Por Pedro Chavarría
18 de septiembre del 2025.- Todos sabemos que los seres vivos nacen, crecen, se reproducen y mueren. La muerte es parte del proceso natural que llamamos vida. La muerte es el final de la vida. Este ciclo tiene una duración muy variable, desde casi efímera, hasta de miles de años. Los seres vivos se distribuyen en varios reinos: vegetal, animal, bacteriano, hongos y algún otro. Los vegetales son los seres vivos más longevos conocidos, como nos muestran árboles milenarios que siguen en pie, y acaso sean realmente inmortales, salvo contingencias.
De un modo, u otro, hasta la fecha no hemos podido librarnos de la muerte. Sí hemos prolongado nuestro período vital. Hemos combatido las enfermedades y construido instalaciones que favorecen que vivamos más, como ciudades con vías de comunicación, habitaciones, abasto de agua, alimentos y energía eléctrica, así como drenajes, clínicas y hospitales. Descubrimos e inventamos antibióticos para combatir enfermedades infecciosas.
Gracias a políticas de salud pública y avances en nutrición y medicamentos diversos, ya rondamos los 80 años de esperanza de vida, al menos en algunos países.
Tendencias recientes pretenden que la muerte puede llegar a evitarse. En primera instancia se planea extender nuestra esperanza de vida a los 100 años, o poco más, para en etapas posteriores extenderla indefinidamente. Es una pretensión médica científica. Ya existen clínicas dedicadas a una especie de rejuvenecimiento, donde se imparten cursos relativamente rápidos, con especial atención en tres ejes básicos: alimentación, ejercicio y medicación, con especial atención en administración hormonal. Creo que aún no hay estudios confiables en cuanto a los resultados reales.
Los tres ejes mencionados son reconocidos como fundamentales.
En realidad, somos lo que comemos. Los alimentos -elementos que están ahí afuera- se ingieren y se incorporan, es decir, se vuelven cuerpo, nuestro cuerpo. Ingerimos seres alguna vez vivos, los desarmamos -preparación culinaria y posteriormente digestión- y sus partes se vuelven nuestro cuerpo, que requiere renovación constante; así funciona la biología: los seres vivos resisten y se mantienen gracias a que se van renovando constantemente. Los alimentos se vuelven yo.
El ejercicio es cada vez más reconocido como necesario para mantener la salud, y por ende, la longevidad e ir postergando el desenlace final. Se sabe que hasta la salud mental y la resistencia al cáncer, están ligados al ejercicio. La senilidad puede ser contrarrestada con ejercicio. En realidad, no se trata de ser atletas, y menos de fin de semana, lo que puede generar todo tipo de lesiones. Se recomienda ejercicio moderado, sencillo, sin necesidad de gimnasios ni aparatos sofisticados, como caminar alrededor de media hora al día. Algunos grupos postulan la conveniencia de dar diez mil pasos cada día, ahora que tenemos contadores de pasos. Otros creen que no es necesario tanto.
Al parecer, caminar con paso enérgico produce mayor gasto energético y beneficios, que correr, pues esto último puede ocasionar lesiones en rodillas y caderas, sobre todo en personas de cuatro décadas en adelante. Caminar es menos riesgoso. Y si no hay disponibilidad de tiempo exclusivo para caminar, recomiendan estacionar el auto lejos de la entrada y usar las escaleras en lugar del elevador. Es frecuente ver personas con sobrepeso, o más, usar un elevador para subir un piso. Para quien tenga dificultades para caminar, ahora hay estrategias centradas en una silla: gimnasio y yoga en silla.
Finalmente, las hormonas, en especial estrógenos y testosterona, según el género de cada persona, se han visto siempre como la fuente de la juventud. En realidad, tienen múltiples funciones, pero una de sus características principales es que son factores de crecimiento, es decir, provocan multiplicaciones celulares: en piel, senos, músculos, vagina, endometrio y otros. Pero la proliferación celular es justamente la base del cáncer. No quiero estigmatizar el uso de estrógenos y testosterona, que tienen sus indicaciones, pero hay que insistir en que sean prescritos y vigilados por médicos con experiencia en su uso.
Todo esto nos aleja de la muerte, hasta hoy, inevitable. No sabemos si mañana se cumpla el objetivo de postergarla indefinidamente, o al menos se aleje mucho más que hoy en día y pasemos a ser más que centenarios. Pero ¿por qué se muere alguien? En realidad, la muerte nos acompaña desde antes de nacer. Me explico: en el embrión muchas células deben morir, por ejemplo, la mano aparece inicialmente como una aleta y luego los dedos se forman cuando una serie de células muere y esto ocasiona que se separen los componentes finales.
Si no hay muerte de esas células, no hay vida plena.
Y este proceso de muerte continúa con el nacimiento y a lo largo de toda la vida. Renovamos células del esófago, estómago e intestinos a gran velocidad, muchos elementos mueren porque están sujetos a gran desgaste. Piel y vagina, por otro ejemplo, se desprenden y mueren a gran velocidad. La médula ósea produce todas las células de nuestra sangre, pero muchas de ellas morirán por envejecimiento y serán engullidas por otras encargadas justamente de esa función. La muerte es cosa de todos los días, pero no lo notamos.
