Desde Fort Mill, en un valle del condado de York, ciudad de casas victorianas de meticulosa alineación preservando estilo inglés siglo XIX, en que “a su alrededor todo es naturaleza”, disfruto algunas semanas en compañía de mi hija Fer y Re, mi nietecita.

Caminando en tranquilas calles, en paz conmigo y el mundo, celebro que cumplo ochenta y cinco, sentencia del destino de cumplir un nuevo año dejando en el olvido al que ha pasado. He vivido ochenta y cinco que se han ido, ya no los tengo y me han dejado solo los que me quedan por vivir, que quizá sean solo cinco los que tengo en mi camino.

“Llegaré a los noventa, sin esperar mas escalada,

con la frente en alto y el pecho erguido

con destellos de nuevo amanecer en la mirada

y radiante por haber vivido”.

A partir de hoy solo tengo cinco años por delante, eso festejo en este mi apacible “cumple”. Ochenta y cinco años han quedado atrás, en mi alma y conciencia, permanecen como la senda en que he vencido obstáculos y aristas que a veces creí insalvables, siempre traté de ver ese camino como una alfombra con destellos de esperanza que con frecuencia eran pavesas, pero otras veces se mantuvieron conmigo, hasta alcanzar un objetivo.

Ochenta y cinco, mucho tiempo lo he vivido en Xalapa, pequeña ciudad de mi niñez y juventud, rodeada de verdor lujurioso, “cielo intensamente azul sin una nube en que posar los ojos”, apacible por las noches, bulliciosa en las tardes, amigos y recuerdos sencillos, que atesoro con la nostalgia de los bienes perdidos en el tiempo.

En noches de insomnio dedicadas al recuerdo, vertido en el papel, con el corazón posesionado de mi mano, el silencio de la noche me enamora desde el fenecer del día, rememoro rostros, sonrisas, voces, momentos cotidianos de ayer, que fueron rutinarios y en aquel momento pasaron sin gloria ante mí pero hoy, muchos años después, cada uno de esos instantes están grabados con letra sagrada esculpida en mi alma.

He atesorado la experiencia de ser ayer y de ser hoy el mismo ser feliz, viviré hasta dentro de cinco años, que es la meta que el destino, genética y Dios me han fijado y yo he aceptado con la alegría del bien anhelado como se recibe cada cumpleaños y el mío ha sido hoy, día feliz como todos los que he vivido y se fueron sin haber sentido.

Parece juego de la vida recibir como regalo una pérdida, la del año que se fue, pero no es tal porque cada doce meses que se van dejan el inmenso regalo de haber vivido, disfrutando del cariño de mi familia, de amigos que siguen conmigo y que en ese tiempo aprendí a valorar su gran contenido espiritual mientras que, en muchos otros, descubrí la verdadera esencia de su afecto frágil, maquillados en función de circunstancias, cosas de la condición humana.

La vida, tobogán de alegrías y tristezas, brumosa o alucinante, disfrutémosla hoy a plenitud como a la taza matutina de café, con tragos cortos y profundos, la aromática infusión volverá hoy, regresará mañana, pero los momentos vividos en cada sorbo de ayer y hoy, nunca volverán.

Día a día espero que mi aromático café de las siete no sea el último sino uno de los muchos que aún disfrutaré y si no será así, acato la decisión divina de que el de esta mañana habrá sido el último, pero su aroma quedará como heraldo de mi cálido adiós.

El que hayas leído este mensaje es mi el regalo, el que todos esperamos en la alborada del amanecer de cada “cumple”. Hasta pronto a todos, pido a Dios sean ustedes tan felices, como lo he sido yo.

Humberto

 

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