Por Pedro Chavarría.
El Disector. 23 VII 25.
08 de diciembre del 2025.- Leer es indudablemente una estrategia fundamental para adquirir información, de modo que se pone, o se debería poner, especial atención en que los niños aprendan a leer de manera eficiente. Por diversas razones, parece que este objetivo ha sido abandonado, o descuidado, de modo que muchos jóvenes y adultos, no saben leer. Probablemente piensen que sí saben, porque leen, pero, sometidos a algunas comprobaciones, se hacen evidentes sus carencias.
La primera evidencia de quien no sabe leer eficientemente aparece cuando lo escuchamos: no se entiende el mensaje que debería llegarnos. Todo aquello que se escribe pretende transmitir un mensaje, es decir, comunicar, lo que significa “poner en común”. La idea generada en un cerebro en forma de imágenes mentales, se expresa en el lenguaje. Este traduce ideas y vivencias internas en códigos externables, capaces de ser descifrados y reflejar el mundo interno del pensante original.
La palabra hablada fue una estrategia fundamental de comunicación que permitió el trabajo en equipo. Muchos animales, sin posibilidad de articular palabras, tienen sus estrategias para comunicar intenciones y logran el trabajo en equipo, como nos muestran los leones en su cacería de presas. Pero, más allá de la palabra hablada, al alcance de todos, con inteligencia más o menos conservada, está la palabra escrita, que permite recapturar el mensaje repetidas veces a lo largo del tiempo y del espacio.
Pero leer no está originalmente al alcance de todos, requiere adiestramiento. Suele iniciar intuitivamente, como vemos con los niños, que al ver el símbolo del hombre murciélago, dicen: “Ahí dice batman”. El proceso resulta mucho más complejo, pues deben aprenderse los vehículos esenciales: las letras. Luego hay que aprender a unirlas en palabras. Hay escuelas que abogan por aprender primero la palabra y luego extraer las letras, pero eso corresponde a estrategias pedagógicas y aquí quiero seguir otra ruta.
La parte más fácil, aunque no lo parezca, es reconocer las letras y/o palabras y saber pronunciar los sonidos correspondientes. Más allá de este nivel elemental queda la habilidad de extraer el mensaje. Reconocer letras y palabras es necesario, pero no suficiente. De paso, queda la habilidad de interpretar los signos de puntuación, que van marcando el ritmo de la lectura en voz alta, al tiempo que ordenan y subordinan ideas, así como nos indican el modo de respirar, de modo que no se corten frases ni ideas por falta de aire. Estas tres habilidades son más complejas y, por alguna razón, no se les presta suficiente atención.
Y nos queda la parte más compleja: extraer el mensaje. Esta habilidad es la más elaborada y requiere el dominio de las antes mencionadas: reconocer letras y palabras, atender la puntuación y separar y coordinar ideas, sea en silencio o en voz alta. Como es un proceso complejo, no todo lector entiende lo que lee, aunque pronuncie correctamente. Esta deficiencia da lugar a diferentes tipos de analfabetismo, de modo que algunas personas leen de manera muy ineficiente, no extraen información, sino que solo producen ruido, verbal o mental. El ruido no transmite nada.
El peor caso de analfabetismo corresponde a quien no reconoce letras ni palabras.
Independientemente de diversos autores que han categorizado el problema, ofrezco aquí mi visión del asunto. Por arriba del analfabeto más limitado está otro nivel, en el que no logra extraer el mensaje, como se evidencia cuando se le pide que haga un resumen, o que diga la idea expresa, ya no se diga, ideas no explícitas, como segundas intenciones, habitualmente disimuladas. Otras personas no extraen información de instructivos, cartas programáticas y mapas. En alguna ocasión, de visita en el extranjero, en otro idioma, pedí información sobre destino y horario de un tren. Por toda respuesta me dieron una tabla con todos los trenes y todos los horarios. Ahí estaba la información, había que extraerla.
En otro nivel de analfabetismo encontramos a quienes no dominan el lenguaje peculiar que hay que emplear con las computadoras; existen algunas convenciones y estandarizaciones que muestran la información clave y hay que saber dónde encontrarla/leerla. Debemos agregar a personas que tienen problemas para leer y descifrar gráficas matemáticas, no complejas: polígonos de frecuencias, barras, curvas de campana, sigmoideas y de otros tipos, que son muy frecuentes en publicaciones científicas. Ya, por último, debemos incluir a quienes tienen dificultades para entender otro idioma, como el inglés, que se ha vuelto casi universal, nos guste o no, sobre todo en el área de las ciencias.
Para quienes aprenden a leer con cierta eficiencia, que para eso nos encargan diversas tareas y resúmenes, queda otro nivel muy deseable: leer por placer. Ir más allá de los textos obligatorios para las clases, incluidos los de literatura. Esta parecería una tarea simple, incluso puede haber quien la considere superflua. Pero este nivel de lectores, los que disfrutan leyendo, representa un porcentaje poblacional muy importante, pues leyendo literatura pueden experimentar muchas vidas que su realidad no les permite. Pueden conocer conflictos e historias asombrosas que, muy bien, sirven de inspiración. Pueden ponerse en el papel de héroes y villanos, de triunfadores y fracasados, de líderes y seguidores.
Una persona promedio no suele tener oportunidad de vivir situaciones extraordinarias, pero ahí están las lecturas, contadas por personajes de todo tipo y de toda época, expertos en el manejo del lenguaje, y sin mostrar ni una sola imagen; son capaces de inducirnos a crearlas nosotros mismos, con nuestra imaginación. El escritor da las pautas, las descripciones, los sonidos, los silencios, las luces y oscuridades, los altos y los bajos, los miedos y las esperanzas. No se necesitan imágenes, nuestro cerebro puede generarlas, con la ventaja de poder agregar un toque personal.
