El título de este artículo podría dar una idea un tanto diferente a la que realmente quiero exponer. El tema ya ha sido tratado por una inmensa variedad de autores, muchos de ellos de gran valía y que han dado lugar a profundas reflexiones. Permítanme exponer en esta ocasión algunas ideas que tengo al respecto. Con ello no pretendo agregar gran cosa a lo que ya se ha dicho, sin embargo, no siempre tenemos la oportunidad ni la disposición para leer todo lo valioso que se ha dicho respecto de algún tema. En algunos casos se requiere una disciplina férrea y mucho tiempo para informarnos medianamente de un tema. Por eso me atrevo a presentar algunas reflexiones personales que acaso motiven a profundizar en el tema.

El amor ha sido un tópico recurrente que ha dado lugar a muchas variantes, desde el amor romántico relacionado con una pareja, o el relativo a padres e hijos, especialmente el de las madres, o el que se refiere a la patria, o a la humanidad misma –amarás a tu prójimo como a ti mismo-, sin pasar por alto el amor a Dios y a la naturaleza. Todos esos amores son bien conocidos (¿?) y de un modo u otro los hemos experimentado. Hemos conocido la postura de la Biblia, de Platón, de Freud y de otros grandes pensadores, escuelas y religiones. Hemos visto cómo se ha transformado el concepto romántico y ha pasado desde lo heterosexual hasta las ideas actuales que abarcan comunidades que se mantenían en la sombra, caso de los diferentes grupos sociales enmarcados en las siglas LGBTQ+.

De una u otra manera hemos revestido la idea del amor con un halo sublime y lo consideramos como algo espiritual, muy elevado, propio del hombre y de la divinidad, pero debemos preguntarnos si en realidad el amor se puede acotar dentro de estos límites excelsos. ¿Podrá el amor rebasar estos confines y extenderse mucho más allá de lo que hemos creído? Si desmenuzamos la idea, probablemente podamos extraer algunas propuestas, seguramente ya pensadas y conocidas, pero que probablemente no tenemos en mente de modo habitual. No quiero entrar en profundo análisis filosófico ni referirme a Platón y su Banquete, donde se exponen sabias ideas. Pretendo algo más aterrizado.

Partamos de una premisa inicial: el amor es un sentimiento/concepto que vincula, es decir, atrae al menos a dos participantes, uno de ellos es el hombre. Así, humanos se vinculan con humanos –para eludir el problema del género-. Pero también humanos con divinidad (es), o con animales, o con la naturaleza. La Patria quedaría incluida en los humanos. Podríamos hablar de vínculos con clubes deportivos, o asociaciones militares, religiosas, quizá con actividades o trabajos, o formas de pensar, pero detrás de todas tenemos humanos que ejercen o representan grupos, productos y actitudes. ¿Y si nos salimos de la perspectiva humana? Como los humanos estamos hechos a imagen y semejanza de Dios, aún en la religión seguimos en la visión humana. Quizá tendríamos que extenderla a otras posibles razas humanoides, o supra-humanas, pero esto es especulativo, al menos por ahora.

Sin tanto especular podemos adoptar otro punto de vista, sin duda plausible, y para muchos, cierto: el amor de los animales hacia nosotros. El ejemplo por excelencia lo representan los cánidos –el perro es el mejor amigo del hombre-. No queremos excluir a otras mascotas: felinos, caballos, pájaros y algunos otros, capaces de mostrar lo que llamaríamos sentimientos. Otros animales con inteligencias más limitadas tienen, en esa medida, cierta incapacidad para hacernos sentir su amor. Hay muchas historias de animales que han salvado la vida de humanos, aún a costa de pasar sobre sus instintos de supervivencia y hasta corriendo peligro de muerte, aunque se supone que no la pueden anticipar. Su amor por nosotros nos ha vinculado estrechamente, al punto de la convivencia cotidiana –animales domésticos- al punto de que no solo nos prestan -¿o les robamos?- su fuerza y habilidad para facilitar nuestras tareas de supervivencia, sino que se han convertido en verdaderos compañeros que nos retribuyen con su presencia, permanencia y consuelo –“…cuando te falte un perro con quien hablar…”-

Podría pensarse que no hay tal amor, que es simple conveniencia, que así fue como el lobo se convirtió en perro, aceptando alimento de nosotros, pero basta con ver la mirada de un perro para sentir su compañía y empatía, si alguna reserva hubiera en cuanto al amor. De un modo u otro vemos que el amor, en tanto vínculo, no solo opera desde nosotros, sino también desde otros seres a los que creemos menos dotados (¿?). Es discutible hasta dónde podemos extender esta capacidad de amor, que también trasciende el concepto de mascota, pues conocemos casos de relación entre hombres y fieras, como los leones.

Pero podemos ir más lejos. No solo si nos referimos a otros primates, como chimpancés, bonobos, gorilas y orangutanes, capaces de expresar conductas complejas, como el altruismo. Las relaciones de pareja, cuando las hay, pues no todos los animales las forman, manifiestan un vínculo superior al simple –no tanto- interés por asegurar la supervivencia de las crías, pues algunos se mantienen juntos aún en ausencia o independencia de los hijos. Pero es bien claro el espíritu de sacrificio de los padres por los hijos en muchas especies. Y esto no depende solamente del nivel de inteligencia, pues se da incluso entre arañas –madres que se dejan devorar por las crías-. hasta sociedades muy complejas, como en el caso de las elefantas, que cuidan y protegen a hijos y sobrinos.

