Hasta hace una década, más o menos, a todos nos quedaba claro qué era el mundo. Crecimos con la firme idea de que el mundo es lo que ves, lo que oyes, lo que sientes. Cierto que los relatos orales, luego la palabra impresa y después la palabra teletransmitida nos daban  cuenta de otros mundos que quizá ni conocíamos, ni conoceríamos, pero se encuadraban en el marco general del mundo por todos percibido y aceptado. Cuando apareció la televisión, con sus imágenes transmitidas desde distancias cada vez más grandes, tanto como la Luna, empezamos a tener algunas dudas, pero aún encajaba.

Ya desde la época de Méliès, en los albores del cine, empezaron conflictos más fuertes: las personas podían desaparecer y aparecer mágicamente. Ya desde “La llegada del tren”, de los hermanos Lumière, sin ninguna clase de truco, los espectadores en la sala de cine huían despavoridos creyendo que el tren realmente estaba ahí. Se nos antoja hoy como algo increíble y risible, pero así fue. El poder de las imágenes en movimiento en el cine y la televisión nos cimbraron. Muchos seguramente recordamos la llegada a la Luna. El mundo se expandía.

Los trucos cinematográficos, sobre todo los asistidos por computadora nos llevaron a lugares privilegiados para contemplar escenas insólitas. Vimos Coliseos creados por computadora y en ellos los actores se movían como si fueran reales. Vimos ejércitos y escenarios griegos cuando en realidad los actores estaban solos frente a una pantalla azul (o verde). Vimos tiranosaurios que no existían. Todo con un realismo impresionante. Pero hasta aquí eras comunicación de una sola vía. Los espectadores éramos espectadores. Hoy la situación es diferente.

Hoy nosotros mismos generamos las imágenes, los trucos, generamos una realidad que no existe y que se ve como si existiera. Al mismo tiempo reaccionamos a las imágenes y mensajes de otros. La realidad se quedó muy chiquita. Hoy tenemos la realidad aumentada, y más allá, la ciber-realidad. Dispositivos especiales cada vez más comunes y al alcance de muchos bolsillos, nos permiten incursionar en un mundo que no existe. Visores especiales nos permiten ver más allá de lo que nuestros sentidos pueden captar. Ya es posible ir por la calle y con solo levantar la vista encontrar muchísimos anuncios con información de todo tipo, útil e inútil.

Pero más allá de usar visores especiales, todavía molestos, tenemos ya las ciber-gafas (Zeiss, Google, Apple), disponibles en ciber-tiendas, capaces de mezclar la antigua realidad con la ciber-realidad. Sin olvidar las posibilidades tan amplias que ofrece la tecnología actual, que va más allá de ver o mandar imágenes, permite una interacción en tiempo real, aunque a distancia, lo cual no deja de tener sus peculiaridades, pues hemos pasado de la interacción cara a cara, a la interacción a través de teléfonos y computadoras, lo que modifica de muchas maneras nuestras actitudes y comportamientos.

La gente se comporta de modo diferente cuando está frente al interlocutor, que cuando está en otro sitio, donde no pueden verlo ni captar sus verdaderas acciones y reacciones. Se produce una especie de anonimato y la persona es capaz de decir cosas que en la vida “en directo” no se atrevería. Equivale a usar una especie de máscara que de varias maneras nos libera y revela un otro yo que en condiciones normales no dejaríamos salir. Esta pseudoliberación impacta en muchas personas con consecuencias negativas, en especial gente joven, que es la más apegada a estos medios de comunicación.

Ha surgido en consecuencia una nueva rama de la psicología: la ciber-psicología, que estudia el comportamiento de las personas en las llamadas “redes sociales”. Diversos puntos de enfoque tratan de describir el fenómeno de la manera más completa posible. Desde el tiempo que las personas dedican a estas interacciones, la forma en que este tiempo y actividad aísla al sujeto de su medio real y cercano, hasta las consecuencias de comportamiento y que se traduce en múltiples consecuencias indeseables, en la medida en cuanto a manipulación y obtención inconveniente de datos personales que se presta delitos, como el robo de identidad y de fondos monetarios, cuando no a acoso y ventilación de datos e imágenes personales que deberían ser reservadas.

El término ciber se ha vuelto cada día más amplio, incluye la interacción humana con la tecnología y los medios digitales, en especial los teléfonos celulares, tabletas, computadoras y otros dispositivos que conectan a internet, sin pasar por alto los tan adictivos videojuegos, la realidad virtual misma, la tan notoria Inteligencia Artificial, hasta el desarrollo de cyborgs y todo tipo de robots humanoides, cada día más difíciles de distinguir de un ser humano. Estas nuevas formas aparecen y evolucionan a velocidad vertiginosa y se infiltran en la sociedad en lo que se ha dado en llamar ciber-socialización.

