Por Humberto Silva
El domingo se sumergió en un lecho de niebla cubierto por una cortina blanca que daba a la verde vegetación del cerro, mi vecino, un aspecto bello y fantasmal, que invitó a los xalapeños a disfrutar la introyección en el yo melancólico. El lunes se reveló ante el tiempo y permitió que el sol brillara desde temprano, atenuando el frío xalapeño, húmedo, penetrante y con esto lo ha convertido en un halitus matutino confortante, igual al que aderezó nuestra infancia y juventud.
Esta mañana a las diez disfruto desde mi estudio la misma imagen de ayer a la misma hora, la araucaria que desde el gigante Macuiltepec me permite contemplarla ayer entre la niebla nácar xalapeña, hoy bajo el sol que recuerda a una mañana de Toscana, realzando el verde lujurioso del bosque y embelleciendo al azul sedante del cielo sin una nube donde posar los ojos.
Vienen a mí los años de nuestra juventud que florecía en nuestro espíritu y cuerpo y cada mañana el sol nos despertaba con dorados rayitos de vida mientras el cielo cubría nuestras ilusiones anidaba un bagaje de recuerdos que, sin percatarnos, guardábamos en el rincón mas profundo de nuestra conciencia donde permanecerían vivos, para aflorar muchos años después, como hoy, en nuestra madurez y vejez y revitalizar ilusiones de ayer.
Tiempos de hoy que deben hacernos sentir que la juventud está en el espíritu, no en los años, que la vitalidad del carácter y la pasión por la vida son el verdadero secreto para mantenerse joven.
“Los años se nos van”, frase que repetimos cada mañana al despertar en un nuevo día con el mismo sol o con la nueva niebla, y quisiéramos ser los mismos que ayer, por las noches al arribar a la cama en la obscuridad del aposento sentimos el vertiginoso transcurrir horario que hemos vivido ese día y, otra vez, surge de nosotros la expresión “el tiempo se nos va”.
Pero el tiempo no se va, solo transcurre en un concierto de ciclos, hoy y mañana volverá a reiniciar su ritmo, en la mañana luminoso, radiante de luz, por la tarde apacible, invitando a la reflexión, por la noche la bruma y obscuridad, se invierte la alegría del despertar dando paso a la nostalgia por los años de luz del ayer, que ya vivimos y hoy son recuerdos, bienes de ayer, que al recordarlos vuelven a vivir.
Ser viejo es llegar a la fase final de nuestra vida a la que haremos dure muchos años, más de los programados por el arcano cronos, vida en la que podemos redescubrir la pasión por la vida, desechar compromisos porque ya no los aceptaremos, olvidar preocupaciones y disfrutar de cada instante como si fuera el último, cultivando la certeza de que mañana será mejor que hoy, persiguiendo una nueva ilusión, porque cuando las ilusiones se pierden llega la verdadera vejez.
Ante esto solo nos queda aceptar el destino manifiesto del ser humano, nace para morir y día a día, hacia allá va. Disfrutemos ese día a día del tiempo que nos quede por vivir, que son los años que nos faltan para morir y cada amanecer son menos.
Feliz año, aún es tiempo de deseártelo, febrero 20, 2024.