Una mañana sabatina salí a pasear por mi ciudad, me gusta hacerlo solitario sólo para pensar y abrevar del entorno un poco de la vida de la gente que encuentro en el camino… Sin sentir llegué a un mercado de la ciudad,  situado en tradicional calle xalapeña, hacía tiempo que no lo visitaba. Había una muchedumbre caminando en  los pasillos, entre “los puestos”, escaparates llenos de productos de índole inimaginable. Observé concentrando mi atención en la conducta  humana, anotando el resultado del “escrutinio minucioso” en mi libretita de “Anécdotas urbanas”.

Cuántos matrimonios humildes con dos a cuatros pequeños de entre dos y doce años, en busca de lo más barato. La escena era recurrente: la pareja discutiendo lo que debían  y podían comprar, para enseguida ella analizar, escoger y “regatear con el “puestero”, entre risas, bromas y el clásico argumento femenino, “¿no me diga?, la semana pasada estaban más baratos, en el puesto de la esquina”, en no raras ocasiones he atestiguado  que el ama de casa ganaba el “debate del  mercado” .

El marido perceptivo, escucha y observa, ella enseña a su esposo lo comprado, él sólo asiente, sonriente, distraído, ella es el timón de la “barca familiar”.  A un lado, los chiquillos retozan, pelean, piden refresco, un dulce, todo quieren, en medio de un escándalo de gritos, risas y peticiones insistentes.

Ella regaña y los chicos callan, mientras el señor de la familia sigue sin abrir la  boca, toma al más pequeño pedigüeño entre sus brazos y empieza a mecerlo con vaivén.  El papá observa, no habla; únicamente empuja el carro con víveres, enseres de baño y limpieza, con el producto de su “semana”, de siete días de intenso trabajo y sin más horizonte que el día siguiente, que será igual.

Me gusta visitar esos lugares, meterme entre la gente, abordarla para conocer sus inquietudes, expectativas e ilusiones, o quizá nada más para tonificar mi espíritu con las vibraciones de sus anhelos porque en todo grupo familiar, la señora analiza, escoge, “regatea”, decide y arroja al “carrito”, mientras el señor asiente distraídamente, hurgando ansioso en sus bolsillos.

Primero me parecía curiosa coincidencia esta escena repetida  cada vez que he visitado estos mercados, hoy ya no, porque es parte de la vida de nuestra gente del pueblo, la que recibe los embates de las triste situación económica que nuestro Mexico sufre,  por  la “mala cabeza” como decía mi abuela Vito,  del gobierno  que tenemos que soportar.

Caminé entre esas personas, puse atención a sus pláticas, escudriñé sus rostros sonrientes, pero percibí sus preocupaciones. Los sentimientos de la gente del pueblo son comunes para todos, pero cada persona, cada familia, guarda una historia por descubrir; yo quiero hacerlo, he sentido ese deseo. Una vida común suele contar una historia intensa, interesante, con matices propios que pueden salir a flote; basta dialogar abiertamente, basta un  estímulo afectuoso para que la necesidad de hablar se desborde.

Debe ser apasionante entrevistar a cualquier hombre o mujer  de clase socio económica media-baja,  saber su vida infantil, familiar, sus expectativas vitales, cómo han cambiado con el tiempo y, sobretodo, qué piensa hoy de su papel en su existencia.

Una familia de seis personas, jóvenes padres y cuatro hijos, de adolescentes a preescolares, pasan frente a mí, sin premura, con rostros tranquilos, a veces inexpresivos.  Esto lo vi en uno y otro grupo de gente a mi alrededor. ¿Cómo  será la casa de estas personas, modestas y trabajadoras que van a esos mercados con el bolsillo apretado y el corazón angustiado? Cada día todo les cuesta, más, ¿Cómo será un día común en su vida,? ¿Disfrutan de días de paz-despreocupada?, habría que preguntárselos, sin embargo caminan juntos entre los clásicos “puestos” del mercado,  disfrutando del paseo, griterío de sus chiquillos y la compra de despensa, ajustada al bolsillo de papá.

Inicié la plática con algunos, pues no todos corresponden, me miran extrañados y me alejo. Con otras familias el diálogo es fluido, sobre todo con las señoras; los esposos son más “de pocas palabras”, permanecen cerca, atentos, sin participar, no mas que asentimientos con la cabeza,  no obstante, cuántas cosas me han platicado de sus vidas, sin darse cabal cuenta de ello. La gente tienes ganas de hablar.

Estas observaciones en el mercado me enseñan,  una vez más,  que la vida de la gente de clase baja, según criterio socioeconómico, que son “la fuerza física” de la sociedad, con salario de, no más, 12,700 pesos mensuales, constituyen el 56.7 % de la población nacional  (INEGI) y su lucha por sobrevivir, lo demuestran en sus actos mas sencillos.

La vida de  los integrantes de esta clase social tiene numerosas coincidencias entre sí, en el devenir de su existencia, un hogar humilde, organizado, vigilado y defendido por la madre, el padre maestro, obrero, agricultor, empleado en la burocracia de bajo nivel o de algún comercio de barriada, comerciante en pequeño o informal, todos gente honesta, pero en el seno del hogar la escena es similar en las familias de esta designación socio económica, madre abnegada, dedicada a casa, padre “el que manda”, autoritario en muchas familias alcohólico, en otras también “mujeriego” o solo medianamente responsable en la cobertura económica de su casa.

Habrá vertientes diferentes en cada familia,  pero las torales serán siempre las mismas, ingresos modestos del padre, abandonos, aparición de hijos colaterales, secretos entre los cónyuges, descubiertos con sorpresa, rutina en el hogar sin “nada nuevo que hacer”, adicciones ocultas, frustraciones jamás confesadas.

No soy sociólogo, pero esa disciplina me atrae y en mi ejercicio de médico durante cincuenta y ocho años he platicado con  respeto  y discreción con hombres y mujeres de las seis clases socioeconómicas clasificadas en nuestro país por la Secretaría de Economía y el INEGI 2022, como lo he hecho con numerosas familias en varios mercados de la ciudad  y he conjugado el común denominar descrito en el párrafo anterior.

Un ensayo sobre “Historia de un ser humano común”,  sería un crisol de drama, emoción y esperanza que permitiría al lector  encontrarse entre sus líneas.  Si este encuentro le emociona, confronta, le hace verse en su espejo,  un logro  será para él identificar sus fantasmas ocultos en el devenir de su tiempo.

Cada vida es una historia, cada historia una tragicomedia,  confusa mezcla de sonrisas con tristeza.

hsilva_mendoza@hotmail.com

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