Parecería una pregunta ociosa, pues teóricamente todos sabemos qué es un cuerpo humano, ya que todos tenemos uno; ¿o somos uno? Sea como sea, todos creemos tener una idea clara de lo que es nuestro cuerpo, pero en realidad la cosa no es tan simple.
Es evidente que nuestro cuerpo consta de un conjunto de estructuras y órganos externos e internos. Así, distinguimos estructuras básicas, como cabeza, tronco y extremidades, al tiempo que percibimos algunos órganos, como los ojos, en tanto que sabemos de la multitud de órganos alojados en nuestro interior. Y todo eso decimos que es nuestro cuerpo. Y es cierto, pero si miramos con un poco más de atención irán surgiendo detalles que a veces no tomamos en cuenta.
En primer lugar quiero llamar su atención en lo que se refiere a la organización básica. Destaca la cabeza, en donde sabemos que asientan las funciones de mando y coordinación; se reciben señales del exterior a través de la piel, ojos, oídos, nariz y boca. La información que llega por estas vías nos mantiene en contacto con el medio y así tomamos decisiones. Sabemos que en el tronco se alojan la mayor parte de nuestros componentes funcionales, como corazón, pulmones, hígado, etc. Los miembros, de los que tenemos cuatro, nos facilitan movimiento y prensión de objetos, lo que a su vez nos permite manipularlos y transformarlos.
Bien podríamos pensar que los miembros, superiores e inferiores, están al servicio del órgano principal de la cabeza, que es el cerebro, ya que este requiere al menos dos aproximaciones básicas con el medio: obtener información y medios de subsistencia. Para captar la información tenemos los órganos de los sentidos, a los que ya me he referido y con los que se toman las mejores decisiones encaminadas a sobrevivir.
Es claro que toda la información recibida por los órganos de los sentidos y procesada por el cerebro no sería de utilidad si no pudiéramos desplazarnos para evitar el peligro y aprovechar las oportunidades de mejora. El cerebro debe tener a quien dirigir, o sea a los miembros, que no solo logran el desplazamiento, sino que nos acercan o alejan objetos, según convenga y nos permiten modificarlos a conveniencia. Entre las ventajas de desplazamiento, prensión y acercamiento/alejamiento tenemos la alimentación.
Originalmente las primeras comunidades humanas se caracterizaron por ser nómadas, debido fundamentalmente a la necesidad de conseguir nuevas fuentes de alimentos cuando se habían agotado las que estaban al alcance. Recolectar, cazar y pescar requiere el uso de piernas y manos, de modo que podemos ver cómo las extremidades están al servicio de la supervivencia, aún sin contar las habilidades constructoras que proveen refugio y protección, y que también dependen de manos y pies.
Pero, ¿para quién trabajan nuestras extremidades al proporcionar soporte y refugio? Podríamos pensar que para todo el cuerpo. Los alimentos permiten mayor desarrollo y crecimiento del aparato muscular, pero los músculos en sí mismos no se benefician, sino que sirven a otro fin, más allá de ellos mismos. Igual pasa con el hígado, los pulmones y el corazón, por citar solo algunos órganos destacados. Vamos llegando a la conclusión que miembros y órganos no trabajan para sí mismos, sino para el gran coordinador, que por sí mismo nada puede hacer si no cuenta con numerosos súbditos que hagan lo conducente para mantenerlo vivo y en óptimas condiciones de funcionamiento, alejándolo del peligro y aportándole alimento.
Ahora podemos abordar la participación de los órganos internos en aras de entender mejor su papel. Así, podemos dividir a los órganos en dos grandes grupos: los que mantienen al cerebro y los que mantienen a estos. Veamos en forma más desglosada.
Todo el aparato digestivo, desde la boca hasta el ano es un tubo procesador que transforma los alimentos –digestión- de modo que puedan ser incorporados. Esta última palabra es clave: lo que estaba afuera –alimentos- se vuelve cuerpo, nuestro cuerpo, en un proceso que se mantiene por varias décadas, hasta unas seis a diez, auxiliado por el hígado y otras llamadas glándulas anexas. Finalmente, la estrategia primordial, ordenada y coordinada por el cerebro es mantenerse vivo, a salvo y pensando.
El cerebro mismo requiere nutrientes –derivados de los alimentos- necesarios para mantener su estructura y función. Pero, antes que nada se requiere un elemento natural que permite extraer la energía de lo que comemos, como la chispa de la bujía que hace explotar la gasolina y libera así la energía que finalmente mueve al motor y al vehículo. Necesitamos, segundo a segundo, oxígeno. Si este aporte falla por unos cuantos minutos, toda la organización corporal, el cerebro por delante, se compromete y la persona muere.
