Por Carlos Gabriel Chávez Reyes

El día 13 de enero de cada año se conmemora el Día Mundial de la Lucha contra la Depresión, cuyo objetivo fundamental es la de sensibilizar, guiar y prevenir a la población acerca de esta situación psicológica, emocional y social, porque de acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), la depresión es un “trastorno mental” que impacta a más de 300 millones de individuos a nivel global.

Por poner un ejemplo, el Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de las Familias (DIF) informa que menos de la mitad de las niñas, niños y adolescentes reciben una atención apropiada, a causa de que los cuidadores primarios infravaloran la severidad de la depresión en los menores de edad.

Dentro de los rasgos principales de la depresión se encuentran la tristeza constante, la pérdida de interés o el placer en las actividades cotidianas, el aislamiento, alteraciones en el sueño y falta de apetito, de concentración y una trepidante sensación de cansancio. No obstante, puede que sea imprescindible la intervención médica especializada para un “diagnóstico” oportuno y un tratamiento apropiado.

Aunque no se tiene conocimiento preciso ni exacto sobre las causas de la depresión, hay varios elementos que contribuyen a su surgimiento, siendo la interrelación entre factores social, psicológicos y hasta biológicos los causantes de esta “enfermedad”. Sin embargo, sí podemos pensar que la sociedad aún no reconoce la dominación del poder capitalista, y que éste se amplia y prolonga por subyacentes dinámicas sociales, donde no necesariamente el conflicto de clases corroe a las personas hoy en día, no es que haya sido reemplazado sino más bien esa lucha ha sido expropiada por un cambio razonalizado casi fetichista.

El fetichismo de la mercancía de la que nos hablaba Marx, donde se entendía a las mercancías, resultado de las relaciones de producción, como objetos que satisfacen las necesidades humanas, y por tanto tienen un valor significativo más allá del que se produce en el intercambio económico, ha pasado por una paulatina metamorfosis hacia un fetichismo posmoderno. Es decir, el fetichismo marxista como forma en el que un producto tiene algún valor y, por tanto, se transforma en mercancía, y al mismo tiempo es esa cosificación de las cosas, de las relaciones sociales, de las personas, del capital y hasta del poder, ha pasado a convertirse en una lucha por los lugares, como argumentaría justificablemente un sociólogo, Vincent de Gaulejac; una lucha sí por el placer, por la ligereza, como diría Lipovetsky; por el “estar bien” con uno mismo, por estar “sanos” y ser “normales” en una sociedad inquisitiva moderna en la que vivimos, hablo del paso hacia un fetichismo inmunológico.

Esto porque las enfermedades mentales no existen si no hay prueba médica y tecnológica, en suma, científica, que lo respalde. En el caso de la depresión, que perturba el desarrollo psicosocial y afectivo de las personas, degrada de igual manera su integridad identitaria a partir de otros factores como el estrés, el cansancio o la alienación.

El estrés puede describirse seguro como un conjunto de exigencias sociales y presiones del contexto social en el que una persona se encuentra, que exceden con su habilidad para adaptarse a ellas. Estas restricciones estructurales limitan la capacidad de actuar y representan un desequilibrio psicológico sin duda. Por su parte, desde la sociología, la alienación es una categoría fundamental para comprender las condiciones materiales de inequidad social que la generan. Para Marx, nuevamente, el trabajo alienado se refiere a esas circunstancias en las que ocurre el trabajo productivo en el sistema capitalista. Una persona alieneada está privada, entonces, de su habilidad para influir sobre su entorno y queda atrapado en él.

De esa manera, es que la autoestima suele tener un papel protagónico, si se entiende a ésta como la apreciación de la identidad individual basada en las interacciones con los otros, y si se piensa con relación a las dinámicas explotadoras y precarizadas del capitalismo, donde las personas se encuentran alienadas y estresadas por la hiperproducción mercantil del trabajo, la osadía de una autoestima individual decae directamente a ese transversal fenómeno de la depresión.

Según Byung-Chul Han, el cansancio por una parte y la depresión por otra, así como el Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH), el Trastorno Límite de la Personalidad (TLP), y el Síndrome de Desgaste Ocupacional (SDO), son especies de infartos psíquicos provocados por la presión del rendimiento, donde lo que “enferma” no es la sobrecarga de responsabilidades, ya sean laborales o personales, sino más bien la exigencia del rendimiento, de una resiliencia capitalista y esa complejidad para no corromperse.

En la modernidad, como diría Hartmut Rosa, las personas creen que se les está acabando el tiempo, que les falta más porque no es suficiente. Esto sin duda podría formar parte del problema que se está discutiendo, pues esta percepción de que el tiempo es escaso ocasiona que la gente se sienta apresurada y bajo presión y con interminable estrés. Para Hannah Arendt, quien consideró a la sociedad moderna como una sociedad del trabajo, por otro lado, argumentaba que el ser humano estaba si no destinado sí condicionado a ser un animal laborans, ya que se encuentra enfocado en nada más ser un ser funcional mientras abandona su individualidad.

En otras palabras, las personas se venden a la prolongación del mercado y de la producción, sus vidas son absorbidas por el imperativo del capital, del trabajo y por los intersticios de esa sociedad que no tiene caducidad alguna. La depresión será distintiva por ser un síntoma del fetichismo, o bien de ambos fetichismos antes mencionados: primero, por la hiperexigencia de las demandas capitalistas y la creencia de ser incapaces de existir en dichas condiciones; y segundo, por no alcanzar ese estabilidad emocional y psicológica que los libere de las ataduras intoxicables del capitalismo, salir de esa paradójica materia depresiva.

Este tipo de depresión vertiginosa y exasperante se encuentra aislada de un acompañamiento institucional, ya que poco o mucho se relaciona con otras experiencias conductuales, somáticas o cognitivas, como pueden ser la depresión postparto, “psicótica” o la estacional, las cuales tienen mucha difusión para generar empatía y promover el requerimiento de una orientación médica o psiquiátrica. Esta depresión por capitalismo debe focalizarse más, si es que la consideran una enfermedad que vulnera la integridad de las personas y que tiene diferente capacidad de afectar a la sociedad en distintas circunstancias.

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