Por Pedro Chavarría Xicoténcatl

Aprender es indudablemente una actividad crucial en el ser humano y en muchas otras especies. Según la Real Academia de la Lengua Española se trata de adquirir el conocimiento de algo por medio del estudio o l a experiencia, lo cual dice mucho en pocas palabras. El caso es que aprender es una verdadera necesidad para sobrevivir. Hay aquí una consecuencia formidable, que en ocasiones pasa inadvertida: predecir el futuro. Este es un añejo anhelo del ser humano, como lo atestiguan los antiguos y modernos ritos y técnicas de adivinación. El que aprende sobrevive, porque puede predecir el porvenir y si este le conviene, se expone, de lo contrario, se evade…

Propongo aquí una versión muy simplificada y accesible de cómo y por qué aprendemos. En el centro de esta actividad de aprender se encuentra en nuestro caso, el cerebro. Este se compone de una cantidad asombrosa de células funcionales conocidas como neuronas. Se calcula que un cerebro humano tiene tantas neuronas como estrellas tiene una galaxia, es decir, unos cien mil millones de neuronas empaquetadas dentro de nuestra cabeza. Por si esto no fuera ya impresionante, resulta que las neuronas se comunican entre sí.

La comunicación interneuronal abre una nueva avenida para el asombro, pues una sola célula nerviosa se puede comunicar con miles de sus compañeras, y estas a su vez hacen lo propio, de modo que se forma un intrincada red de intercomunicaciones, en donde cada neurona hace algo extremadamente simple: dispara un impulso eléctrico, o permanece inactiva. Parece muy elemental: cada neurona es una especie de swiutch, enciende o apaga a otra neurona… Si tomamos en cuenta cien mil millones de switvhes capaces de conectarse cada uno con muchos miles de otros, resulta una complejidad apabullante: cada neurona prendida o apagada representa un estado cerebral-mental y si multiplicamos cien mil millones por, digamos tres mil, para ser conservadores, por dos posibles estados (prendida o apagada), resulta tal combinación y estados cerebrales-mentales que ¡superan al número de átomos en el universo!

Parece increíble, pero ese es el potencial que tenemos instalado en el interior de nuestros cráneos. No sabemos en todo el universo conocido de otra estructura tan compleja como nuestro cerebro, basado en pequeñas células con muchos tentáculos, capaces solo de disparar o callar.

La unión-organización hace todo el potencial. No estoy diciendo que no haya mejores cerebros, o su equivalente, que el nuestro, solo que no sabemos de ello. Tampoco estoy diciendo que sea todopoderoso, pues con toda su grandeza apenas nos alcanza para medio entender nuestra realidad.

El lado es que nuestro cerebro, y muchos otros muy sencillos, son capaces de aprender. ¿Cómo hace esto? Propongo un esquema muy sencillo-. Las neuronas, con sus miles de tentáculos (dendritas) están estrechamente empacadas, literalmente hacinadas –calcule cien mil millones de cosas dentro de una cabeza humana-, de modo que la comunicación con vecinas próximas y distantes es inevitable., así como las redes sociales y los comunicados virales de hoy en día. Todo empieza con una neurona que responde ante un estímulo determinado, uno solo. Digamos que cuando un árbol cae dentro del campo visual dispara un impulso eléctrico. Esta es la base del reconocimiento del medio.

No todos los cerebros reconocen todo. Los perros, por ejemplo, no reconocen los teléfonos celulares. Recordemos que una neurona se comunica con muchas otras en una red, así que es toda una red la que reconoce al árbol. En algún punto, entre tantas interconexiones, hace contacto con otra red que detecta los frutos del árbol, que resultan, o comestibles, o inconvenientes (mal sabor, efectos negativos, envenenamiento, etc) La intercomunicación de estas dos redes agrega un gran paso para el aprendizaje.

Cuando dos redes neuronales se comunican, es decir, entran en conjunción, adjuntan árbol y fruto. Este e un paso fundamental: el árbol se representa ahora junto con la fruta. A esto en lógica le llamamos conjunción: une dos o más elementos. Ya no es más un árbol por un lado y una fruta por otro, sino que aparecen juntos. Pongamos en cada red cientos de neuronas y podremos entender cómo surgen los matices que caracterizan a cada objeto: color, textura, tamaño, consistencia, etc.

Si dos cosas van juntas, cuando encuentro una, busco la otra, porque sé que van juntas. Ahora estamos a punto de dar un paso gigantesco: si aparece una cosa, debe aparecer la otra que sabemos asociada. De aquí surge el nexo causal, es decir, asumo, aunque me puedo equivocar, que la aparición de una cosa predice la aparición de otra. Una implica a la otra.

Ya tenemos la base para predecir el futuro, la implicación. Ya tenemos buena parte de lo que es aprender. Claro que el proceso es mucho más complejo, pero esta es la base. Podrá parecer que esto es exclusivo del ser humano, pero no; hasta los pollos y muchas otras criaturas lo hacen. Los pollos, por ejemplo, tras muchas repeticiones, aprenden que cuando se abre la puerta del gallinero habrá comida y se apresuran a presentarse. El pollo no entiende de puertas, ni de bisagras que rechina, solo aprendió que es chirrido anuncia comida.

Obviamente es una asociación y predicción precaria, porque como dice Betrand Russell: un día se abre la puerta, pero no para dale comida, sino para retorcerle el cuello y cocinarlo. A los humano no pasa lo mismo, nuestras predicciones a veces fallan, por bien estudiado y aprendido que esté el asunto. Por eso algunos puentes se derrumban y los fuegos artificiales se salen de control.

Lo importante es que al asociar dos eventos, o cosas, damos el siguiente paso: si aparece uno espero al otro. De este modo aprovechamos los anuncios de eventos favorables y desfavorables. Si conviene lo espero y me preparo para aprovecharlo, si me perjudica, me alejo de inmediato. Conjunción e implicación van juntas, aunque no siempre se cumpla. A veces se presentan los antecedentes, pero las consecuencias que esperamos no se presentan, igual que el pollo. Esta capacidad de predicción, con todo lo falible que es, nos ha traído hasta donde estamos, constructores de civilizaciones e imperios, exploradores del cosmos, visitantes físicos de la luna y virtuales de otros mudos.

Predecir el futuro a partir del aprendizaje, basado en conjunción e implicación es solo el principio. Para evitar el destino del pollo hemos aprendido a buscar muchos más datos: si el granjero no trae un saco o recipiente con comida, hay que desconfiar y en lugar de salir, esconderse. El pollo no sabe ni puede aprender esto. Para tratar evitar este triste destino hemos desarrollado una gran capacidad de observación y asociación: hemos aprendido sofisticadas técnicas de investigación científica que nos han llevado a mejorar notablemente nuestra capacidad de predecir el futuro, y aún así nunca podemos tener certeza.

Tampoco nos hemos conformado con esperar o evitar los desenlaces naturales y hemos aprendido a manipular la naturaleza para que se produzca desenlaces favorables mediante la tecnología, aunque ya sabemos que suele haber consecuencias asociadas desfavorables…

El caso es que aprender es posible gracias a las asociaciones interneuronales, a manera de las redes sociales de antaño y de hoy, más lo que venga. Entre más usamos nuestra capacidad instalada –cerebro-, mejor funciona, más aprende y mejor comprende el mundo en que vivimos, para poder intervenir de manera responsable. El universo tiene sus leyes, pero hemos llegado, desde hace siglos, a intervenir y modifica el curso natural de los acontecimientos. Gran responsabilidad. Contaminación, injusticia y mucho más.
El camino es difícil.

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