Por Adrián Vázquez Parra

Estimado lector, si bien hace ocho días propusimos llevar a cabo un ejercicio de revisión y un diagnóstico a fin de elaborar un listado de los principales retos, los temas más acuciantes y las principales herencias que el gobierno de López Obrador dejaba a la administración Sheinbaum, encontrando en el combate a la pobreza el primero de esos desafíos, hoy debemos poner en pausa ese ejercicio enumerativo y expositivo, pues en los últimos días la presidenta de la Nación ha realizado algunos pronunciamientos que nos dejan ver como, al igual que con su antecesor, la política del país en materia de relaciones exteriores estará centrada, según el dicho de quien gobernaba hasta hace unos días, en la política interna.

Claudia Sheinbaum ha anunciado que no planea asistir a la “Cumbre del Clima Cop29” que se llevará a cabo en noviembre próximo en Bakú (Azerbaiyán) y que, de la misma forma, está considerando no asistir a la próxima reunión del G20. De esta forma, emulando los pasos de su mecenas y padre político, Claudia rechaza participar en algunos de los principales foros de debate mundial y envía a funcionarios que, por ningún motivo, tienen el mismo realce, la misma investidura de un jefe de Estado y, por lo tanto, que no tienen la misma fuerza para ser escuchados por los líderes del mundo. Resulta curioso ver como una mujer que se autodenomina como científica y que apostó en ese calificativo gran parte de su capacidad y crédito para llegar a la presidencia, rechace asistir a estos eventos que son nodos en el aparato de construcción de la agenda política, económica y científica mundial.

Durante la pasada administración, la supuesta visión del gobierno en cuanto a nuestra relación con el mundo se sustentó en la denominada ”Doctrina Estrada”, una construcción diplomática e ideológica basada en “la no intervención y el respeto a la auto-determinación de los pueblos del mundo”. No obstante, como en muchos temas y asuntos, la retórica y los discursos quedaron muy alejados de los hechos y la realidad, pues mientras que por un lado se alegaba que México no intervenía y no se inmiscuía en asuntos de otros países, con mano izquierda nuestro gobierno se enredaba en asuntos políticos internos como los de Bolivia y Ecuador, metía la cuchara en las elecciones presidenciales de Argentina y proponía incongruentes proyectos para apaciguar el conflicto entre Ucrania y Rusia.

Lo anterior, no sin olvidar las cortinas de humo que suponían, o siguen suponiendo, las solicitudes de disculpas a la República Española por la “Conquista”, la recepción de médicos cubanos durante la pandemia del coronavirus (programa con serios señalamientos internacionales por las violaciones a los derechos y libertades de los profesionales de la salud que, obligados, participan en estos programas del gobierno de Cuba), la extensión de los programas sociales -como “Sembrando vida”- a Centro América, y muchas otras injerencias que se orquestaban desde Palacio Nacional. En resumen, el gobierno de López Obrador tuvo una política exterior deficiente, conflictuada en su parte ideológica y sin estructura en su esfera de ejecución que intervenía donde tenía un interés particular. No olvidemos además que, en una clara muestra de ignorancia y desprecio hacia la alta diplomacia mexicana, se otorgaron cargos diplomáticos de primer nivel a personajes impresentables, principalmente exgobernadores alineados y funcionarios con larga cola que pisar.

Una labor central del nuevo gobierno debería ser reconstruir la imagen de México en el mundo, esa que durante buena parte del siglo pasado fue la de un actor responsable, ecuánime y propositivo, un país bien representado en el concierto de las naciones, preocupado por los principales problemas de la humanidad y un agente que suponía una voz que llamaba al diálogo, a la concordia y a la paz por sobre el conflicto con ideas sensatas. Una de las labores centrales de Claudia Sheinbaum debería ser devolverle al mundo la confianza sobre México, demostrar que no nos estamos convirtiendo en una dictadura y que seguimos abrazando los principios y las causas de la democracia y la libertad. Para llevar a cabo esa gran empresa, un punto de inicio debería ser el asistir a los foros, eventos, cumbres y reuniones más importantes de la comunidad internacional.

