenos son factores de crecimiento impactan sobre la glándula mamaria y sobre el endometrio, estos dos tejidos se reproducen a un tiempo y ritmo no previsto por la naturaleza, de modo que e pueden salir de control, especialmente en quienes tienen antecedentes familiares de cáncer de mama o de endometrio, o tienen un tanto más de tejido adiposo y se exponen a un riesgo innecesario. Esto no quiere decir que toda mujer que reciba estrógenos suplementarios va a desarrollar estas enfermedades. Cada caso debe ser evaluado y aplicar tiempos, dosis y vías de administración adecuados.

En algunos casos de cáncer de mama se aplican medicamentos y maniobras encaminadas a bloquear los estrógenos, para disminuir el riesgo de progresión tumoral. Los estrógenos son muy potentes, pero pueden ser armas de doble filo. Lo complicado es que son necesarios en ciertos tiempos y cantidades. No solo los ovarios producen estrógenos, también las glándulas suprarrenales y el tejido adiposo. Antes veíamos al tejido adiposo como “grasa”, hoy sabemos que es un órgano endócrino y que en mujeres jóvenes y de edad media puede producir exceso de estrógenos y ocasionar efectos negativos, a veces muy sintomáticos.

Para complicar más el asunto, debemos considerar que el mismo cerebro tiene receptores estrogénicos en varios sitios, en especial en el hipotálamo (que controla muchas funciones automáticas de nuestro cuerpo, como temperatura, presión arterial y otras). El cerebro entonces funciona bajo estímulos estrogénicos, entre otros muchos. Mientras el ovario funciona, el cerebro recibe los estrógenos que necesita y usa de maneras complejas que aún no entendemos del todo. En la menopausia el cerebro se adapta a la falta de estrógenos. El problema es en la perimenopausia: a veces hay, a veces no.

Una consecuencia muy desagradable y hasta incapacitante son los “bochornos”, esa sensación de calor que se expande por el cuerpo de forma súbita y produce descontrol y que se ha llegado a considerar sinónimo de menopausia. Obviamente esto tiene impacto en diversas áreas, como el carácter, el estado de ánimo y el sueño. También se describe un estado de “niebla” mental que impide la concentración y puede afectar la capacidad laboral y productiva. Los “bochornos” no son solo ataques pasajeros de calor, atribuibles a cuestiones psicológicas.

Ya se ha identificado a nivel cerebral la sustancia (neurokinina B) que al fijarse a su receptor ocasiona los bochornos. Obviamente ya se trabaja en un medicamento que se fija al receptor de esta sustancia y así impide que esta lleve a cabo la descarga bochornosa. No suprime los efectos, pero los atenúa. Lo tradicional ha sido tratar a las pacientes muy sintomáticas con estrógenos, pero ni se pueden usar en todas, ni siempre son efectivos. El asunto va mucho más allá de sensaciones incómodas: afecta el sueño, la presión arterial, la captación de glucosa por el cerebro y la producción de energía. Ahora se relaciona la menopausia con el estado de salud cerebral años más adelante, en relación con enfermedades degenerativas como Parkinson y Alzheimer. Aún se está investigando.

El caso es que tomemos más en cuenta los síntomas de la perimenopausia, pues ya en la menopausia la situación se estabiliza en otro nivel. De cualquier modo, el tratamiento oportuno podría hacer diferencia y el uso de estrógenos no debe ser satanizado, pues su empleo mejora la salud cardiovascular y ósea. Lo importante es solicitar ayuda y seguir las indicaciones de médicos capacitados en el tema y no esperar a la menopausia franca.

Por último quiero destacar una advertencia que pone la autora del artículo, publicado en una revista del más amplio prestigio y reconocimiento, como es Nature. Uno pensaría que hay términos del lenguaje que no necesitan explicación ni acotamiento, pero resulta que no es así. En otro artículo se aborda el caso de la gran discrepancia que puede haber entre dos personas con términos aparentemente muy simples, como “pingüino”, pues no todo el que oye esta palabra imagina, ve o entiende lo mismo, por sorprendente que parezca.

La autora introduce una llamada de atención sobre un término que se antojaría irrebatible: mujer. Dice la autora “Este artículo usa ‘mujeres’ para describir personas que experimentan la menopausia, pero reconocemos que no todas las personas que se identifican como mujeres sufren la menopausia y que no todas las personas que atraviesan la menopausia se identifican como mujeres”. Obviamente estamos ante un problema de género y su autopercepción. Ya en otro artículo hablé sobre l forma de determinar el género o sexo de una persona.

Veamos: “…no todas las personas que se identifican como mujeres sufren la menopausia…” se refiere a personas con sexo genital originalmente masculino, que se asumen como mujeres, pero no tendrán menopausia. “…y que no todas las personas que atraviesan la menopausia se identifican como mujeres” hace referencia a personas con genitales femeninos de origen, pero que se asumen varones y a pesar de ello sufrirán la menopausia. Las negritas son mías.

El artículo no se publica en una revista sensacionalista ni en un blog que pretenda ganar seguidores o hacer activismo de género. Aun en artículos científicos de altísimo nivel hay que hacer ahora precisiones sobre términos que nunca antes pensamos.

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