La riqueza es lo que no se ve

Morgan Housel

 

La expresión que titula la presente columna es la más recurrente y hasta trillada de la última quincena del año, en muchas ocasiones se expresa por cortesía, por estima y en muchas otras en automático.

También, podría manifestarse como una especie de salvación ante la llegada de un ingreso extraordinario, como es el aguinaldo, o mejor aún, como lo es un pequeño receso de labores, en el mejor de los casos.

No pude concluir el año, sin dejar de lado el concepto de la felicidad, mismo que en ésta anualidad, fue uno de los cuales más tuve a bien revisar a lo largo de las diversas columnas, infografías y libros que leí, es más, hasta en un par de tesis que dirigí y me tocó revisar sobre el derecho a la salud mental; es interesante, que en ciencias sociales cada vez más científicos en la materia, estén revisando estos conceptos.

Derivado de lo anterior, es que brevemente voy a precisar algunos aspectos que me parecieron interesantes y preocupantes al respecto. Según una encuesta mundial de Gallup -es una empresa estadounidense de análisis y asesoría con sede en Washington D. C.-, hecha anualmente a unas 150, 000 personas en unos 137 países, el promedio mundial de gente que dice no ser feliz es cada vez mayor. El porcentaje de encuestados que se sienten más enojados y estresados creció de 24% en 2006 a 35% actualmente.

Andrés Oppenheimer(2023), referencia a Jon Clifton el CEO mundial de Gallup en la cual, precisa que existe un aumento global de la infelicidad. Las emociones negativas, o sea, el agregado del estrés, la tristeza, el enojo, la preocupación y el dolor físico, han llegado a niveles récords.

La evidencia empírica, nos dice que el aumento de la infelicidad no es causa necesariamente de la pandemia de covid-19 o de la recesión económica. La gente ya se sentía insatisfecha desde años anteriores porque la población no se siente satisfecha con sus gobiernos, y en la mayoría de los casos brincaban de un extremo “ideológico” al otro, buscando saciar sus necesidades.

En el caso de los países latinoamericanos, seguimos saliendo como los más alegres, pero no necesariamente los más felices, toda vez que el progreso económico no se ve reflejado en la mayoría de los hogares de nuestra gente.

Se ha logrado diferenciar, a la alegría de la felicidad, la primera es un sentimiento pasajero, mientras que la satisfacción de vida es un estado mucho más permanente. La gente puede estar contenta si se comen un helado o van a un baile masivo popular gratis en la plaza del pueblo, pero esa alegría va a durar poco y se comienza a diluir si regresan a una casa sin agua potable en un entorno de inseguridad y sin acceso a una despensa abundante.

Por tanto, la clave del progreso y la felicidad- según los estudios modernos- es entonces, la construcción de ciertos servicios públicos que permitan hacer comunidad. Ejemplo de ello, es que el Reporte mundial de la felicidad que posiciona a los países escandinavos en los primeros puestos.

Si bien, en el pequeño espacio de éste escrito, no permite agotar el análisis, si puede advertir que durante al menos una década la discusión se estará profundizando, por la relevancia que tiene para la demografía en Europa y USA, la productividad, el aumento en el número de suicidios, los diagnósticos psicológicos y hasta en la participación política.

Toda vez, que la gente con mayor satisfacción de vida es mucho más creativa y productiva. Al final todo mundo habla de la felicidad, pero al parecer cada vez menos gente hace algo para conseguirla. En definitiva, es que, para ir cerrando el año, hago votos de que demos una apuesta por fortalecimiento del tejido familiar más que como un simple ejercicio de convivencia tradicionalista.

Les deseo un año lleno de realizaciones queridas amigas y amigos que me hacen el favor de leerme.

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