Pero mucha gente se aburre leyendo; apenas tolera una o dos páginas y abandona. No aprendieron realmente a leer; no solo no extraen mensajes, sino que no transforman —traducen— palabras escritas en imágenes mentales, mejor dicho, en verdaderas películas mentales; por lo mismo, no se incluyen ni en el paisaje, ni en la acción, ni mucho menos en la mente de los personajes: ¿por qué actúan como lo hacen? ¿Cómo actuarían ellos en su lugar? Todavía más profundo: ¿por qué el escritor escribe esto? ¿Qué me quiso decir? ¿En qué contextos históricos, sociales y personales estaba inmerso el escritor? Y, sobre todo: ¿qué enseñanza me deja?
Como se puede ver, la lectura por placer no es tan solo un plácido divertimento. Claro que se puede leer así, “por encimita”. Es como comerse la cáscara del plátano y dejar la fruta. Para algunos lectores, las historias solo entretienen. Pero ya al menos algo, poquito, se logra disfrutando al leer. En otros casos, la lectura se vuelve un platillo difícil de digerir. Como aquella extranjera a la que le dan un tamal. Primero intenta morderlo con todo y cáscara. Obviamente, ni puede, ni le encuentra sabor, hasta que se le ocurre pelarlo. Nadie le enseñó lo que es un tamal, ni cómo se come. Así con muchas historias, hay que saber cómo entrarles. Así: meterse en el relato, o en el texto, si no fuera historia. Leer “desde afuera”, no funciona, es comerse el tamal envuelto: te atragantas y no te sabe.
Leer se ha transformado, desde la época de las tablillas de barro, los papiros y los pergaminos, hasta los libros modernos, encuadernados, pasando por periódicos y revistas. La letra impresa, poco a poco, se fue acompañando con imágenes, hasta desembocar en el cómic y en la novela gráfica. Pero desde los hermanos Lunière, el cine nos ha arrebatado a muchos lectores. Cada vez más, los efectos especiales asombrosos seducen al lector potencial y le entregan el producto “ya masticado”, sin que esto se interprete como que estoy en contra del cine. Pero eso mismo que hacen computadoras y cámaras, lo puede hacer nuestro cerebro. Claro que conlleva cierto esfuerzo. Pero un cerebro acostumbrado a imaginar es más poderoso.
De cualquier modo, el papel, sustrato insustituible del libro, ha venido desapareciendo y en su lugar ha surgido el ebook. Pantalla digital contra papel. No abundaré en el amor al papel, pastas, lomos y encuadernaciones. Leer en papel tiene sus ventajas y sus desventajas, igual que las pantallas. Estas últimas nos ofrecen portabilidad casi sin límites. Toda una enciclopedia cabe en un teléfono celular, no pesa y no ocupa espacio físico apreciable. Ya sabemos de la luz azul, de la adicción asociada a productos colaterales, como videojuegos y los chats, así como todo tipo de contenidos nefastos, insulsos, tendenciosos y falsas noticias.
Muchas publicaciones han migrado al medio electrónico, lo que ha impactado notablemente en costos y problemas de distribución. Se encuentran muchas tiendas y librerías que venden casi cualquier título que uno busque, a cualquier hora del día y lugar, a precios muy bajos, uno o dos dólares (en esa moneda cobran varias) y los ponen a disposición de manera inmediata, o casi. Se puede cambiar el tamaño de la letra, el fondo, subrayar, tomar notas y hasta escucharlos, incluso a diferentes velocidades. Indudablemente hay muchas bondades.
Sin embargo, la publicidad, que siempre ha existido, irrumpe ahora y causa disrupción de la lectura. Introduce anuncios con movimiento y eso distrae al lector, lo mismo que la televisión abierta que encadena una serie larga de anuncios comerciales y entre ellos algunos segmentos de programas, desde insulsos hasta honrosas excepciones. La publicidad hace posible la existencia de muchos medios de comunicación. Alguien tiene que pagar los gastos. No estamos contra la publicidad, simplemente, tenemos que aprender una nueva habilidad lectora: ignorar los distractores, que antes eran externos -lo que nos alejaba de la lectura- y que hoy está justo al lado del texto, e irrumpe violentamente con imágenes seductoras en movimiento, co gran colorido.
Como se ha visto, leer no es algo sencillo. Hay que aprender a hacerlo bien, de otro modo se corre el riesgo de no captar el mensaje y recibir otros inapropiados, sin darnos cuenta. Es un adiestramiento que toma años. Cualquiera que me lea y piense: “¡Qué aburrición!”, seguramente no aprendió debidamente, pero la buena noticia es que se puede aprender a cualquier edad, basta para iniciar, con la voluntad de “penetrar” en las historias; luego habrá oportunidad de explorar textos más complejos. Perseverancia y paciencia, la recompensa lo vale. Pero, ciertamente, leer hoy, requiere más habilidades que antes. En primer lugar, antes había menos libros, por ejemplo, en la época de Cervantes y se podía dedicar largo tiempo a una sola obra. Hoy, la producción editorial en papel y digital es amplísima y urge terminar uno para empezar otro de los muchos disponibles. La velocidad lectora, acompañada de comprensión, es una presión de la vida actual. Hay mucho que leer y se puede conseguir con facilidad, pero hay menos tiempo para dedicarlo a la lectura.
Los textos ahora deben ser más concisos y estar redactados de modo que las ideas principales resalten y estén inmediatamente apoyadas por argumentaciones. El lenguaje debería ser lo menos intrincado posible. Dos excepciones saltan a la vista: literatura y filosofía, donde pueden imperar otras normas. De cualquier modo, un buen lector debe poder leer cualquier texto no científico, no especializado. El lenguaje complejo permite transmitir ideas complejas.
