Por Darío Barahona

El día de mañana, martes 05 de noviembre de 2024, se enfrentan Trump y Harris en la elección presidencial para definir al mandatario estadounidense para los siguientes 4 años, representando cada uno proyectos opuestos de nación confrontados en cuestiones estructurales: dos agendas dentro de las que Estados Unidos juega un papel muy diferente en el concierto diplomático y geopolítico.

Más allá de las caducas y arcaicas denominaciones del modelo de “izquierda y derecha”, empleadas para el análisis del espectro político electoral, elementos que ya no explican la complejidad actual del poder humano a través de los Estados, desde la caída de la Unión Soviética en 1991, los “vencedores” anglosajones de la Guerra Fría ejercieron un dominio hegemónico del sistema financiero internacional, estructura sobre la que se desarrolla la totalidad del flujo de intercambio de dinero a nivel global, representando el soporte que sostiene al modelo civilizatorio que rige a las sociedades globales modernas.

Luego de la caída de la URSS, los principales estrategas estadounidenses (y sus vasallos europeos) impulsaron la instauración de su máxima ambición, la dominación mundial a través de la construcción de una sola sociedad global con un gobierno centralizado, erradicando las fronteras territoriales, culturales y demográficas de los países, reemplazando el actual orden internacional por un Nuevo Orden Mundial (Foro Económico Mundial), proyecto que a través de su aterrador instrumento denominado como “Agenda 2030” revela sus nefastas intenciones.

Los globalistas impulsan la agenda WOKE bajo el arcaico modelo de “izquierda y derecha”, donde dicha corriente ocupa el espectro político electoral progresista, siendo ubicada como la “izquierda radical”. Dicha agenda, junto con el modelo de sociedad de consumo que obnubila a la gran masa para distraer su atención de los verdaderos problemas estructurales de la humanidad, canalizando el uso de su tiempo a satisfacer el placer en el corto plazo a través del consumo de servicios o productos, genera entre sus seguidores la sensación de extrema urgencia por priorizar tiempo y recursos en demandas que no representan problemas estructurales para las sociedad en donde viven, pero sí generan un enardecimiento emocional colectivo que se aprovecha de la ignorancia a través de la guerra de propaganda orquestada y efectuada tanto por la CIA estadounidense como por el MOSSAD israelí en la región denominada como “Occidente”.

La antítesis directa de los globalistas son las figuras soberanistas, quienes representan proyectos de nación que priorizan a su propio país por encima de una agenda de dominación global, fomentando las relaciones pacíficas y diplomáticas que permitan el comercio e intercambio de recursos que son requeridos alrededor del planeta. Naturalmente, cada uno de dichos actores dentro del concierto internacional (súper potencias, potencias y no potencias) sostiene como principal intención el fortalecimiento de sus respectivos países, aunque no por ello están en automático dispuestos a someter de manera bélica a su entorno. Los soberanistas representan el polo de mayor racionalidad y tendencia al sentido común, enfocando sus esfuerzos en mejorar la calidad de vida de su población, su fuerza laboral, su economía, su industria, así como su poder disuasorio frente a otros países, consolidándose como agentes de peso en el complejo ajedrez geopolítico.

China y Rusia, las otras dos súper potencias globales, son gobernadas por dos figuras soberanistas que impulsan proyectos de nación propios como parte de su agenda y su condición de súper potencias. Ambas se oponen a la hegemonía estadounidense y promueven la conformación de un Orden Mundial justo y equitativo en contra de uno al servicio de un reducido grupo que no respeta los intereses de todos los países. Junto con India (tercera potencia económica camino a competirle a China el puesto como primera economía global, superando próximamente a Estados Unidos), Brasil (máxima potencia latinoamericana) y Sudáfrica, crearon la organización BRICS como contraposición directa al G7, instrumento financiero de Estados Unidos conformado por un selecto club donde los anglosajones dirigen y controlan la agenda colectiva de sus vasallos.