De varias maneras la tecnología y su aplicación en redes sociales brinda poderes inesperados hasta hace una década, de modo que nos enviste con los poderes de los súper-héroes, en especial una especie de omnipresencia: nos podemos manifestar en cualquier y en cualquier momento, además de poseer invisibilidad, pues realmente los demás no pueden verme y me puedo transformar en el personaje que yo quiera: tengo a mi disposición millones de imágenes y referencias con las que me puedo disfrazar.

Esta desinhibición que se manifiesta en las ciber-interacciones modifica la personalidad de quienes no tienen bien definida su personalidad, o de alguna manera no estén a gusto con ella. El ciber-efecto multiplicador tiene consecuencias con frecuencia indeseables, tanto en jóvenes, como en personas de otros grupos susceptibles. Sentirse parte de una comunidad o grupo precipita a muchas personas y les hace tomar decisiones cuyas consecuencias no han sido bien ponderadas. Se ha visto que estas ciber-interacciones aceleran sentimientos de amistad con personas que en realidad no conocen y con las que tienden a intimar, animados por el medio digital.

Las personas susceptibles, y nunca sabemos hasta qué punto podemos serlo todos, se sienten reforzados por la comunión de intereses y concordancia de opiniones y preferencias y estas ciber-amistades son con frecuencia un espejismo, lo que nubla las posibilidades de análisis crítico y pueden llegar a sentirse seguros, cuando en realidad no lo están. El efecto se ha comparado con estar ebrio. Es una especie de ebriedad sin alcohol, mantenida por esa mezcla de anonimato-invisibilidad, confianza e identificación con especies de avatares. Vemos lo que el otro quiere que veamos de él, para su propia conveniencia.

En muchos momentos escuchamos el ansia de jóvenes y no tan jóvenes por ganar “seguidores”, seguidores que siguen a un líder que en realidad no conocen y que en muchos casos no tiene nada que ofrecer, salvo su deseo de tener seguidores, pero en realidad no hay un destino valioso, como no sea la fama de tener “seguidores”. Esta tendencia a creer en líderes digitales pone en riesgo a los que le siguen y con frecuencia son víctimas de manipulación, a veces sin consecuencias, a veces con efectos nefastos. En el menos grave de los casos, los seguidores pierden la oportunidad de pensar por sí mismos.

En el momento actual cuando una persona comete un delito señalado, o es víctima de alguno, como en el caso de desapariciones/secuestros, una de las acciones de importancia es revisar sus teléfonos celulares, redes sociales y correos, en busca de información acerca de sus movimientos y contactos. Así ha surgido un especie de psicología forense encargada de analizar esos detalles que quedan en diversas fuentes. Ciber-psicología forense. Búsqueda de evidencias dejadas en redes y dispositivos electrónicos, similar a los forenses que buscan huellas digitales. Ahora el concepto digital ha variado desde referirse a “dedos” y aplicarse a tecnologías de última generación.

Estamos ante una época de cambio: el trabajo, el estudio, las relaciones humanas han cambiado radicalmente. Las oficinas tienden a abandonarse, el trabajo en casa ha mostrado bondades y perversiones, pero ciertamente se sustenta en las tecnologías digitales. Las escuelas, forzadas por la pandemia, recurrieron a las redes tecnológicas, y a pesar de que los propios estudiantes pidieron el regreso a actividades presenciales, cada vez más dependen de ciber-relaciones. Quizá la imposición al confinamiento motivó el rechazo, más que los recursos digitales que tienden por sí mismos a aislarnos.

Por otra parte, el uso adictivo delas redes sociales genera insatisfacción, ya que permite que todos los usuarios se puedan comparar entre sí y echar en falta lo que otros dicen tener, o muestran tener, en especial en lo que se refiere a equipos computacionales que permiten presentar materiales novedosos, más complejos, a mayor velocidad. Y no todos tienen acceso a estos recursos. Por otra parte, la permanencia en estas redes acusa los efectos de la adicción a sustancias químicas, como las contenidas en el tabaco y en el alcohol. Los usuarios pierden la noción del tiempo y no son conscientes de que se han ausentado de la convivencia con los demás. Estar en el ciber-espacio obliga a ausentarse de la vida diaria.

Indudablemente que las tecnologías digitales nos han traído muchos beneficios y avances, sin embargo, tienen su lado oscuro y no podemos cerrar los ojos ante estas problemáticas nuevas.

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