Todos tenemos percepción de lo que pasa a nuestro alrededor y de alguna manera nos ingeniamos para comunicar nuestras ideas, es decir, para ponerlas en común, de modo que otros puedan saber lo que pensamos o sentimos. Indudablemente la comunicación es una herramienta muy poderosa que permite conjuntar esfuerzos grupales con una dirección y objetivo definido.
Día a día los seres vivos se enfrentan con problemas que rebasan sus capacidades individuales. Un problema es una situación tal que impide un logro de cualquier tipo y alcance, desde conseguir alimento, o pareja, o refugio, en el caso de los animales con menores capacidades, hasta colocar un hombre en la Luna u otro planeta. Queremos algo, pero las condiciones actuales o futuras, naturales o artificiales, nos lo impiden.
La estrategia básica de resolución es acometer la empresa nosotros mismos y emplear la fuerza directa para vencer obstáculos. Pero esta no es, desde luego, la mejor forma de tener éxito; en todo caso, los logros son pequeños y de aprovechamiento limitado. De ese modo no se levantan pirámides ni palacios. Mover rocas de varias toneladas o cruzar puentes sobre ríos requiere emplear mucha más fuerza que la que una persona puede ejercer. Si nos aplicamos de inmediato a la tarea veremos que con frecuencia malgastamos esfuerzos y recursos.
Ya es bien sabido que antes de empezar una tarea, debemos tener una idea clara de lo que buscamos, y de alguna manera debemos adelantarnos a los problemas, para lo cual debemos saber cuáles serán estos. Así, empiezo por saber qué quiero y luego qué me impide o impediría lograrlo. Si esto no se hace al principio, me toparé tarde o temprano con obstáculos que me obligarán a retroceder, buscar otra vía y abandonar los recursos empleados al principio. Y sabemos que una de las claves del éxito, a todos los niveles, desde el biológico hasta el político y económico, es administrar los recursos, de modo que no se gaste más de lo necesario.
Eficiencia es la base del éxito. Quien aprovecha mejor los recursos tiene mayores o más duraderos éxitos. De lo contrario, estaremos a merced de lo imprevisto. Planeación es una manera de adelantarnos a los problemas y entonces decidir si los evitamos o tenemos que resolverlos. A veces cambiar la ruta evita todo tipo de dificultades. A veces no hay otra ruta, o las alternativas plantean otros nuevos y mayores escollos, por lo que no hay más que pensar en cómo enfrentar y resolver los obstáculos.
Con frecuencia enfrentar dificultades supera nuestras fuerzas y capacidades, por lo que requerimos de trabajo en equipo, es decir, suma de fuerzas, pero ante todo, suma de voluntades. Conseguir la voluntad de otras personas puede hacerse a través del convencimiento, o como hacen gobernantes y tiranos. Los gobernantes deben tener una visión a más largo plazo, de modo que puedan encauzar los ánimos de personas que no ven ni entienden la razón de las tareas asignadas. Convencimiento, dinero o autoridad suelen ponerse en juego. Los tiranos, visión de más largo alcance, o no, obligan a la gente a trabajar en sus proyectos, generalmente en su perjuicio.
El caso es que una vez conseguida la voluntad, los esfuerzos confluyen y logran mejores avances. Resalta, desde luego la comunicación: todos deben compartir ideas, si bien a diferentes niveles. Desde el más bajo, que solo se limita a obedecer órdenes, hasta los más altos que comparten y comprenden los objetivos de mayor envergadura. De un modo u otro, hay quien guía los esfuerzos, físicos e intelectuales, hacia un fin. El caso ahora es ¿cuál fin?
El que dirige se enfrenta ahora a un nuevo problema: no solo hacia dónde, sino en qué magnitud. No basta con pedir a las personas colaboradoras, libres o forzadas, que trabajen rápido, o con más ganas, o que hagan mejor su trabajo. Todas estas peticiones pueden ser poco o mal comprendidas por los trabajadores del proyecto. Es aquí donde entran los datos, recurso que nos permite precisar la magnitud del logro buscado. Y para eso no hay cómo medir. No basta la idea, se requiere una medida.
La idea podría ser: “avanzar más rápido”. Pensemos en un antiguo barco de remos, de esos donde “trabajaba” Ben Hur. Si se desea imprimir más velocidad a la nave no basta con decir a los remeros que se apuren. Ponemos un tamborilero a que lleve el ritmo: por cada golpe debe producirse un movimiento sincronizado de remos. Claro está que este es un método todavía primitivo, pero en cuanto aparezca una forma precisa de medir el tiempo, podrá pedirse a los remeros mantener tantos golpes por unidad de tiempo como designe el que manda.
