Por Alan Sayago Ramírez

El proceso electoral en Veracruz se ha convertido en un espectáculo digno de un guion de thriller político. Promesas vacías, alianzas de conveniencia, y candidatos que parecen más producto de un laboratorio de imagen que de una verdadera capacidad política. Las elecciones municipales no son ya un ejercicio democrático, sino una lucha de egos, de intereses ocultos, donde la astucia y el oportunismo reemplazan la ética y la transparencia. En este contexto, las palabras de Napoleón Bonaparte sobre El Príncipe cobran una dimensión perturbadora: ¿Estamos realmente eligiendo a los mejores, o estamos simplemente permitiendo que la fortuna, esa dama caprichosa, juegue a su favor?

Napoleón, en sus comentarios sobre El Príncipe de Maquiavelo, dejó claro que un gobernante no debe ser simplemente valiente, sino astuto. Decía que “un príncipe debe ser más astuto que valiente” y advertía que “no hay nada más difícil que sostener un poder recién adquirido”. Si trasladamos esas lecciones al Veracruz de hoy, nos encontramos con una incómoda realidad: los partidos políticos están eligiendo a candidatos que, en su mayoría, carecen de la mínima preparación o visión necesaria para transformar al estado. No son los mejores, sino aquellos que mejor se acomodan a los intereses de las élites de poder. Estos personajes, reciclados una y otra vez, que han ocupado cargos de relevancia sin generar cambios tangibles, son los claros exponentes de un sistema que favorece la perpetuación del poder por encima del bienestar de la ciudadanía.

¿Y qué hay de las promesas de transformación que parecen vacías como una copa de vino olvidada? En municipios como Xalapa, Cerro Azul, Altotonga, Las Choapas, las Vigas de Ramírez, Tequila , Boca del Río y Alamo Temapache  , los candidatos han sido parte de un ciclo vicioso de política en el que, a pesar de haber ocupado cargos clave, no han sido capaces de mejorar lo más elemental: la seguridad, el desarrollo urbano o la gestión de recursos. ¿Realmente queremos seguir eligiendo a quienes no solo no cumplen, sino que parecen disfrutar de la impunidad de un sistema que les permite reciclarse sin rendir cuentas?

Napoleón, conocido irónicamente como “El Pequeño Cabo”, comprendió como pocos que un gobernante debe actuar con rapidez y decisión ante las adversidades. En Veracruz, sin embargo, nos enfrentamos a un sistema político donde la indecisión y la falta de dirección parecen ser la norma. La falta de propuestas concretas sobre temas cruciales como la seguridad, la educación y el desarrollo económico pone al descubierto la impotencia de los actuales líderes. ¿Qué más podemos esperar de un sistema que parece tan distorsionado que incluso aquellos que deberían ser responsables de liderar a la gente, simplemente no tienen un plan real?

El próximo 29 de abril, cuando tengamos en nuestras manos la oportunidad de elegir, debemos preguntarnos: ¿Qué tipo de liderazgo queremos para Veracruz? El poder es efímero, y como Napoleón advertía, debe conquistarse con astucia y responsabilidad. Sin embargo, en Veracruz no basta con elegir líderes que sean astutos. Necesitamos aquellos que verdaderamente comprendan las necesidades de la gente y estén dispuestos a transformar las condiciones de vida. La historia ha mostrado que en tiempos de crisis, la política puede ser un campo de batalla donde la moral y la ética se sacrifican. Pero como ciudadanos, tenemos la responsabilidad de rechazar la manipulación y exigir que el poder se utilice para el bien colectivo.

La pregunta persiste, y duele: ¿Estamos eligiendo a los peores, o simplemente estamos permitiendo que el poder siga en manos de quienes buscan satisfacer sus propios intereses? Como Napoleón dijo: “El poder es una cuestión de habilidad y oportunidad”. Y en Veracruz, es hora de que nos cuestionemos: ¿Estamos aprovechando la oportunidad para elegir a los mejores o estamos condenados a perpetuar un juego de poder en el que los peores siempre ganan?

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