En la ceremonia de investidura de nuestra presidenta hubo un mensaje muy claro de parte del mundo para México. Hoy no gozamos de la confianza de otros países, ni siquiera de nuestros principales socios comerciales. Si usted, estimado lector, revisa la lista de asistencia de los invitados internacionales al mencionado evento, no va a encontrar a ningún mandatario, político o gobernante importante, como ya mencionamos, ni Joe Biden asistió a la ceremonia, la Unión Europea no se hizo presente, la comunidad Asia-Pacífico no tuvo representantes relevantes y el resto del globo se manifestó en una representación minúscula. Menester es decir que esta ceremonia era la oportunidad ideal para reunir a varias de las mujeres más importantes de la escena política mundial pues, no todos los días, una mujer asume por primera vez en la historia la presidencia de una de las economías más importantes del mundo.

El mensaje fue claro y contundente, lo que el mundo ve en México son decisiones que nos alejan del camino democrático y nos acercan a la anulación de la libertad, a la censura, la persecución, la concentración excesiva de poder y la sobre dimensión del Estado en la vida de los individuos y de los órganos comunitarios. El mundo ve que nos acercamos a las tiranías y nos alejamos de las democracias liberales, que nos volvemos amigos de dictadores y cobijamos delincuentes, que solapamos el genocidio ambiental y le damos cada vez más poder a las fuerzas armadas. El mundo ve que México se está extraviando, se está volviendo oscuro, cerrado y restringido. Hoy el mundo ve como damos pasos hacia atrás, como revertimos nuestros avances electorales, legales, económicos y sociales.

Las señales que Claudia ha dado en los últimos días nos hablan de que México se seguirá cerrando ante el mundo, seguirá sin participar en el debate global y se alejará de los principales espacios de diálogo y negociación. Tal parece que la titular del Ejecutivo federal no se da cuenta o no quiere ver que cerrarse ante el mundo significa alejarse del desarrollo, negarse a la innovación, aislarse del progreso, renunciar al avance de la tecnología, escapar a la prosperidad económica y dejar vacante el lugar que nos corresponde dentro de los procesos mundiales de toma de decisiones. Si México se ausenta de esos lugares, otros tomarán nuestros puestos y se quedarán con los beneficios de ser parte de la comunidad internacional.

Si México sale al mundo, el mundo vendrá a México, vendrá a través de avances en la ciencia y la educación, a través de inversión, generación de empleos, mayor ingreso y movilidad social, vendrá a través de acuerdos de colaboración científica y tecnológica en áreas como el desarrollo sostenible y sustentable, soberanía alimentaria, salud, inteligencia artificial, automatización y desarrollo industrial, el mundo vendrá con acuerdos y esquemas de combate a la delincuencia, integración en materia de inteligencia policial, colaboración institucional y militar. El mundo vendrá como un puente hacia la cultura, el arte y la proyección artística de otros países. Al mismo tiempo, México debe ir al mundo para ofrecerle todo su potencial, riqueza, talento y creatividad. Sólo de esa manera, con apertura, expansión de nuestra visión y llevando más lejos nuestros horizontes, nos convertiremos en un mejor país.

Claudia, la científica como se define a sí misma, debe tener estos hechos más que claros. Ella mejor que nadie debe conocer estas verdades y, por lo tanto, no nos puede negar la oportunidad de formar parte nuevamente del mundo como un país que valga la pena escuchar; no sólo como cabeza de nota en medios mundiales por las cruentas muertes que se reportan a diario en todo el territorio nacional. Claudia debe ser consciente de que si no vamos al mundo, este no vendrá a nosotros y, de forma indefectible, va a seguir su camino dejándonos atrás, en el rezago y la oscuridad. Los foros como estos a los que Claudia planea no asistir, son oportunidades inmejorables para negociar, acordar y hacer política internacional a favor de México. No podemos seguir sin ver más allá de nuestras narices.

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