Mi querido amigo René Esteban envió a mi celular un video de Chava Flores, compositor del pueblo, evocando su niñez, costumbres y golosinas que disfrutó, en una sentida canción bajo el título “Mi México de ayer”, y abrí mi viejo diario personal en un día de 1954, cuando tenía trece años y empecé formalmente a llevar mi Diario, busqué reminiscencias del Xalapa de mi infancia y encontré  pasajes que humedecieron mis ojos.

Re edité el  texto, dando orden, sentido y sintaxis, es valioso  heraldo de mi vida y del Xalapa, de hace sesenta y ocho años. El añejo texto ubicó mi imaginación sentado en el quicio del zaguán de mi casa, en la calle Belisario Domínguez de esta mi ciudad. He aquí la remembranza de lo que escribí aquel día perdido en más de veinte mil ayeres, con nostalgia reviví la calle, hacia la derecha hasta Leona Vicario, a la izquierda la esquina con Barragán.

 A la derecha de mi casa vive Don Chucho y su hijo Maclovio, tienen un molino de nixtamal, hacen tortillas que fía a todo el barrio, lo vemos cobrando de casa en casa. Las hijas de Don Chucho: Nené, Elvia y Gloria, bonitas chamacas de 10 a doce años, han sido mis novias.

Junto vive Don Arnulfo, ferrocarrilero, calvo y chaparrito, papá le dice “vigilante de la ventana”, su esposa lo gobierna, es una frondosa señora más alta que él con enorme lunar  arriba de su boca del que emergen  largos bigotes, la palomilla le  teme por su carácter tronante, gran miedo le tenemos sobre todo cuando organiza las fiestas decembrinas se infunde en su papel  mandón, dirige las cantadas de las posadas, organiza grupos, ordena, regaña, da comisiones, es Doña Esperanza y a su marido por analogía le decimos “Doña Arnulfo”.

A tres casas vive la familia Rebolledo, al señor le admiramos porque escribe en el Diario de Xalapa cosas de deportes, le dicen “el Che-bolla”, su esposa es la Sra. Castro,  muy amable no se mete con nosotros aunque hagamos mucho ruido, su hijito de unos cinco años muy atildado, solo se soma por la ventana, nunca acepta su mamá que juegue con nosotros.

En la esquina con JJ Herrera esta “La higiénica”, carnicería popular, su dueño, Don David, siempre con mandil antes blanco, ahora rojizo por sangre de la carne rebanados con una destreza que nos gusta presenciar. Mientras despacha, les echa flores a las muchachas, dice mi papá que es un viejo “buscalón”, a nosotros nos cae bien porque los sábados nos regala cacalitas de chicharon sin grasa, muy ricas  y se sabe cuentos casi colorados, los apuntamos en un pedazo de papel de estraza, para luego echárnoslos en el recreo.

 En la acera opuesta está la tienda de abarrotes “El volcán” de Don Ramón y Don Carlos Zulueta, son señores siempre sonrientes, las señoras les dicen “la salvación” porque les fían todo el tiempo a todo mundo, siempre y cuando sean vecinos de esas calles.

 En la segunda cuadra vive Hermila, muy bonita, pasea por las tardes del brazo de su novio, estudiante de Leyes que se apellida Segovia, no es del barrio pero lo conocemos,  todas las tardes van de aquí para allá y regresan por la misma  banqueta como si fueran marchando, sus taconeos se oyen rítmicos, nos cae de variedad porque no hablan nada, solo caminan y como a la media hora se despiden. Los cuates del barrio nos preguntamos ¿qué chiste tiene eso?

En la esquina con Miguel Palacios está la tienda del señor Parada un grandote cuyo hijo igual de enorme, son igualitos, solo que el padre tiene el cabello muy blanco, en esa tienda no fían, por eso tienen menos clientes. La hija del señor Parada se llama Gabriela, es enfermera, siempre anda de blanco, ella atendió el parto a mi madre cuando nació mi hermana Lety. Recuerdo haber escuchado, a través de la puerta de la recámara de mis padres, el primer grito, del baño a jicarazos, todo el barullo causado por el arribo a este mundo de la nueva xalapeña.