Si bien cada día muero un poco con cada célula que pierdo, también cada día se producen nuevos elementos que las sustituyen. Hasta que no. El envejecimiento hace que la velocidad de reproducción celular baje y ya no se renueve tan rápido, ni tan completamente como debería suceder para mantener salud y vigor. Aparecen deficiencias en la sangre: menos glóbulos rojos, menos glóbulos blancos y con esto último crece el riesgo de infecciones.
Disminuye la masa muscular. Las heridas ya no cicatrizan tan rápido, se infectan más fácilmente, la piel se arruga. Morimos lentamente desde que nacemos, y antes, tan lentamente que no nos damos cuenta. Así que la vida consiste en sobreponerse a la muerte cotidiana reponiendo las células perdidas. Pero no solo este poder mengua, sino que pueden surgir “defectos de origen”, es decir, aparecen consecuencias negativas de células defectuosas, por mutaciones hasta entonces sobrellevadas, u otras alteraciones que hacen que algunos órganos bajen su rendimiento: hígado, corazón, pulmones, riñones, ya o funcionan correctamente, en buena medida porque no pueden recuperar células perdidas. Nuevas enfermedades en la puerta y más células muertas.
Si a esto agregamos factores ambientales que nos afectan, como tóxicos inhalables, o ingeribles en lo que comemos, como muchos conservantes. Y si agregamos mala alimentación, representada por consumo de productos chatarra, con exceso de azúcares y grasas. O, por el contrario, alimentación insuficiente. Y si agregamos tabaquismo, alcoholismo y hasta otras drogas, resulta evidente que el estilo de vida nos acerca, en estos casos, a más células muertas cada día, lo que resulta en diversas disfunciones. Cuando estas alteraciones tengan impacto importante, nivel que depende de muchos factores individuales, estos fallos provocan otros, pues los primeros ocasionaron que otros órganos tuvieran que trabajar más, o que no tuvieran los apoyos necesarios para cumplir su tarea.
Finalmente, una persona se encuentra en la antesala de lo que podríamos llamar “la muerte mayor”. Llegará el momento en que los fallos sean muy importantes y, a pesar de los esfuerzos médicos, la maquinaria completa se detenga. Pero ¿qué se detiene, que lleva a la muerte? En primer lugar, a veces es complicado declarar la muerte de una persona. En muy raras ocasiones, las personas se niegan a morir y tienen actividad muy baja, pero siguen vivas. En otras ocasiones, tras caer en paro cardíaco, son reanimadas -resucitadas- y vuelven a la vida. En otras más raras ocasiones vuelven espontáneamente a la vida en forma inesperada -Síndrome de Lázaro-.
Para evitar todo tipo de sobresaltos, tanto para el afectado, como para la familia, los fallecidos se velan. No basta con que el corazón se detenga, pues esto puede revertirse por maniobras y medios médicos. Tampoco basta con que deje de respirar, pues hay aparatos que pueden suplir esta función -ventiladores mecánicos-. Entonces, ¿cuándo muere una persona? Es un problema complejo y no hay criterios estandarizados. Para colmo, ha aparecido un tercer estado intermedio entre la vida y la muerte. Parecería imposible, pero lo hay.
Una persona se encuentra no viva-no muerta en el caso de pacientes graves en los que se están aplicando maniobras de reanimación o resucitación, pero mientras estas no terminen, o se retiren, no puede saberse si volverá a tener autonomía vital, es decir, si se mantendrá vivo sin apoyos extraordinarios, como los que en ese momento se aplican. ¿Recuerdan el triste caso de la Princesa Diana? Tras el accidente, fue atendida en el sitio por un equipo con alta tecnología, que en Francia sigue el protocolo de primero estabilizar y luego trasladar al enfermo. Hicieron muchas maniobras en un cuerpo muy maltratado por el choque y durante ese tiempo no estaba muerta, pero tampoco sabían si viviría. Estado de no muerta-no viva.
El criterio último de muerte reside en la circulación sanguínea, que puede impulsarse médicamente, aunque no funcione bien el corazón. Y puede oxigenarse, aunque no haya respiración espontánea. Pero si no hay circulación cerebral, el paciente pasará al estado de muerto. ¿Cómo sabemos si hay circulación cerebral? Si las pupilas se contraen ante un haz luminoso, hay circulación. Si se mueve, o al menos se queja, o de algún modo responde a órdenes, o estímulos, hay circulación cerebral. En último caso, una ultrasonografía puede detectar el movimiento circulatorio cerebral. Si no llega sangre oxigenada al cerebro, este muere en cuestión de minutos, y entonces sí, la persona es declarada muerta.
El diagnóstico de muerte se basa, en último caso, tras paro circulatorio cerebral, lo cual ha cobrado gran relevancia actualmente, porque una vez establecido este criterio, la persona en trance de fallecer, se puede convertir en donador de órganos para trasplante, y cada día crece más la lista de pacientes que esperan un órgano para seguir viviendo y evadirse, al menos temporalmente, de la muerte por falla de ese trasplante que esperan recibir. Y sí: el muerto puede dar vida extra al vivo con un órgano, u órganos fallidos. Y sí: morir es un proceso que puede postergarse, detenerse y hasta revertirse bajo ciertas condiciones, que cada día manejamos más, aunque no sabemos hasta dónde llegaremos, pero ya anticipamos las graves consecuencias mundiales si dejamos de morir a tiempo.
Todavía, después de muerta una persona, millones de células siguen vivas, sin saber que no recibirán más soporte vital y también habrán de morir. Cuando velamos al difunto, todavía hay vida residual en él, aunque como persona, ha dejado de existir.