Dentro de Estados Unidos, tanto el partido demócrata como el republicano han sido parte de un mismo bloque que ha generado la ilusión de alternancia del poder ejecutivo aunque la misma estructura globalista sionista straussiana haya dominado el transcurso de las acciones geopolíticas del país. Sin embargo, en años recientes, dentro del partido republicano (históricamente asociado a corriente conservadoras y reacias al progresismo de la “izquierda radical”) se ha consolidado Donald Trump como la principal figura en el teatro político estadounidense, generando polémica entre quienes lo apoyan y quienes lo rechazan. Enciende en ambos lados del espectro electoral un fuerte ímpetu alrededor de su figura.

Trump ya gobernó el país durante 4 años entre los años 2016-2020, cuando en aquella ocasión sorprendió las ampliamente difundidas expectativas del sistema al vencer a Hillary Clinton, secretaria de Estado durante la entonces saliente administración Obama (demócrata), misma que representó un desastre geoestratégico monumental para los intereses del Estado Profundo estadounidense al presionar simultáneamente a Rusia y China, confiando en una supuesta supremacía derivada de la Guerra Fría, lo que acercó a ambas súper potencias a consolidar una colosal histórica alianza cuya fortaleza ya es inigualable.

Durante ese primer periodo de Trump, Estados Unidos mantuvo su postura hegemónica en beneficio unilateral de sus propios intereses, y aunque realizó acciones militares como el asesinato del icónico general iraní Qasem Soleimani, no se involucró de manera directa en una guerra contra ninguna de las otras dos súper potencias globales. La economía estadounidense demostró crecimiento y estabilidad hasta la misteriosa aparición de la pandemia de COVID-19, misma que tumbó los esfuerzos realizados hasta ese momento para reapuntar la industria de Estados Unidos. Trump se reunió tanto como con el “tsar” Vladímir Putin como con el “mandarín” Xi Jinping, y a pesar de la confrontación de aranceles que sostuvo contra China, su administración no generó pánico realizando acciones que dirigieran a la humanidad al borde de una confrontación nuclear, misma que implicaría el fin de la civilización humana, puesto que es imposible establecer ganadores en un conflicto cuya devastación y destrucción erradicaría la vida sobre la superficie terrestre.

En contraposición, la administración Biden (títere fachada controlado por el sistema globalista) ha impulsado constantes acciones provocativas contra Rusia bajo la creencia de que no importa cuánto presionen los anglosajones, Putin no se atrevería a responder con contundencia por temor a desencadenar la escalada nuclear. La propaganda globalista reitera la mentira de la posibilidad de derrotar a Rusia, cuestión que es contraria al sentido común. Tanto Moscú como Washington, principales súper potencias nucleares, poseen como principal medida disuasoria la capacidad de destruir totalmente al adversario incluso en caso de ser golpeados antes por su rival. Por lo tanto, cualquier discurso orientado a generar la creencia de que es posible vencer a Rusia es una descarada mentira dentro de la guerra de propaganda que transcurre simultáneamente al conflicto militar en Ucrania, guerra derivada de la agresión de la OTAN, su ambición hegemónica financiera y económica, el conflicto por el control de los recursos energéticos globales, todo ello dentro del reciente concepto de la Guerra Híbrida (Alfredo Jalife-Rahme), fenómeno que se está manifestando en el presente dentro del contexto de la actual Tercera Guerra Mundial entre los dos grupos geopolíticos mencionados que tiene como principales frentes a Ucrania, Palestina y Líbano, así como Taiwán.

La elección presidencial del día de mañana, martes 05 de noviembre de 2024, representa la continuidad del modelo globalista bajo Kamala Harris, actual vicepresidenta de Biden (quien ha demostrado una exagerada ineptitud) contra el expresidente Donald Trump, principal actor político soberanista y quien encabeza un movimiento de restauración de Estados Unidos como una gran potencia industrial, oponiéndose a la redistritación demográfica efectuada por los demócratas para desplazar al voto WASP, grupo sociodemográfico actualmente mayoritario, que se encuentra en declive debido a la baja tasa de natalidad entre sus miembros, sobre todo en comparación con la etnia mexicana, misma que ya desplazó a los afroamericanos como la primera minoría democrática en Estados Unidos (The World Factbook de la CIA).