En la esquina de Belisario y el Dique, la tienda “La Jarochita”, su dueño un calvito, chaparrito, lentes de cristal tan grueso que le decimos “el fondo de botella”, me cae bien porque me deja hablar en el teléfono negro, grandote clavado en la pared, me presta una caja de jabón “Octagón” y me trepo a hablar a la XEJW, a pedir a Don Lorenzo Arellano  dedique a mamá su canción preferida; “Cha Cha Linda” con los Martínez Gil, y a mi “Yiri Yiri Bon” con Beny Moré. Luego salgo veloz a casa a escuchar la canción solicitada, eso me gusta mucho.

 Junto a la “Jarochita”, está una Tenería donde curten pieles de animales, es una vecindad grande, adentro hay pozos alargados llenos de agua y pieles colgadas secándose, huelen muy feo, el dueño de ese lugar siempre bien vestido y dicen algunas señoras que les anda echando recaditos debajo de las puertas y amenazan con acusarlo con sus esposos, a ver qué pasa. En las noches cuando nos reunimos  en una  esquina, nos enteramos de  muchas cosas que  oímos en nuestras casas, por eso a esas tertulias les llamamos esquina del “Tema de hoy”, nombre inspirado en el popular periódico de la época, de don Simón Lunagómez.

Frente al molino de Don Chucho, la casita de Doña Margarita Campillo, es anciana, vive sola, su hijo es Don Rómulo, señor importante en el gobierno. Ella nos llama a la ventana de su casa y nos regala pan, frutas, lo malo es el pan estaba tieso y las frutas casi siempre podridas, creemos que son sobras y no sabe qué hacer con ellas, pero es muy linda viejita. A mí me dice “mi doctorrr” a mi hermano Marco “mi aviadorrr”,  títulos de  que le gustaría para  nosotros.

Frente a mi casa está un gran  terreno, atrás colinda con la propiedad de Don Luis Vázquez, señor adinerado, dueño desde ahí hasta donde termina Morelos, están sembrados con naranjos, nísperos y jinicuiles. Al fondo del predio está la casita del vigilante, el señor Rojano, su esposa e hijos; Ofelia, Tolin y Juan, tienen una perra con manchas blancas y negras, se llama “Mosqueta”. Nos juntamos en los anocheceres a jugar y contar nuestras aventuras, sabemos que son inventadas, pero es padre participar en esas reuniones en las esquinas del barrio.

Al frente  del terreno está el edificio del Sindicato de trabajadores de fabrica de hilados  “La Fama”, hacen bailes concurridos, a nuestra empleada doméstica le encanta ir los sábados. Mis hermanos y yo espiamos, nos divertimos con los desfiguros de los bailadores. Filemón, el vigilante, tiene como cincuenta años, chaparrito y barrigón tiene nariz norme, roja con los poros muy abiertos, es refeo pero para el baile es buenísimo, habían de verlo cuando se avienta  mambo y cha cha chá, ¡ah bárbaro!, un día se va a   desbaratar.

Al final de esa acera vive Doña Ada, señora seria y amable, bien vestida, maquillada, amiga de todo mundo y bondadosa.  Nos hemos enterado de que en su casa tiene una cantina y unas muchachas bonitas atienden a los señores clientes. En nuestras platicas de  “la esquina del tema de hoy”, nos hemos contado lo que oímos en nuestras casas y entendemos por qué nuestras mamás nos prohíben que le hablemos a Doña Ada y ni modo, pero está muy guapa.

A don Ricardo, mi padre, los de la palomilla, le dicen “lanza llamas”, por su carácter llameante cuando sale a callarnos a  las nueve de la noche, los viernes, que es “nuestra noche libre”, “hasta la las diez y no más”.

Esta crónica fue rescatada de lo profundo de mis recuerdos, de mi Diario. Mientras leía, disfruté intensamente, viví la pavesa fugaz que fue mi infancia, pero dejó recuerdos para un futuro sempiterno, disfrutada en un barrio inolvidable que hace mucho dejó de existir, se esfumó, menos de nuestro corazón y espíritu.

hsilva_mendoza@hotmail.com

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