Para marcar un ritmo de trabajo que se traduzca en grado de avance, hay que medir, el intervalo de tiempo entre dos acontecimientos, en este caso, golpe de remos. Igual si queremos levantar más rápido una pirámide, no basta con apurar a los pedreros, hay que establecer un producto estandar de producción: tantas piedras por día para cada pedrero o grupo de ellos. De este modo pasamos de una idea –rápido, más- a un dato: tantos golpes por unidad de tiempo, tantos ladrillos o piedras por día.
Esto se aplica ampliamente y es indispensable en toda producción humana, so pena de caer en graves fracasos, algunos con coste de vidas. Si queremos más producción agrícola para alimentar a una población, debemos marcar cuánto terreno, cuántas toneladas de producto por unidad de tierra, cuántos operarios estarán involucrados, cuántas horas y cuántos días a la semana, además de saber cuánto ganarán, cuánto consumirán en alimentos y otros recursos. Entre más exactos sean nuestros cálculos, más posibilidades de alcanzar la meta, que es otro dato fundamental. No basta con cálculos aproximados –a ojo de buen cubero-, se requieren cálculos precisos: si sobra, se desperdicia, si falta habrá consecuencias indeseables.
A todos los niveles debemos establecer estos ritmos, que quiere decir, cantidades. Debemos transformar nuestras ideas, anhelos, sueños, en cantidades medibles. Solo si medimos podremos evaluar resultados y esto nos servirá de base para planear mejor el futuro. Quizá a nivel de logros humanos parezca poco conveniente establecer metas-medidas, pero si lo vemos con cuidado veremos que alcanzar mayores niveles de bienestar, de salud, de felicidad, no puede lograrse con ideas abstractas únicamente. A mayores logros, mayores necesidades de contar, medir, balancear ente logros individuales, cotidianos, modestos y grandes Avances en conjunto y en tiempo. Recordemos cómo John F. Kennedy planteó poner un hombre en la luna “antes de terminar la década”. Plantearlo como “lo antes posible” no funciona. Aunque no nos guste, debemos contar, medir.
Si contamos podremos establecer plazos y cuotas, por lo que podremos evaluar, es decir comparar resultados observados contra resultados esperados –planeados-. Tenemos que precisar: ¿cuánto esperamos obtener?, lo que va en razón directa de una aspiración –a riesgo de ser etiquetado como “aspiracionista”-. ¿Cuántas personas carecen de casa digna? ¿Cuántas podemos construir cada año? ¿Cuánto recursos se requieren? ¿Cuántas construimos realmente? ¿Qué ajustes hay que hacer?
Podrá argumentarse que la felicidad no es cosa de números. Concordamos. Pero ciertas condiciones de salud, economía, libertad política, posibilidad de manifestarse con peticiones y otras más son básicas para que las personas puedan aspirar a la felicidad. Una vez dadas las condiciones basales mínimas podremos atender otras más complicadas, como esparcimiento y superación espiritual, interés por los demás, etc. Pero antes hay mucho trabajo por hacer, el cual posibilita acometer simultáneamente los más altos niveles.
Aún en la investigación médica debemos planear y medir: ¿qué queremos obtener? No basta con plantear que buscamos reducir la presión arterial de los enfermos, sino especificar qué reducción media esperamos en milímetros de mercurio –que es como se mide la presión arterial. Aún a nivel del hogar debemos precisar cantidades: no basta con proponernos ahorrar, se debe precisar una meta mínima, sin perjuicio de irla ajustando al alza o a la baja, según las condiciones reales, la época del año y otros factores.
El caso es que muchas de nuestras ideas deben traducirse a datos, es decir, a cantidades medibles, de modo que podamos definir si hemos alcanzado la meta, desde cuotas de ahorro, cantidad de cigarros no fumados, asistencia a la iglesia, o participación en grupos de gobierno y planeación, como juntas de vecinos y otras por el estilo. Debe quedar claro que los números en sí mismos no reflejan la medida del éxito, pues igual podremos asistir a eventos, pero no participar, o hacer solo aportaciones marginales, o construir casas deficientes, o mostrar signos externos de cambio sin sustento interno, pero empecemos por medir lo que se puede medir y aspiremos a que los cambios numéricos refleje nuestra realidad interior de superación.