Por Pedro Chavarría Xicoténcatl
Esta pregunta se refiere a una inquietud milenaria de la humanidad: ¿estamos solos en el universo? Hay al menos dos niveles en los que se ha tratado de contestar esta cuestión. En primer término el hombre apeló a una amplia gama de seres sobrenaturales causantes de todo tipo de fenómenos naturales y humanos, como la lluvia, el trueno, la fertilidad de la tierra y de las mujeres, etc. Estos dioses poblaban un lugar más o menos indefinido: el cielo, el paraíso, el más allá, el inframundo y otros, pero su presencia en la Tierra parecería circunstancial. Esta idea primitiva perdura hasta la actualidad bajo diferentes formas.
Con el paso del tiempo y la mejor comprensión de nuestro planeta, sus compañeros en el sistema solar y la galaxia, la morada de otros seres vivos e inteligentes se fue asentando en diferentes sitios: la luna, Marte y otras estrellas, de donde habrían venido seres superiores que enseñaron y protegieron a la humanidad en tiempos ancestrales, de quienes quedaron vestigios difíciles de explicar si no fuera por ellos: las pirámides egipcias y de otras latitudes, Stonhenge y otras obras monumentales que aún con la tecnología actual serían difíciles de reproducir.
Más adelante hubo la posibilidad de buscar activamente y de modo científico la existencia de otros seres vivos, con lo que nacieron disciplinas como la exobiología y astrobiología, que comparten características. Aquí surgió un nuevo enfoque: como siempre se ha acostumbrado en la ciencia, debemos empezar por lo más simple, de modo que ya no se mantenía el enfoque en civilizaciones avanzadas, sino al menos la presencia de organismos vivos simples. Había dos circunstancias desafiantes: en un universo tan increíblemente extenso no parecía lógico que fuéramos la única forma de vida. Por otra parte, ¿no habría otros seres inteligentes? Tampoco sería apropiado creer que fuéramos la especie más avanzada, así que ¿por qué no se han manifestado los otros? ¿Dónde están?
La vida requiere un sustrato, según creemos a partir de nuestra experiencia en este planeta. Así que debíamos empezar por saber si habría más planetas como los de nuestro sistema solar, en especial de tipo rocoso, aunque parece que esto ya no se sostiene, pues se especula que puede haber vida en el ambiente gaseoso de Venus. De cualquier manera, debía haber algo donde asentar a esos seres vivos; hasta donde sabemos, planetas o satélites de estos, pero eso no era fácil de averiguar con nuestros telescopios todavía limitados, pues son cuerpos muy pequeños y las estrellas alrededor de las que orbitarían los harían poco visibles ante la inmensa cantidad de luz que irradian los soles que los mantienen cautivos. Con el avance tecnológico fueron apareciendo más y más planetas y hoy se considera que la mayoría de las estrellas deben tener planetas.
Ya conocidos los probables nichos para la vida extraterrestre había que ver si eran lugares propicios para estos organismos. Esto se puede averiguar al menos en tres niveles. En primer lugar, por las condiciones físicas del planeta, favoreciendo los nichos rocosos, donde hubiera energía estelar suficiente para impulsar reacciones químicas como las de la vida, con temperaturas no muy altas, para que pudiera existir agua en estado líquido, pues esta es el solvente “universal” (al menos en la Tierra) que emplean los seres vivos. Ya teníamos como base la presencia de agua, preferentemente líquida, para buscar posibilidades de vida.
En segundo término podíamos buscar la “huella biológica”, es decir, cambios o productos que generan y dispersan los seres vivos, o que están relacionados con ellos. En alguna época se habló de buscar cambios cíclicos medioambientales, como el verdor que producen los vegetales en alguna época del año, pero esto quedaba todavía muy lejos de los telescopios. Sin embargo, podría detectarse la presencia de bióxido de carbono, que es un producto muy relacionado con los seres vivos, igual que el oxígeno y el metano. Otros compuestos podrían ser aminoácidos, componentes de las proteínas, que son elementos básicos de todos los seres vivos. Estas moléculas ya se han encontrado en algunos meteoritos, aunque esto requiere la muestra física directa.
En estos dos niveles podríamos encontrar evidencias básicas de seres vivos, sin poder precisar de qué tipo, ni qué nivel de desarrollo civilizador podrían tener. Al menos podríamos presumir la existencia de entes biológicos primitivos, como podrían ser bacterias, o vegetales, e incluso animales, así fueran insectos, o su equivalente. Esto sería ya un gran hallazgo, pues nos permitiría especular que la vida es un fenómeno universal y no solo local. La no localidad de la vida siempre ha permanecido como una muy fuerte posibilidad; para algunos es una certeza, sin embargo, tras seis mil años de historia seguimos sin saber. Y cuando sepamos que es una realidad habrá que ver cómo la caracterizamos. La hipótesis de la no localidad de la vida solo podrá comprobarse, en tanto que su rechazo será siempre provisional. Justo lo contrario que en el resto de la ciencia, donde según Karl Popper, las hipótesis científicas solo pueden ser seguramente rechazadas, o falsadas, y nunca comprobadas.
