Por Alan Sayago Ramírez

04 de junio de 2025. Xalapa, Ver.- El pasado 1 de junio, Veracruz vivió una elección que en el papel parecía histórica: se renovaron las 212 alcaldías por primera vez con periodos de cuatro años, gracias a la reforma electoral y se eligieron cargos del Poder Judicial mediante voto directo. Pero en la práctica, lo que se impuso no fue la democracia, sino el desinterés. No ganó ningún partido: ganó la abstención.

Según cifras del OPLE, apenas el 59.34% del electorado participó en las elecciones municipales. Aunque a primera vista puede parecer una cifra aceptable, el descenso es preocupante: en 2013 votó el 67.2%, en 2017 bajó al 63.4%, en 2021 al 59.9%, y ahora ni siquiera seis de cada diez veracruzanos acudieron a las urnas. Veracruz se está desmovilizando, poco a poco… pero de forma constante.

El fenómeno se sintió en todo el estado. Úrsulo Galván cayó de 62% a 48.3%, Minatitlán se quedó en 47.5%, Sayula de Alemán bajó a 46.7%. Son cifras que duelen, porque detrás de cada punto menos hay miles de personas que decidieron no participar. No es un simple número: es una señal, ni siquiera Xalapa, la capital del estado y corazón político de Veracruz, logró destacarse demasiado. En Xalapa votaron el 63.9%; superaron la media estatal, el contraste con municipios como Magdalena, Coetzala y Landero y Coss, donde la participación fue superior al 88% es alarmante.

¿Qué está pasando? La respuesta incomoda: la democracia se está vaciando de sentido. No es que la gente no sepa votar, es que siente que ya no sirve. En zonas marcadas por la inseguridad, la pobreza y promesas rotas, la elección se vive como una rutina sin alma. ¿Para qué votar si nada cambia? ¿Para qué ir a las urnas si el resultado no mejora mi calle, mi escuela o mi futuro? Y el caso del Poder Judicial lo confirmó: una elección inédita, con posibilidad de elegir jueces y magistrados, terminó siendo ignorada por la mayoría. Solo entre el
12.57% y el 13.32% del padrón participó. No hubo campañas de difusión claras ni pedagogía cívica. A muchos les pusieron esa boleta en las manos sin que supieran siquiera qué estaban eligiendo. Un fracaso anunciado.

El politólogo Thomas Patterson, en su libro The Vanishing Voter, explica que la abstención no es apatía: es una enfermedad democrática alimentada por la desconfianza, el hartazgo y la falta de consecuencias visibles tras el voto. Y en Veracruz, esa enfermedad avanza. Porque no hay legitimidad sin participación, y sin legitimidad no hay democracia que aguante. Lo que pasó el 1 de junio no es una anécdota, es una advertencia. Cuando más de cuatro de cada diez personas deciden no votar teniendo opciones, viviendo en democracia y enfrentando problemas reales, el problema no está en la boleta, sino en el vínculo roto entre el pueblo y el poder. Hoy, más que invitar a votar, toca reconstruir razones para hacerlo. Hablarle claro
a quienes tienen entre 12 y 37 años, explicarles que votar no es un favor al sistema, sino un acto de defensa personal.

Porque si tú no eliges, alguien más lo hace por ti. Y ese alguien puede no pensar en ti, Veracruz tiene que escuchar lo que dijeron las urnas vacias. Porque cuando la ciudadanía guarda silencio, lo hace por algo. Y si no reparamos ese silencio, puede convertirse en el principio del fin de nuestra democracia representativa.

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