Pasemos del caso de la protección a la descendencia y veamos la situación de animales no parejas que se apoyan mutuamente más allá de cualquier interés individual, como algunos casos conocidos de perros que guían a otros perros ciegos, -por no hablar de los humanos invidentes-, o apoyan a otros incapaces de alimentarse por sí mismos. Claro que es bien conocido el caso de la manada que margina y abandona al enfermo. No todas las especies tienen la misma capacidad de expresar amor, o lo hacen bajo otras reglas que no comprendemos, y que por lo mismo no debemos juzgar a la ligera, tomando como base nuestros parámetros. Hay otros casos en que una hembra amamanta no solo a quienes no son sus hijos, sino que son incluso de otra especie. Alimento y cuidados generales son manifestaciones de amor animal. ¿O no lo son también en nuestro caso? ¿No son los cuidados de maternaje –alimentación, aseo y protección de los elementos- las expresiones básicas y más visibles del amor? Más allá de los cuidados maternos tenemos el maternaje, cuidados propios de la madre, pero que puede proveer un hombre u otra mujer que no es la madre.

También podríamos citar los casos de relaciones de compañerismo entre especies muy disímbolas, como corderos y rinocerontes, que expresan un vínculo poderoso que la genética y los instintos no pueden explicar satisfactoriamente. Algo hay más profundo y misterioso que vincula a individuos que no tienen ninguna “obligación” genética, aunque el poderío de estos mandatos incrustados en los genes llega a ser arrollador, y así tenemos madres que devoran a sus hijos y adultos que matan crías de otro para hacerse con la disposición de la hembra para aparearse con ellos. Otras reglas primigenias parecen competir con el amor, pero seguramente existe una relación profunda que no alcanzamos a ver aún y que explica estas y otras conductas que nos parecen incomprensibles. Bien se ve que el mundo no es como parecería dictar nuestra lógica y debemos estar dispuestos a comprender antes que imponer y descalificar.

Ya hemos pasado al amor a nivel animal, no solo para efectos de supervivencia, sino también de altruismo y quién sabe qué más. ¿Debemos quedarnos aquí? ¿O habrá otro nivel más elemental, quizá donde el amor sea independiente de sentimientos y fines utilitarios como la supervivencia de la especie? Ya nos va quedando claro que el amor y/o su equivalente es una herramienta básica para la vida, es decir, para humanos y animales. Seguramente que en el reino vegetal habrá equivalentes que mi formación no me permite ver claramente. Pero al menos recuerdo vagamente la relación entre algunas especies que dan sombra y otras que la aprovechan. Cierto que el concepto se va transformando y corremos el riesgo de ya no entenderlo si no aplicamos una elasticidad apropiada.

Bajemos un nivel más, donde ni siquiera haya vida. ¿Podremos seguir reconociendo al amor? Antes de proseguir recordemos que identificamos al amor como un vínculo, es decir, la tendencia a asociar dos o más participantes en una relación funcional, que de varios modos posibles procura beneficios, expresados como complejidad creciente, visible en las estructuras que constituyen nuestro universo, desde lo más simple, hasta lo más sofisticado, que hasta ahora nos parece que es el cerebro humano.

Puede parecer extremo, pero el concepto básico se sostiene: el amor es un vínculo. La vinculación de elementos químicos simples para formar moléculas de todo tipo, incluidas las más complejas, que vemos en los seres vivos, sería la manifestación primordial de lo que más adelante identificaremos como amor. Así, este no depende de la inteligencia ni de los sentimientos, ni de la vida para manifestarse. Es un misterio cuyo origen no podemos identificar, pero con mentalidad abierta podemos rastrear hasta las reacciones químicas que han hecho posible este universo complejo que conocemos, pues de otro modo solo habría radiación, o en todo caso átomos simples, como el hidrógeno. No funcionarían los motores básicos de la creación de complejidad, que son las estrellas.

Las estrellas fusionan –vinculan- átomos de hidrógeno para formar otros más complejos, como el helio y muchos otros más, como el carbono que sirve de base para todos los cuerpos capaces de albergar vida y el hierro que circula en nuestra sangre, capaz de captar el oxígeno, gracias al cual vivimos a través de la respiración, que ningún ser vivo complejo vive sin respirar. Pero si bien se mira, este no es el nivel más básico. Todavía podríamos bajar más, hasta entender cómo fuerzas electromagnéticas son capaces de vincular protones y electrones para constituir átomos, sin los cuales no existiríamos como somos, ni podríamos estar escribiendo esto, ni leerlo ustedes, en caso de que alguien me lea y tenga la  suficiente indulgencia para haber llegado hasta aquí, acompañándome en este descenso vertiginoso desde el amor entre humanos, hasta el amor entre protones y electrones. Pero ni aún estos eluden dentro de sí el poder vinculante del amor, pues ya sabemos que dentro de los componentes nucleares hay otros constituyentes elementales que asociados en tríos forman lo que conocemos con protones  y neutrones. No sabemos desde dónde surge el poder vinculante que más adelante reconoceremos como amor, ni mucho menos entendemos por qué existe. La ciencia no responde por qués, tan solo cómos.  ¿Te imaginas el poder que subyace a la creación de esta fuerza vinculante?

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