Por Carlos Soto Rodríguez

En el afán de seguir construyendo esta línea argumentativa, considero pertinente señalar a las y los lectores que, en esta segunda participación, se abordarán algunos de los temas planteados la semana pasada. Posteriormente, en la tercera entrega, se concluirá con los temas descritos.

Es imperativo comenzar con dos definiciones que quedaron sobre la mesa la semana pasada. La primera está relacionada con la viabilidad de generar instituciones libres de machismo mediante mecanismos que se enfoquen en la capacitación constante y efectiva.

Al respecto, la mayoría de las instituciones ya cuentan con unidades de género bien representadas, compuestas en su mayoría por mujeres que, con un gran esfuerzo, intentan realizar acciones encaminadas al estudio y capacitación sobre estos temas.

Contamos con leyes, reglamentos, códigos de ética y, como mencioné, capacitación. Entonces, la interrogante es: ¿por qué, en este contexto, seguimos con instituciones públicas que perpetúan esquemas machistas?

Si bien esta respuesta es amplísima, la abordaré desde una perspectiva particular: muchos hombres que lideran y ocupan puestos de toma de decisiones en estas instituciones no comprenden la importancia de trabajar en sus propias masculinidades y en favorecer una vida sin ningún tipo de discriminación.

El elemento que no está funcionando en el engranaje de las instituciones públicas para erradicar conductas machistas es precisamente la falta de reflexión sobre masculinidades y el enfoque de género por parte de los hombres. Muchos aún no comprenden la repercusión, tanto interna como externa, que tiene la violencia machista en sus relaciones personales, laborales y sociales.

Por lo tanto, considero que un gran paso para erradicar estas conductas desde la raíz es el compromiso de los liderazgos masculinos para entender este tema y las consecuencias perniciosas que tienen en sus vidas.

Si nos enfocamos en reeducar a los hombres en posiciones de poder dentro de las instituciones, propiciaremos un mejor entorno. Los resultados serían visibles: mejorarían sus relaciones con la sociedad, ya que empezarían a entenderla. Puedo asegurar que vivir sin comprender este tema es no vivir en la realidad.

A medida que la realidad se va modificando, y mientras podamos comprender la vida desde una perspectiva de género, empezaremos a vivir en concordancia con nuestro entorno, con la sociedad y con los diversos grupos que conforman nuestra realidad.

Este tema merece más atención, pero con el fin de avanzar en el estudio, a continuación, mencionaré lo que entiendo por enfoque feminista y de masculinidades.

Una institución con esta visión buscará abordar las desigualdades sustantivas en materia de género. Al diseñar y ejecutar políticas públicas, no solo considerarán las necesidades y derechos de las mujeres, sino que también cuestionarán las estructuras de poder, el rol de los hombres, sus conductas y las expectativas que se han impuesto históricamente en la sociedad.

El primer paso consiste en reconocer la desigualdad histórica que aún nos aqueja y entender que existe violencia simbólica, representada principalmente por los machismos cotidianos.

Para tener instituciones libres de machismo, es fundamental que las acciones de las y los involucrados se centren en detectar, dejar de normalizar y abordar de manera eficaz estas conductas.

Además, no es suficiente con incluir a mujeres y hombres en la toma de decisiones, incluso de manera paritaria. Lo importante es que la estructura institucional y las políticas implementadas aborden la violencia simbólica, los machismos cotidianos y las cargas impuestas a ambos géneros.

En este sentido, a medida que comprendamos estos aspectos, la creación de planes internos de acción atenderá la discriminación, muchas veces sutil, que se genera con conductas neutrales en las dinámicas laborales.

Es decir, crear políticas institucionales neutrales puede generar desigualdad sustantiva. Así, es esencial entender y cuestionar los roles de género, así como atender a las diversas capacidades y realidades de hombres y mujeres dentro de las instituciones, para poder planificar políticas internas que favorezcan la igualdad. La discriminación nunca se ha solucionado con medidas neutrales, como lo ejemplifican las acciones afirmativas.

Por ello, es fundamental resignificar el rol de los géneros dentro de las dinámicas institucionales y generar mecanismos que equilibren las tareas diarias de las acciones internas.

Además, es importante entender que ser hombre o mujer no implica diferentes capacidades en inteligencia o productividad. Sin embargo, a medida que modificamos las estructuras de poder y de toma de decisiones en función de las características de quienes integran las instituciones públicas, podremos generar mecanismos eficaces para crear instituciones equitativas desde adentro.

De esta manera,  trabajar con un enfoque de género, desde una perspectiva feminista y de nuevas masculinidades, requiere replantear las dinámicas y modificarlas, dejar de normalizar y de invisibilizar la violencia simbólica, y atender a las realidades específicas de las personas que conforman las instituciones públicas, para saltar ese estado de políticas neutrales, que solo favorecen más la desigualdad, para poder crear dinámicas equitativas que generen una igualdad sustantiva.

Estas líneas deben entenderse como un llamado a no conformarse con medidas neutrales, sino a implementar acciones afirmativas y enfoques específicos que tomen en cuenta las diferencias y las realidades diversas de hombres y mujeres en las instituciones, plantea un desafío importante. Esto va más allá de la simple inclusión y busca transformar las estructuras de poder y las dinámicas de trabajo desde la raíz.

No basta con incluir a mujeres y hombres en la toma de decisiones de manera paritaria si las dinámicas de poder y las expectativas de género continúan reproduciéndose de manera invisible. La implementación de planes de acción con un enfoque de género implica cuestionar y transformar las bases mismas sobre las que se construyen las instituciones

De esta manera, es donde cobra sentido entonces hablar sobre el machismo cotidiano, señalado previamente, ya que modificar las prácticas machistas hegemónicas en las instituciones es fundamental para erradicarlo.

Las instituciones, juegan un papel crucial en la construcción de normas y valores que se transmiten a través de la socialización, y que permean justamente las dinámicas sociales e institucionales.  Si estas estructuras perpetúan modelos de poder desiguales, donde se normalizan actitudes y comportamientos sexistas, se contribuye directamente a la reproducción de la violencia y la discriminación de género.

 Transformar estos espacios hacia una cultura de igualdad es clave para romper con los ciclos de opresión y fomentar relaciones más justas y respetuosas entre todos los géneros.

La eliminación del machismo cotidiano requiere de un cambio profundo en las dinámicas institucionales que refuercen la equidad de género. Esto implica no solo modificar las políticas y regulaciones, sino también transformar las actitudes y comportamientos de las personas que ocupan posiciones de poder dentro de esas instituciones. De esta manera, se asegura que el respeto y la igualdad de derechos sean principios que guíen las interacciones diarias y se conviertan en una norma que las nuevas generaciones adopten. Solo así se podrá construir una sociedad más equitativa, donde cada individuo, independientemente de su género, tenga las mismas oportunidades y derechos, y donde el machismo deje de ser una práctica aceptada en el ámbito público y privado.

En resumen, el trabajo para crear instituciones libres de machismo no es solo una cuestión de legislación o políticas externas, sino una transformación profunda de las personas, especialmente de aquellos en el poder, que deben reconocer y cuestionar sus propios comportamientos y actitudes. Esta reflexión crítica es el primer paso para lograr un cambio real y significativo.

 

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