25 de diciembre de 2025. Xalapa, Ver.- En los últimos años, la Navidad ha atravesado una transformación silenciosa pero evidente. Entre árboles perfectamente simétricos, decoraciones en tonos neutros, luces blancas y espacios “instagrameables”, ha surgido un debate cada vez más común: ¿estamos viviendo una Navidad maximalista o minimalista? Y, sobre todo, ¿esta tendencia está borrando la esencia tradicional de las fiestas?

La estética navideña contemporánea —esa que domina redes sociales, catálogos y escaparates— se mueve entre dos polos. Por un lado, el maximalismo: árboles enormes, esferas gigantes, coronas frondosas, fachadas completamente iluminadas y un despliegue visual pensado para impresionar. Por el otro, el minimalismo: adornos discretos, paletas monocromáticas, elementos naturales y un consumo contenido que se vende como sinónimo de sofisticación.

Ambas corrientes comparten un rasgo que marca esta nueva era: la prioridad no es el significado, sino la estética. En miles de hogares, la decoración ya no se guía por las tradiciones familiares, los recuerdos heredados o el toque personal, sino por lo que “se ve bonito” en redes sociales. Las antiguas esferas de vidrio que pasaban de generación en generación, los nacimientos artesanales o los adornos que los niños fabricaban en la escuela han quedado relegados frente a la presión por lograr una imagen “perfecta”.

Especialistas en cultura visual apuntan que esta tendencia responde a un fenómeno mayor: la estetización de la vida cotidiana. La Navidad, uno de los momentos más simbólicos del año, no quedó fuera de esta ola. La decoración se convirtió en una expresión de identidad digital, en un “escenario” que debe transmitir orden, gusto y modernidad. Sin embargo, este énfasis en lo visual ha generado una paradoja: cuanto más buscamos crear una Navidad “aesthetic”, más nos alejamos de su esencia afectiva y comunitaria.

En México, donde las festividades decembrinas se construyen sobre rituales profundamente arraigados —posadas, nacimientos, piñatas, luces multicolores y reuniones familiares—, la tensión entre lo tradicional y lo estético se vuelve aún más evidente. Muchos jóvenes se debaten entre mantener los objetos heredados que no combinan entre sí o reemplazarlos por decoraciones uniformes, pulcras y modernas. Poco a poco, las casas se parecen más a escaparates que a hogares llenos de historia.

Aun así, hay quienes buscan un equilibrio: integrar elementos contemporáneos sin renunciar a los objetos que guardan memoria. Porque, al final, la Navidad no se trata de seguir una tendencia, sino de crear un ambiente que evoque pertenencia, calidez y conexión.

El maximalismo y el minimalismo pueden seguir coexistiendo, pero quizá la verdadera pregunta no sea cuál estilo elegir, sino cómo recuperar la esencia detrás de cada adorno. La Navidad, después de todo, es más que una foto bonita: es un momento para recordar que, antes que estética, hay tradición, historia y emoción.

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