Por Humberto Silva Mendoza
Mucha personas han escrito un libro sin ser mas que escritores noveles, o solo aficionados, han emprendido esta singular aventura motivados por impulsos internos que no acaban de comprender, pero han disfrutado el placer de escribir en la intimidad de su refugio preferido. En tiempos difíciles, el diario se convierte en un confesor que absuelve.
La soledad nos enfrenta con nuestro alter ego, situación anímica perfecta para escribir un diario personal, un texto que va creciendo con el tiempo, capturando celosamente vivencias cotidianas y a través de los años llegan a revestir una importancia sustancial en la vida.
Al escribir se vuelcan en el papel, plasmadas por la mano llevada por el espíritu del corazón, confesiones, esperanzas, planes, recuerdos, todos los sentimientos y emociones que forman la vida de un ser humano, todo ello da forma a páginas impregnadas de emoción y nostalgia.
El contenido de esas páginas pueden no importar a alguien, lo importante es que para quien lo escribe han significado una cascada en cuyo caudal ha dejado pequeña parte de su vida. Que importa que a nadie mas le importe, si a su autor le significa un placer volcar en el blanco papel sus sentimientos y nostalgias.
En abril de 1955, apareció la primera edición, traducida del idioma neerlandés por Isabel Iglesias, de un librito de modesta edición de B. Garbo que fue una editorial española, tenía portadas de cartón, y en la principal el dibujo de una casita con trazo casi infantil, se llamaba “Las habitaciones de atrás”. El libro atrajo la atención de algunos adolescentes de la época, inclinados por la lectura.
En sus páginas revelaba las inquietudes de su autora, una niña de trece años, oculta con su familia en un “anexo” en la parte trasera de la casa, durante la ocupación de Holanda por las hordas nazis. Escribía diariamente sus esperanzas y temores, haciendo un análisis sencillo, inocente, de la situación de guerra que vivían ella y su familia, ocho personas en pequeñas habitaciones asfixiantes, donde se hacinaron durante más de dos años.
El desenlace de la historia es ahora conocida por todo el mundo, la narrativa de la niña sigue siendo un deleite tristemente conmovedor. Este libro, en siguientes ediciones se ha llamado “Diario de Ana Frank” y ha inspirado a mucha gente en el mundo, a través ochenta años, para escribir su diario personal, su vida.
Al hojear las viejas páginas de su propio diario íntimo, cualquier persona vive una aventura alucinante, porque se encontrará con momentos del pasado descritos con la nitidez y juicio impresos en el momento en que se viven, porque los momentos cotidianos de hoy serán recuerdos imborrables del mañana.
Eventos de la vida diaria de famosos autores fueron inspiración para escribir sus grandes obras literarias. Gabriel García Márquez escribió “El amor en tiempos de cólera” motivado por el cortejo que su padre hizo a su madre, para conquistarla. A Juan Rulfo; “Llano en llamas” y Pedro Páramo lo inspiraron los recorridos por pueblos pobres de mediados del siglo pasado, acompañando a su tío Celerino, imaginativo cuentista y borracho por placer.
Carlos Fuentes escribió “Aura” después de contemplar en la obscuridad a una chica iluminada por la claridad de un tragaluz y todo se desarrolla en una casona del centro de la ciudad de México. Cosas simples de la vida, inspiraron grandes obras de la literatura.
Escribir es volar en una cascada de letras que arrastran, añoranzas, esperanzas y confidencias escondidas que al confesarlas en la prosa ganan la absolución. Escribir es descansar el alma a través de nuestra letra, descargando emociones nuevas y algunas antiguas que estaban reprimidas. Todos podemos escribir un libro, cada vida puede ser una gran historia. Intentémoslo y si nos critican, tengamos presente al sabio Don Quijote: “Deja que critiquen Sancho, a nosotros nos queda la gloria íntima de haberlo intentado”.
Quienes hemos escrito un libro, ¿por qué lo hacemos?, porque nos gusta escribir, recrearnos con nuestros sentimientos, escribiendo en nuestro rincón preferido, en la soledad mágica de la noche, por eso, solo por eso, sin mas pretensión que disfrutar el placer de la escritura y finalmente, como a mí, no importa lo que piensen los demás, a cerca de nuestras letras.
Leer un libro es compartir el pensamiento del escritor, vivencia que vale la pena disfrutar, sobre todo si se leen diversos autores, ello moldea la sensibilidad, la natural curiosidad del ser humano y expande la visión del mundo.
Oscar Wilde el célebre irlandés dijo “Para escribir solo hace falta tener algo que decir y decirlo”, bajo ese pensamiento creo, “El príncipe feliz, “El retrato de Dorian Gray, El fantasma de Canterville, numerosos cuentos y frases tajantes que han trascendido, “Perdona a tus enemigos, nada les molestará más”, “ El ser humano deja de ser él mismo, cuando habla de sí mismo”, “La única forma de librarse de la tentación, es caer en ella”.
Leer libros en su papel, en las tardes o noches, con un café o un cognac a un lado de la página, mientras escuchamos La boheme, C’est fini o Venecia sin ti, con Charles Aznavour, inspiran sentimiento de nostalgia por ayer, gusto por el hoy y esperanza en el mañana.
Por todo esto y más que descubrirás, lee, lee y se desplegará ante ti una senda que fascina e invita a continuar en el camino.
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