Pedro Manuel Chavarría Xicoténcatl
Siempre hemos atribuido a nuestro cerebro el papel privilegiado que nos toca jugar en la cadena de los seres vivos, pero esto en realidad es inexacto. La verdad es que el cerebro es una parte muy importante de un eje de dominio, donde la mano constituye el complemento indispensable. El eje completo comprende dos componentes que interactúan muy estrechamente, de tal modo que ambos se potencian. El cerebro es capaz de imaginar y planear, de modo que llega a entender los mecanismos que gobiernan el universo y los seres vivos, hasta cierto nivel.
Pero entender el funcionamiento del universo y las leyes que lo rigen no es realmente determinante. El punto crítico sobreviene con la intervención sobre el propio universo a fin de modificar el curso natural de los acontecimientos, o al menos alterarlos parcialmente. El objetivo ambicioso es controlar, es decir, suscitar o impedir ciertos desarrollos, o bien redirigir su ritmo natural. Para que esto suceda se requiere un cierto nivel de inteligencia desarrollada o innata. Hablamos de innata cuando el animal nace con ciertas tendencias que le guían de modo férreo y le compelen a ciertas conductas que eventualmente tienen impacto en la supervivencia de los individuos y su descendencia.
No hemos logrado dilucidar hasta qué punto los vegetales pueden hacer algo semejante, aunque hay indicios de que así es, sobre todo si tomamos en cuenta grandes poblaciones que de un modo u otro logran modificar el clima de todo el planeta. También tenemos evidencias acerca de actividades bioquímicas bacterianas que pueden inclusive regular nuestro estado de ánimo, nuestro apetito y modificaciones ponderales, y quién sabe cuántos procesos más. En todos estos casos entendemos que los individuos y comunidades, sean plantas, bacterias u otras especies actúan de manera ciega, automática, tras lo cual se yergue la sobrevivencia del mejor adaptado al medio, según lo descrito por Darwin, y que equivale a una forma de inteligencia.
En el caso de seres vivos con capacidades más complejas, a los que les reconocemos individualmente “inteligencia desarrollada”, entendida esta como la capacidad de hacer frente a situaciones inéditas para ese organismo, estudiarlas, entenderlas en grados variables y obrar en consecuencia para obtener ventajas, en especial de supervivencia. Así tenemos ligadas ya las dos circunstancias básicas: novedad y adaptación. Los seres vivos se adaptan al medio para sobrevivir, tengan o no inteligencia individual. Si no la hay, el mecanismo es lento y doloroso: modificación de la especie mediante mutaciones al azar. Si hay la inteligencia individual, esta al menos vuelve desconfiado al sujeto lo que le evita muchos riesgos. Si la inteligencia es de más alta gama, el organismo y sus descendientes tienden a “resolver” el problema de manera tan inmediata como se pueda, sin apelar a cambios azarosos.
Todo empieza con tener órganos de los sentidos suficientemente agudos, que detecten cambios leves y los distingan de una situación de base. Distinguir lo nuevo y observar sus efectos asociados, para no hablar de causa y consecuencia, que resulta bastante más complicado, es fundamental. Lo primero es detectar la novedad, esto significa mucho más que percibirla, es decir, entender que hay un cambio y tratar de anticipar qué viene a continuación, o al menos activar alarmas para huir o pelear sin ser sorprendido, lo que puede costar la vida. Los errores se pagan muy caros. Si el nivel de inteligencia desarrollado por la especie y por el individuo, la primera a través de la herencia y la segunda a través de experiencias de vida y su almacenamiento en la memoria son adecuadas, se puede presentar una respuesta aprendida capaz de generar dos consecuencias: huir o combatir el peligro reconocido, o bien provocarlo y aprovecharlo si se pueden extraer consecuencias favorables, frecuentemente en forma de alimento, que se traduce en mejores posibilidades de supervivencia.
No es muy útil detectar el problema y no poderlo enfrentar, pues lo mejor que se podría hacer es huir, que no es poca cosa, pues puede salvar la vida. Pero si el sujeto o la especie está llamado a destacar, entonces se requiere aprovechar la situación para extender activa y provechosamente la esperanza de vida y el aumento en la descendencia, y no solo la extensión pasiva de este tiempo a través de la huida. Habrá que hacerle frente al medio, inerte o vivo, a fin de sujetarlo y modificarlo a conveniencia. Suele ser muy necesario sujetar para luego poder modificar. La mejor estrategia conocida es la mano, capaz de rodear, al menos parcialmente, al objeto mediante las prolongaciones digitales. Los dedos aseguran la cercanía, inmovilización, exploración y en su caso devorar el posible alimento.
Hasta ahora podemos atrapar, estudiar y desarmar la cosa de interés. La mano humana no es especialmente fuerte ni mortal por sus recursos de prensión y corte, si bien la complementan los dientes; pero la fineza con la que puede tomar, sostener y manipular de modo sumamente preciso los objetos, permite pasar de lo meramente utilitario para someter, matar y devorar, y extenderse a capacidades sorprendentes, como el arte. Si bien hay elefantes que manejan exitosamente un pincel, ninguno ha logrado hasta ahora pintar una sonrisa enigmática y sutil como la de la Gioconda. Ni sabemos que algún otro animal haya esculpido fielmente una figura de un ser vivo, ni que pueda manipular eficientemente un teclado para escribir un mensaje.
