Por Darío Barahona

México enfrenta una dura etapa respecto a las relaciones con Estados Unidos, ello debido a la caída del modelo neoliberal globalista que durante la década de los años 80 del siglo pasado fue instaurado por la élite “occidental” dominante. El Estado profundo estadounidense enfrenta la caída de su hegemonía global, misma que ocurrió luego de la caída de la Unión Soviética a principios de la década de los 90 del siglo pasado.

Hoy, la economía industrial y de las materias primas recobra protagonismo luego de haber sido temporalmente opacada por una etapa donde el control financiero del dinero no físico por parte del poder detrás del imperio estadounidense le permitió la dominación global al imponer un único modelo de desarrollo bajo la instauración de un esquema “internacional” sujeto a instituciones “globales” dominadas por dicha élite, todo construido sobre la imposición del dólar estadounidense como moneda de reserva internacional como consecuencia de la victoria de los países “aliados” sobre la Alemania nazi dentro del episodio histórico denominado como Segunda Guerra Mundial (1939-1945).

Dicha élite ha sido derrotada electoralmente en dos ocasiones en la historia reciente (tanto en 2016 como ahora en 2024) por Donald Trump, magnate billonario white anglosaxon protestant con enfoque soberanista proteccionista que promueve valores conservadores directamente opuestos al degenerado movimiento woke impulsando por la corriente globalista a través de su Agenda 2030. Trump aplastó a la candidata del sistema globalista, la actual vicepresidenta estadounidense de la administración Biden, Kamala Harris, obteniendo un amplio respaldo popular dentro del electorado, especialmente entre la clase trabajadora.

Trump combate frontalmente el liberalismo woke impulsado por el partido demócrata, coalición progresista dominada por el gran capital financiero y tecnológico estadounidense, y que vino a rehacer la imagen del partido republicano, orientándolo más hacia la clase trabajadora, además de fortalecer la influencia de los magnates petroleros asociados a dicho partido. Trump se consolidó como el candidato de las masas, el candidato del sentido común, el candidato de la paz puesto que se opone a una escalada en Ucrania con Rusia y en el Medio Oriente (Israel-Irán), tensiones que ponen a la humanidad al borde de la confrontación y extinción nuclear.

Trump es además el candidato del petróleo, principal recurso energético de la humanidad, en contra de los designios de la élite globalista que promueve la estafa de las “energías verdes” (dependientes del gas) para privar al resto del planeta del acceso al petróleo pretendiendo argumentar preocupaciones ambientales.

Y Trump llega con un proyecto de país en donde Estados Unidos se mantiene a la vanguardia como superpotencia global junto a China y Rusia. No quiere utilizar a Estados Unidos como el “Estado policía global”, una especie de patrulla privada bajo las órdenes e intereses globalistas. Trump busca impulsar a Estados Unidos como la gran potencia planetaria, impulsando un proyecto de nación en donde el país recupere la producción industrial, la autosuficiencia en sectores clave, así como el control del acceso migratorio.

Esta última parte es motivo de discordia. El partido demócrata ha impulsado en las últimas décadas la migración ilegal descontrolada, permitiendo el acceso de millones de migrantes ilegales que buscan mejores condiciones de vida, pero el verdadero propósito detrás de dicho flujo migratorio provocado es rehacer el mapa electoral, desplazando con migrantes a los todavía mayoritarios WASP, votantes tradicionales del partido republicano, y con ello instaurar un modelo de un único partido político. Esto explica el afán demócrata por imponer un nuevo sistema social liberal que destruya el modelo familiar tradicional basado en un padre y una madre.

La cuestión es que Trump ha prometido en campaña masivas deportaciones de inmigrantes ilegales, pero sin dar mucha claridad respecto a cómo planea hacerlo. Es por ello que se explica el que México enfrente una dura etapa respecto a las relaciones con Estados Unidos. Nuestro país debe comprender cómo desenvolverse en las relaciones diplomáticas y el tablero de ajedrez geopolítico considerando la nueva realidad estadounidense, así como el inevitable cataclismo que ha ocurrido allá luego de la segunda victoria de Trump en las elecciones presidenciales.

Y es que Trump tiene el proyecto de la conformación de “El Gran Estados Unidos”, mismo que incluye a Canadá, Groenlandia, y da por hecho recuperar el control del canal de Panamá para “sacar” de la región a China, lo que implica que planea controlar, por lo menos, a toda Centroamérica. Y si a esto le añadimos las palabras del magnate Elon Musk, de los principales apoyos y asesores de Trump, cuando dijo respecto al golpe de Estado en Bolivia en 2019 contra el entonces presidente Evo Morales: “Haremos un golpe de Estado a quien queramos”, la situación entonces incluye a toda América.