La administración Biden, con Harris encabezando particularmente la agenda migratoria, la frontera sur y el total descontrol respecto a la migración ilegal, claramente ha impulsado dicho fenómeno en detrimento de los intereses y la calidad de vida de sus propios ciudadanos, imponiendo la agenda WOKE. El proyecto de Trump se apega al uso del sentido común frente a la irracionalidad de la agenda progresista de sus creadores globalistas.

Por ejemplo, Trump ya ha declarado su intención de concluir a la brevedad el conflicto en Ucrania, impulsado por la administración Biden y sus amos globalistas, quienes empujaron a la OTAN hacia las fronteras rusas, justo a las puertas de su núcleo demográfico. Trump propone regresar a las relaciones internacionales que sostuvo durante sus primeros 4 años, en los que la confrontación fue en la arena comercial y monetaria a través de aranceles y recursos financieros-económicos. La propuesta demócrata, en consonancia con el provocativo discurso agresivo de la OTAN, es financiar aún más el conflicto en Ucrania asegurando que es posible “someter a Rusia en la mesa de negociaciones”, ello mientras todo el dinero recaudado para financiar dicho conflicto acaba en las arcas del complejo industrial militar estadounidense.

“Como opción de reserva en caso de que fracase el régimen del [Volodímir] Zelenski, ellos [EEUU] están preparando a Europa continental para precipitarse en una aventura suicida y entrar en un conflicto armado directo con Rusia”, indicó el canciller ruso Serguéi Lavrov.

“Todo parece coincidir: tanto la Carta tiene esa disposición como la resolución de la Asamblea General. Pero parte de la verdad es peor que una mentira. Porque la Carta de la ONU, antes de que en ella se mencione la integridad territorial, contiene el reconocimiento del derecho de las naciones a la autodeterminación, que sirvió de base para el mayor proceso de la historia reciente: el proceso de descolonización”, señaló Lavrov.

“El secretario general se acordó de la internacionalización casi tres años después de que Occidente preparara a Ucrania para la guerra y estuviera dirigiendo esta guerra directamente sobre el terreno”, subrayó el canciller.

“Un paso importante hacia la multipolaridad debería ser el establecimiento de contactos directos, tales vínculos horizontales entre todas estas estructuras de integración regional tanto entre sí como con la asociación BRICS, donde los principales Estados que desempeñan el papel de líderes en sus regiones ya están representados a nivel global”, concluyó.

Por su parte, el rotativo chino Global Times, portavoz del Partido Comunista chino, publicó un artículo editorial del que destaca lo siguiente:

“La respuesta de Pekín a la presión externa siempre ha sido metódica y estratégica, dirigida no sólo a resistir la presión sino a consolidar y promover las políticas de desarrollo establecidas por China. Mientras Washington se concentra en las restricciones y la contención, China está diversificando sus mercados, fortaleciendo su base manufacturera, profundizando la integración en las cadenas de suministro globales y expandiendo integralmente su presencia en el mercado global”, sentencia la editorial.

Las proyecciones económicas tanto del Banco Mundial como del Fondo Monetario Internacional revelan que, de mantenerse la tendencia actual de cada súper potencia, Estados Unidos y su dólar serán derrotados en el mediano plazo, superados por la capacidad financiera, económica e industrial de la alianza Rusia-China y el grupo de los BRICS. No es complicado entender por qué dichas súper potencias apuestan por la mediación pacífica en claro contraste con el belicismo anglosajón, quienes se saben perdedores de una batalla que no vieron venir a tiempo, resultado de su autopercepción como hegemonía invencible luego del final de la Guerra Fría. El Estado Profundo estadounidense ha demostrado reiteradamente estar dispuesto a la aniquilación total en caso de no poder someter a sus adversarios y salvar su dominio, escenario que se observa cada vez menos realista.

La reciente cumbre de los BRICS en Kazán representó el inicio operativo del acuerdo integral entre los miembros del grupo para la conformación de un nuevo Orden Mundial Multilateral (también conocido como multipolar), significando el formal desafío al sistema financiero anglosajón derivado de la Segunda Guerra Mundial. ¿Se acerca el final de la civilización humana, o la paz?

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