Por Adrián Vázquez
Como bien sabemos, el pasado primero de octubre Claudia Sheinbaum se convirtió en la primera presidenta en la historia de nuestro país. Claudia hace historia por partida doble pues, además de ser la primera mujer titular del Poder Ejecutivo de la República, también llega a la silla presidencial como la candidata más votada en los anales de la historia patria. Si bien esos votos, casi en toda su dimensión, se los debemos adjudicar a López Obrador, a su campaña diaria orquestada desde la conferencia mañanera, al manejo electoral de los programas sociales, al uso indiscriminado del aparato del Estado para impulsar la campaña presidencial de Claudia, y, lo más peligroso, a la participación del crimen organizado como operador electoral, cierto es que desde el primero de octubre quien lleva la banda presidencial y es la responsable de los destinos de la nación, es la doctora Sheinbaum.
Desafortunadamente, Claudia no recibe al país en las mejores condiciones. Todo lo contrario, lo recibe con una profunda pugna interna y un nivel de encono capaz de dividir a la sociedad, promovido todo por el anterior presidente y su retórica de división. Recibe un país con cifras récord en homicidios dolosos, con desabasto de medicamentos, con miles de millones dilapidados en obras faraónicas, con un sistema de salud y un sistema educativo prácticamente en ruinas. Claudia recibe un país con un nivel de violencia que ha hecho que habitantes de Chiapas huyan a Guatemala, recibe un país donde gran parte del territorio se encuentra gobernado, de facto, por el crimen organizado, recibe una nación con miles de desaparecidos y sus familias que claman por apoyo gubernamental, recibe un país poco competitivo, menos innovador y nada generador de ciencia y tecnología.
Claudia recibe un país con más retos, desafíos y dificultades que garantías de paz, de progreso y estabilidad. En ese sentido, hoy vamos a iniciar con la primera de una serie de columnas, a través de las cuales vamos a enumerar los principales retos que tendrá que afrontar y, más que nada resolver, el gobierno de nuestra primera Presidenta. Hoy vamos a hablar sobre uno de los tópicos que más laceran a nuestra población, que más lastiman a nuestra gente, más detienen el progreso de México y nos niegan horizontes como la innovación, la competitividad, el desarrollo humano, la movilidad social y el bienestar personal y familiar de los mexicanos. El primer tema de esta serie de columnas es “la pobreza”.
Hace algunos años, a fin de generar un diagnóstico que sirviera para diseñar y enfocar políticas públicas que ayudaran al gobierno federal a luchar contra la pobreza, se generó una categorización ajustada a nuestra realidad nacional sobre las clases sociales y los niveles de ingreso de los mexicanos. Como resultado, la población mexicana fue estratificada en seis clases sociales: 1) baja-baja; 2) baja-alta; 3) media-baja; 4) media-alta; 5) alta-baja; y, 6) alta-alta. Hoy en día, según datos conjugados del CONEVAL, la Secretaría del Bienestar, el Banco de México y organismos internacionales como la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, 35% de los mexicanos pertenecen a la clase baja-baja, 25% pertenecen a la clase baja-alta, 20% a la clase media-baja, 14% a la clase media-alta, 5% a la clase alta-baja y, solo 1%, a la clase alta-alta.
Lo anterior nos deja ver que el 80% de los mexicanos viven del nivel medio de ingreso hacia la pobreza, con un mayor porcentaje entre las clases más desfavorecidas. Solo el 20% de los habitantes de nuestro país viven del nivel medio de ingreso hacia el nivel más alto de riqueza. Con ese contexto, no podemos omitir que en el sexenio recién terminado se efectuaron esfuerzos importantes por incrementar de forma paulatina el salario mínimo, por incrementar el número de programas sociales y acrecentar sus padrones de beneficiarios; por eliminar los intermediarios en la entrega de los recursos de esos programas y, así también, por impulsar lo que se denominó una política de bienestar poniendo por el bien de todos, primero a los pobres.
Sin embargo, como la experiencia histórica nos muestra, los aumentos por decreto del salario mínimo y los programas sociales no son verdaderas palancas de crecimiento y desarrollo y no ayudan a la gente a salir de la pobreza, únicamente funcionan como paliativos para las necesidades más inmediatas pero no como medios para acceder a mejores niveles de vida de forma permanente. Aunado a esto, la inseguridad, la falta de certidumbre jurídica, la violencia, la falta de incentivos gubernamentales, la corrupción, la debilidad de nuestras instituciones de procuración de justicia, la falta de transparencia y rendición de cuentas, la falta de inversión en innovación, en ciencia, tecnología y educación, son otros factores que influyen de forma negativa y limitan la posibilidad de que más gente salga de la pobreza. No de que pasen de la clase baja-baja a la baja-alta, sino de que en verdad cambien su realidad y vivan mejor.
Bajo tal tesitura, el gobierno de Claudia tiene un gran reto, una oportunidad mayúscula y mucho trabajo. No pueden apegarse a los viejos moldes populistas y las añejas recetas que dictan que regalar dinero es la solución. Claudia, junto a su equipo, deben poner manos a la obra para encontrar medidas creativas, novedosas y prácticas que traigan riqueza y oportunidades a nuestra tierra. Como propuestas rápidas, se debe aprovechar el fenómeno del nearshoring o relocalización de las empresas, se debe invertir de forma contundente pero bien planificada en la formación de talento humano a través de verdadera educación de calidad, se debe apostar por el desarrollo de energías renovables y volver a México un nodo de investigación, diseño, desarrollo, logística y aplicación de tales tecnológicas, se debe dar un enfoque real de desarrollo a las zonas económicas exclusivas y a los canales de interconexión como el corredor interoceánico. Estas, por citar solo algunas propuestas.
En realidad, el equipo de la presidenta no tiene que inventar el hilo negro o realizar una proeza de genialidad económica para transformar la realidad del país y dar un golpe certero y rotundo a la pobreza. Basta con voltear a ver qué han hecho en las últimas décadas naciones como Corea del Sur, Taiwán, Singapur, Polonia o Finlandia; esto en materia económica, educativa, en innovación y desarrollo científico. Corea del Sur, por ejemplo, pasó de tener un ingreso per cápita de 876 dólares por año en 1950 a un ingreso por persona de 35 mil dólares en la actualidad. Esto es un crecimiento en el ingreso promedio por persona de casi cuarenta veces. Además, hoy en día son una potencia tecnológica, un puntero en la generación y registro de patentes y en la innovación y desarrollo de ciencia y tecnología.
Claudia tiene la oportunidad de pasar a la historia por las dos razones señaladas al principio de esta columna y por una más, por haber sido la mujer que lideró de forma inteligente una verdadera batalla contra la pobreza y que alcanzó resultados rotundos, significativos y que transformaron la vida de los mexicanos. Claudia tiene la oportunidad de encabezar una verdadera transformación. Esperemos que asuma esa responsabilidad con sabiduría y mucha inteligencia, rodeada de gente capaz y dispuesta a servir a México. En esa misión le deseamos el mayor de los éxitos.