Aquí hay que aclarar que, respecto a su modelo como superpotencia global, Estados Unidos no cambia mucho entre Trump y los globalistas respecto a que ambos dan por hecho la supremacía de Estados Unidos y su derecho a imponer su desarrollo por encima del de otras naciones, pero sí existen importantes diferencias en el cómo pretenden hacerlo. En el caso de Trump, si bien durante su primer mandato Estados Unidos no invadió oficialmente ningún país, promovió golpes de Estado en Bolivia y Venezuela, así como asesinó al icónico general iraní Qasem Soleimani. Sin embargo, tuvo la cordura suficiente para no confrontarse militarmente con Rusia, como sí lo hace su contraparte globalista neoconservadora demócrata detrás de la administración Biden, así como sus satélites europeos. Y es que tanto Rusia como Estados Unidos siguen siendo, y con diferencia, las principales potencias nucleares del planeta, lo que deriva en múltiples consideraciones que no deben ser omitidas:

  1. Ninguna de las dos súper potencias puede ser derrotada en un conflicto nuclear, esto debido a que incluso en caso de “perder” en primera instancia, ambas poseen la sofisticación tecnológica militar para asegurar ataques nucleares en retaliación, garantizando la destrucción mutua frente a su agresor.
  2. Aunque Estados Unidos pretenda armar, financiar y entrenar a Ucrania a través de la OTAN para agredir a Rusia alegando que ellos no están involucrados directamente en el conflicto, es evidente que Rusia responderá contra suelo e instalaciones estadounidenses en caso de que Ucrania inflija un daño considerable a territorio ruso de manera tal que haya sido cruzada una línea roja estratégica rusa.
  3. Un enfrentamiento nuclear implicaría la destrucción de la biosfera global, esto derivado de la radiación y el invierno nuclear que ocurriría en consecuencia a la detonación de múltiples ojivas nucleares, particularmente las de carácter estratégico.

México está condenado a seguir a Estados Unidos debido a su jaula geoestratégica, la frontera directa con la súper potencia anglosajona. En consecuencia, jugar con cuestiones como una posible entrada al grupo de los BRICS por parte de México implica un alto riesgo, puesto que Estados Unidos no nos lo permitiría. Primero se unen ellos a dicho grupo antes que nosotros. México no podrá seguir impulsando la llegada a su territorio de automotrices provenientes de China, al menos no como hasta ahora. Trump y la naciente corriente soberanista dominante en Estados Unidos buscan “expulsar” a China del que entienden como su continente (doctrina Monroe).

México inevitablemente se alineará con la voluntad estadounidense en temas cruciales como los migrantes, las controversias comerciales dentro del tratado de libre comercio de América del Norte (T-MEC), el “combate” al narcotráfico estadounidense a pesar de su inminente designación como “grupos terroristas mexicanos”, la dependencia respecto al dólar como principal moneda de reserva internacional, el modelo agroalimentario continental, entre muchas otras áreas. El margen de maniobra del gobierno mexicano es extremadamente limitado. Prueba de ello es la reciente derrota en el panel de T-MEC con respecto a la imposición estadounidense para el uso del maíz amarillo transgénico en productos de consumo humano, ello en detrimento del maíz blanco mexicano y las más de 50 variedades de maíz endémico en territorio nacional.

Si uno fuera simplista podría suponer que la opción demócrata es menos peligrosa a los intereses nacionales mexicanos, pero hay que comprender que el bloque demócrata globalista, a través de sus agencias de inteligencia (CIA, DEA) son quienes financian, promueven, conforman y preparan a los mal llamados cárteles mexicanos. Basta con recordar la “Iniciativa Mérida”, programa bajo el cual le entregaron al narcotráfico armas de grueso calibre supuestamente con localizadores, mismos que nunca funcionaron.

México enfrenta entonces una crisis de seguridad supranacional derivada de un cambio social radical en Estados Unidos, mismos que tienen a nuestro vecino del norte al borde una guerra civil, puesto que Trump sobrevivió a dos misteriosos intentos de asesinato orquestados desde el Estado profundo globalista estadounidense. Coincidentemente, ambos perpetradores aparecen ¡en el mismo vídeo publicitario del máximo fondo de inversión global Black Rock!

En el planeta hay, de momento, hasta tres frentes bélicos cuya escalada podría derivar en una confrontación mayor, llegando incluso a confrontar directamente a Estados Unidos contra Rusia y China, lo que sería catastrófico. El primero de dichos frentes es Ucrania, donde luego de la agresión de la OTAN contra la civilización rusa y la guerra de propaganda sionista anglosajona, Europa está al borde de una guerra total y directa contra Rusia por su empecinamiento en infligirle una derrota estratégica a Moscú.

