Por Humberto Silva
El médico es el asistente de la naturaleza (Elio Galeno, 129 d.C, Pergamo, Turquía)
El médico (del latín médicus; arte de curar) celebra su día hoy 23 de octubre, como eso costumbre desde 1937. El médico vive su día cotidianamente, porque ejerce la medicina con convicción nacida de su vocación innata, ser médico es arte, orgullo y vocación, no debería considerarse un medio para alcanzar una vida de lúdico confort.
Quien aspira a ser médico emprende una jornada de muchos años de estudios; seis de primaria, cinco de secundaria y prepa, seis de carrera y cinco, o más, de especialidad hospitalaria.
Largo metraje de estudios, la mayoría en condiciones económicas entre precarias y peores.
Años difíciles al iniciar la vida profesional en alguna institución de salud, como médico asalariado y sujeto a un horario rígido, similar al de un respetable obrero. La personalidad del médico es reemplazada por un número, o matrícula, y empieza el agobio progresivo ante el número creciente de consultas y enfermos encamados bajo su responsabilidad, huelga decir que la disponibilidad de recursos hospitalarios con que cuenta para sustentar su labor es inversamente proporcional al aumento progresivo del trabajo asistencial. El monto del salario mensual también es inferior a la magnitud de su gran responsabilidad.
Iusión de todo médico es abrir su consultorio privado, donde además de sentirlo una prolongación de su hábitat hogareño sea un sitio para entrevistas coloquiales con los pacientes que a él recurrirán, tratará de ambientarlo confortable y equiparlo con mobiliario e instrumental para cubrir requisitos del ejercicio de su especialidad, todo esto representa gastos, preocupaciones, pero el objetivo lo vale. El fin es ejercer una medicina erudita y generosamente humana. En pasillos de hospital y en intimidad del consultorio, el médico se transforma en confidente y peldaño para alcanzar la esperanza del paciente, curarse.
La ciencia avanza, miles de investigadores trabajan diariamente, un médico consciente debe revisar los avances, estudiar para ayudar con eficiencia a quien le da su confianza.
Actualizarse representa comprar libros, suscripciones a revistas especializadas, cuyo costo es de seis mil pesos al año cada una y son necesarias, cuando menos, dos de diferente especialidad para estar informado, asistir a congresos auto financiados para completar el puntaje y lograr certificación periódica, que también cuesta.
Cada enfermo espera mucho del médico, aunque no sea el de su cabecera, sino solo por tenerlo ante sí ataviado con su blanca bata, armadura repelente del desánimo y cansancio.
Cada día en la vida del médico es más absorbente que el anterior, las noches en vigilia y concentración para tomar la decisión diagnóstica, requieren conocimiento del padecimiento y habilidad en la semiología, ese arte de interpretar síntoma, signo y síndrome, necesaria para efectuar el diagnóstico presuncional.
Noches de insomnio al lado del paciente, o caminando presuroso en pasillos de hospital, son la clásica imagen del médico que no abandona a sus enfermos. Alejado de su hogar en fechas de importancia familiar, sufragando su ausencia con una cariñosa y tímida disculpa, por teléfono. A un lado de su conciencia están los seres que ama y en el otro, ante él, un paciente moribundo que lo mira con esperanza desbordada por sus ojos. Muchas veces un, “¡no quiero morir, doctor!”, puede ser más poderoso que un “¿a qué hora vienes papi?”.
El médico decide permanecer junto al moribundo y cuando enfrenta a la pequeña quee sperando se quedó, una mezcla de controversia emocional y congoja espiritual le estrujan el corazón, pero sabe bien que un incidente similar volverá pronto a suceder. Es la vida del verdadero médico, es la satisfacción no descripible de dar, sin esperar.
Cuando el moribundo de aquella noche impregnada de angustia por la cercanía de la muerte, recupera la salud, un simple “Gracias doctor” a través de tímida sonrisa, hace sentir al médico que ¡todo valió la pena! La medicina caudal de dádivas, dilecta dimensión donde los pacientes disfrutan por igual del arte, orgullo y vocación que irradia su médico de cabecera, que cumple cada día su misión.
Cuando el médico se retira del ejercicio profesional, después de muchos años de caminar por los albeos pasillos de hospital, de correr por las noches a la casa de un moribundo que lo espera como a una esperanza celestial. Cuando sabe que ya no recibirá el milagroso “gracias doctor”, entonces desde su cobijo, revivirá cada noche una escena de cada dia de su vida pasada, cuando la bata blanca le impregnaba vitalidad y anhelo de trasmitirla a su paciente, entonces vivirá de sus recuerdos, que valdrán más que ese momento en que aún vive y que respira.
Desde “Para meditar”, recinto singular de Acrópolis, envío mi saludo fraterno a los médicos xalapeños y del mundo.
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