Para captar oxígeno del aire necesitamos del aparato respiratorio. Este absorbe aire, extrae oxígeno –solo el 20% del aire%- y elimina el resto, al tiempo que también desecha bióxido de carbono, so pena de morir intoxicados. Entonces, el aparato respiratorio tampoco trabaja para sí mismo, sino para todos los órganos, que a fin de cuentas trabajan para el gran tirano recluido en su fortaleza ósea abovedada, llamada cráneo.
Pero, el oxígeno que entra a los pulmones debe ser distribuido a todo el organismo, muy en especial al cerebro mismo. En este punto debemos introducir otro sistema que se encargue de distribuir nutrientes y oxígeno, ambos provenientes del exterior y que deben llegar hasta el último rincón de nuestro cuerpo. Los órganos que llamaremos periféricos –tubo digestivo, hígado, pulmones y demás- y el órgano central dictador. El aparato circulatorio, con el corazón al centro, distribuye los vitales recursos ya mencionados –nutrientes y oxígeno-.
El corazón bombea incesantemente -a menos que caigamos en paro cardíaco-, cantidades fabulosas de sangre que pasan una y otra vez, renovadas, por todo nuestro cuerpo, en especial al cerebro. Si este pierde al menos parte de su cuota privilegiada, de inmediato activa múltiples alarmas y abandona muchas de sus funciones y la persona se desmaya, y en su caída puede sufrir serias lesiones, pues con frecuencia el cerebro avisa con muy poco tiempo y no hay oportunidad de prepararse y protegerse.
Entre todo lo que falta por mencionar seleccionaremos solo al aparato urinario, mismo que se encarga de eliminar los desechos que día a día, segundo a segundo, se van produciendo como consecuencia de tener que proveer al cerebro con los recursos que necesita para mantenerse funcional. Los riñones, en su parte central son una extensión del aparato circulatorio, actúan como filtro que elimina, junto con los pulmones y el tubo digestivo, productos ya no aprovechables. Los riñones filtran la sangre, procesan ese filtrado y lo conducen a través de varias etapas hasta el exterior.
Así podemos ver que los aparatos digestivo, respiratorio y urinario trabajan para el circulatorio, que a su vez mantiene todos los demás órganos, y a sí mismo, con tal de que al cerebro no le falte nada, de lo contrario sobrevienen dolores de cabeza, mareos, desmayos, convulsiones, alucinaciones, zumbidos, pensamientos extraños y todo tipo de movimientos atípicos y faltos de coordinación en múltiples niveles.
Creo haber planteado de manera muy general y simplificada l que es un cuerpo –en especial el humano- cómo funciona y para qué sirve. Esta versión es necesariamente parcial y otras alternativas podrían surgir bajo visiones diferentes. Desde la perspectiva planteada se puede ver como la parte importante de nuestro cuerpo es el cerebro y sus funciones, desde las más humildes, como controlar el movimiento de un dedo meñique –díganle a un pianista- hasta las llamadas funciones mentales superiores, como la posibilidad de pensar, imaginar, amar y crear, lo mismo obras sublimes, que abyectas –si no, veamos los noticieros que dan cuenta de múltiples asesinatos, torturas y otras perversiones-.
Cualquiera que sea el caso, todo gira alrededor de nuestro cerebro, que divide sus funciones en dos grandes rubros: coordinación corporal -consciente e inconsciente- y pensamientos, hablando de manera muy general y rápida.
Mantener la integridad física y funcional de todo nuestro cuerpo permite mantener al cerebro en condiciones óptimas, sin embargo no es suficiente. Nuestro cerebro trabaja incesantemente: controla y piensa. Esta última función lo revela como un ente salvaje que segundo a segundo nos bombardea con imágenes y pensamientos de todo tipo, lo que al mismo tiempo nos da creatividad y nos la estorba. Nuevas ideas se agolpan y empujan a las anteriores, sobre todo si no se ha fomentado la disciplina en el pensar.
Demos a nuestro cerebro pensamientos y problemas en qué ocuparse, antes que él mismo nos planteé ideas que pueden ser descaminadas, o bien estorbar a otras bien encaminadas. A eso, entre otras cosas, le llamamos concentración: alejamos pensamientos no relacionados con el tema que nos ocupa y solo pensamos lo que queremos pensar en el momento que lo necesitamos. ¿O no el estrés nos hace olvidar información que ya poseemos, como un número telefónico?
Aun sin tener nada concreto en que concentrarnos, podemos hacerlo en silenciar nuestra mente, de modo que no nos ensordezca con tanto ruido interno, tantos pensamientos e imágenes que no vienen al caso y que pueden llenarnos de confusión o temor; de allí tantos problemas mentales como angustia y depresión. Si no le damos trabajo constructivo al cerebro, él nos dará trabajo desestructurado, confusión y desánimo.
Confiar en que los medios digitales nos entretienen es dejar la puerta abierta al desorden mental. El cerebro todo el tiempo entretenido en juegos y chismorreos no adquirirá disciplina para encontrar solución a problemas reales y apremiantes, como todos tenemos en esta época.