El segundo punto extremadamente caliente es el Medio Oriente, derivado de las agresiones israelíes contra sus vecinos no alineados con el supremacismo sionista, y particularmente contra Irán, país persa que representa el máximo desafío a la hegemonía regional israelí. Irán es un importante aliado de Rusia y China, mientras que Israel es el “dueño” de Estados Unidos (John Mearsheimer, “The Israel Lobby”).

Y el tercer punto caliente es Taiwán, isla situada inmediatamente frente a las costas de China, donde se refugió un grupo compacto de intereses económicos no alineados con los ideales de la revolución de Mao a mediados del siglo pasado, y quienes optaron por someterse al imperio estadounidense, desarrollando la más amplia industria de chips semiconductores en el planeta, lo que representa uno de los principales “botines” tecnológicos que Estados Unidos no va a ceder tranquilamente. El separatismo de Taiwán promovido y controlado por Estados Unidos tiene como objetivo infligirle una derrota estratégica a China, misma que difícilmente se dará, al igual que en el caso de Rusia. Sin embargo, Estados Unidos tensa la situación desde una óptica militar dentro de lo que parece la antesala de un conflicto aparentemente inevitable por la supremacía hegemónica.

El principal problema es que en este punto cada vez es más evidente que los tres frentes representan áreas de conflicto donde inevitablemente acabará ocurriendo una confrontación militar a gran escala: Europa contra Rusia, Israel contra Irán y Estados Unidos contra China. Ello con la esperanza de que las hostilidades no lleguen al plano nuclear. Justamente por ello es que Rusia ha comenzado a exhibir su desarrollado arsenal de misiles hipersónicos, particularmente el Oreshnik, como elementos disuasorios frente a la escalada retórica y bélica de la OTAN. El mensaje es claro: tengo armas que, sin llegar a ser de destrucción masiva o nucleares, poseen un poder de fuego que tú (occidente colectivo) no puedes igualar, por lo que tus ambiciones de una escalada armamentística sin involucrar intercambios nucleares carecen de sentido, puesto que tengo la ventaja.

Pero por si faltara más, y de manera peligrosamente predictiva, debemos mencionar el clásico libro de Caspar Weinberger “The Next War”:

El libro The Next War (La próxima guerra) de Caspar Weinberger, publicado en 1990, no está específicamente enfocado en una invasión a territorio mexicano, pero ofrece una visión general sobre la guerra, la política de defensa y las relaciones internacionales en el contexto de la Guerra Fría. Weinberger, quien fue Secretario de Defensa de los Estados Unidos durante la presidencia de Ronald Reagan, presenta en este libro su perspectiva sobre cómo los Estados Unidos deben prepararse para los futuros conflictos militares.

Aunque no se menciona explícitamente una invasión a México en el libro, se pueden inferir ciertas ideas generales sobre cómo los Estados Unidos podrían enfrentar amenazas externas en su territorio o en sus fronteras. La obra discute la importancia de la disuasión y la preparación militar, así como la necesidad de mantener fuerzas armadas fuertes para prevenir conflictos, y cómo las políticas de defensa de EE. UU. afectan a los países vecinos y aliados.

Weinberger aboga por una postura de defensa fuerte y de intervención cuando sea necesario para proteger los intereses de Estados Unidos, aunque no hace un análisis detallado sobre una invasión directa a México. En su lugar, el enfoque del libro se centra más en la defensa global, las relaciones de poder durante la Guerra Fría y las amenazas percibidas por el bloque soviético, con énfasis en los conflictos en Europa y el Medio Oriente.

Por lo tanto, el libro no aborda una invasión a México como un tema central, pero sí refleja la visión de Weinberger sobre la seguridad nacional, la estrategia militar y cómo los Estados Unidos deben mantenerse preparados para enfrentar amenazas potenciales en el futuro, que podrían involucrar a varios actores internacionales, incluido México como vecino cercano.

En juego están tanto las rutas críticas comerciales, los recursos naturales estratégicos, así como el modelo económico financiero mundial. Y la delantera no la lleva occidente, por lo que su respuesta frente a su declive y al cambio de paradigma geo estratégico post neoliberal anglosajón puede ser altamente riesgosa para la humanidad.

¿Será competente y sagaz el gobierno mexicano para relacionarse con la administración Trump entendiendo la nueva realidad estadounidense? Es tiempo de transformaciones globales multidimensionales: financiera, económica, social, tecnológica, energética…

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