Los cinco apéndices de cada mano se repiten en otras especies además de los simios, pero no logran emular los exquisitos movimientos de una mano humana. Así, el cerebro adquiere extensiones físicas capaces de manipular objetos de muy diversas formas. Pero esta es una carretera de doble sentido: el cerebro imagina formas, al tiempo que descubre nuevas modificaciones en los productos moldeados. El cerebro mueve a la mano y esta “mueve” al cerebro. Por eso otros animales con cerebros potencialmente más poderosos, por ser más esféricos que el nuestro, como los delfines, no han tomado el control, ni han logrado notables transformaciones del medio: les faltan las manos, órganos capaces de materializar los objetos que el cerebro puede imaginar.
La imaginación requiere materializarse en objetos sobre los cuales puedan observarse y ensayarse nuevas modificaciones. Sin embargo, con todo lo poderosos que son cerebros y manos, están limitados para trabajar materiales duros, calientes, líquidos, etc. El primer obstáculo lo ha representado la dureza, por ejemplo, de rocas y metales, pero el cerebro mismo ha resuelto el problema a través de las propias manos, dotándolas de extensiones idóneas para trabajar cada material potencialmente útil. Hachas, martillos, cinceles, pinceles, lápices, cañas afiladas, agujas, cuchillos, brocas, sierras y un sinfín más de extensiones para el eje cerebro-mano, que ahora se extiende de manera artificial: cerebro-mano-herramienta.
Las herramientas agregan fuerza, dureza, firmeza, delicadeza, precisión y más. A pesar de estos notables avances aún tenemos limitaciones. Las herramientas deben moverse a expensas de contracciones musculares. Estas son limitadas: su velocidad, firmeza, persistencia y precisión. Acceder a un control exacto no es posible para todos; algunos, muy pocos, logran la maestría necesaria, les llamamos genios, superdotados, pero suelen tardar muchos años en alcanzar su nivel de excelencia, de modo que las obras maestras son muy escasas y con frecuencia necesitamos mucho más que eso. Querríamos que todas las obras de la mano humana extendida con una herramienta, fueran obras maestras, pero no lo son, lo cual limita nuestras aspiraciones y nos hace pagar costos monetarios muy elevados. Necesitamos mucho más.
La herramienta se mueve con la mano y esto implica limitaciones. Cuando hacemos que la herramienta adquiera movilidad propia, motorizada, automática, regulable, aunque solo sea en parte, logramos avances importantes. Un taladro manual se mueve de la forma que permite la mano, pero uno eléctrico es más potente, rápido y preciso. La herramienta se vuelve máquina cuando esto sucede: el movimiento básico lo delegamos a un artilugio electromecánico y nosotros -nuestro eje cerebro-mano-herramienta- nos concentramos en solo una parte del movimiento, la que es crucial para el resultado final, logramos que los productos sean cada vez mejores. Las máquinas pueden ser de uso general, que realizan diferentes funciones, o del tipo máquinas-herramientas, que sirven como una especie de puente entre el eje cerebro-mano-herramienta y el producto final, que casi siempre resulta de movimientos complejos y simultáneos que no son fáciles de controlar por una persona, y peor si participan simultáneamente más de una.
Aún con la ayuda de máquinas-herramientas necesitamos participar como humanos y esto necesariamente introduce un factor de variabilidad irreductible. De manera alternativa, una máquina puede controlar a otra, que a su vez manipula una herramienta, que finalmente logra el resultado esperado. El cerebro ahora está más alejado del producto, igual que la mano inicial. Muchas manos pueden participar por separado y en forma asincrónica en labores más pequeñas y más especializadas, más complejas, pero más fácilmente automatizables para un hombre, que ya no requiere participación directa en tiempo real. Una máquina que hace martillos logra productos uniformes más precisos y más rápido que un obrero experto. Quizá podría argumentarse que un viejo maestro japonés que hace katanas no puede ser superado por una máquina computarizada, pero la velocidad de producción actual requerida es muy superior a la del artista humano.
La durabilidad de los productos ya no es lo más importante. El mercado exige más producción y más ventas para mantener el aparato productivo, lograr más empleos y dar sitio a los avances tecnológicos que incesantemente van apareciendo y que proporcionan mayores ventajas que los viejos productos. El cerebro humano sigue siendo el líder, la mano ahora teclea a gran velocidad instrucciones para que un autómata ejecute movimientos mucho más precisos que lo que una mano puede hacer. En el paleolítico hacer una punta de flecha, o de lanza, podía tomar horas y horas a un sujeto especializado en ello, ahora se hace un solo diseño digital y una impresora 3D la imprime incansablemente día y noche. Sencillamente, han cambiado nuestros objetivos. Buscamos más productos y más precisos, producidos más rápidamente y a menor costo.
Seguimos a cargo del eje cerebro-mano-herramienta-máquina, y ahora impresora 3D. Obviamente el arte está fuera de estas consideraciones, pero ya han aparecido máquinas que componen piezas musicales. La habilidad manual del hombre está bajo asedio, y hasta la capacidad intelectual, amenazada por la Inteligencia artificial. ¿Pasará la era de dominio del eje cerebro-mano-herramienta? ¿Llegará la de los robots?