Acaso encontremos alguna vez restos de organismos que alguna vez estuvieron vivos, pero solo hallemos sus cadáveres fosilizados. No es fantasioso. Recordemos el meteorito ALH84001 recogido en la Antártica hace muchos años, identificado como proveniente de Marte y que estuvo guardado varios años antes de que se le pudiera estudiar. La NASA anunció que probablemente habían detectado fósiles de algo parecido a una bacteria que alguna vez vivió en Marte. No era la interpretación de una persona, sino de un organismo de renombre y autoridad mundial. Aún así, se ha puesto en duda la posibilidad de que sean restos de microorganismos que alguna vez fueron materia viva. No sabemos a ciencia cierta qué son esos restos.
Una cosa sería detectar vida extraterrestre y otra encontrar seres inteligentes, tecnológicamente avanzados y otra, aún más lejana, que nos pudiéramos comunicar con ellos. No sería tanto un problema de lenguajes, sino de distancias. Una civilización avanzada podría estar a millones de años luz de nosotros. Nuestro mensaje les va a llegar dentro de millones de años. Si captamos un mensaje de ellos, este reflejaría su estado en un pasado remoto; quizá ya no existan para nuestro presente. Un diálogo con miles o millones de años de espera por una respuesta se antoja impensable. Con nuestra tecnología actual y con la que se puede anticipar a unas décadas, el viaje de encuentro es imposible para nosotros. Claro que pueden surgir nuevos avances que cambien el panorama, para lo cual tendríamos que superar el planteamiento del último gran genio de la humanidad.
Albert Einstein, nacido trescientos años después del último gran genio que le precedió –Isaac Newton- estableció que la velocidad máxima de desplazamiento son 300,00Km/seg, que es la velocidad de la luz en el vacío. Esto quiere decir que para llegar a la estrella más cercana a nosotros –Próxima Centauri- se necesita viajar a la velocidad de la luz durante seis años aproximadamente, pero como ninguna estructura que tenga masa puede llegar a ello y como nuestras naves viajan solo a una fracción de esa fantástica velocidad, no parece factible llegar a las inmediaciones de Próxima Centauri antes de varias décadas, lo cual nos impide, al menos por ahora, realizar semejante travesía. Aunque no debemos olvidar que en la época de Cristóbal Colón atravesar medio mundo podía tomar seis meses o más, con suerte.
Si hiciéramos contacto con otras formas de vida avanzadas, con mucho mayor dominio tecnológico como para llegar hasta nosotros, que ya hemos dicho que nosotros no tenemos posibilidades reales de llegar hasta ellos, ¿qué pasaría? Nos recuerda la historia que siempre que se han encontrado dos civilizaciones con diferente nivel tecnológico, la más avanzada domina, somete y hasta aniquila a la menos avanzada. No sabemos si la historia se repetiría, pero por lo pronto, científicos de alto renombre –Stephen Hawking- nos alertan ante este potencial peligro. Muy poco probable que nosotros fuéramos los más avanzados. Si otros seres inteligentes estuvieran cerca, ya los habríamos detectado. Si estuvieran lejos lo más que podríamos hacer es detectar su mensaje del pasado, que todo lo que vemos y sabemos es cosa pasada, hasta la luz del sol, que nos llega con ocho minutos de retraso.
Si hay otros seres vivos, podrían ser desde bacterias hasta vegetales y/o animales ocupados e mantenerse vivos. Esto nos daría mucha luz, en especial para comprobar la hipótesis de no localidad de la vida, pero no hallaríamos hermanos con quienes comunicarnos y elevar nuestras posibilidades de vivir en un mundo mejor, quizá haciendo ingeniería inversa o recibiendo planos y tratados teóricos avanzados. Hay quienes dicen que ya hemos hecho eso, de allí los chips y las computadoras. Si esto es cierto, se ha mantenido en secreto. ¿Los posibles avances de nuestros hermanos mayores servirán para forjar una civilización más justa y menos destructiva del medio ambiente local, y hasta poco más que no local? ¿O serán distribuidos de manera desigual, como parece que ya sucedió? ¿Habrá más progreso para todos, o más armas y explotación de aquellos excluidos por nosotros mismos?
Dos causas principales explican que algo se mantenga en secreto: intereses económicos o militares, así que resulta sospechoso que la existencia, presencia, o comunicación con otras formas de vida inteligentes se mantengan en secreto. Bien podría ser que no hay tal contacto. Si así fuera, seguimos en la misma angustia de sentirnos solos en un universo inmenso. Se han hecho intentos de calcular las posibilidades de que haya más seres vivos que aún no conocemos, y aún adoptando medidas muy conservadoras, las cifras son muy altas en nuestra galaxia. Desde luego, formas de vida simples no serían muy fáciles de detectar; para que esto fuera más accesible tendría que haber civilizaciones tecnológicas capaces de mandar y recibir señales del exterior. ¿Dónde están?
Enrico Fermi lo planteó en términos de una paradoja, la famosa “paradoja de Fermi”: si hay otras formas de vida inteligente, ¿por qué no se han manifestado? ¿Será que no las hay? Otras posibilidades a considerar es que no quieran interferir con nuestro desarrollo “natural”, lo cual equivaldría a una bioética cosmológica. O bien, que consideran que como sociedad no estamos preparados para enfrentar esa realidad, donde seríamos solo una especie más y no el pináculo de la Creación. O bien, no estamos capacitados para captar y descifrar sus mensajes. No sabemos. Seguimos buscando.